Llegamos a Psará casi por casualidad. Una isla muy pequeña, al oeste de Chios, cerca de la costa de Turquía, que nunca hemos considerado como lugar de recalada en ninguna de nuestras travesías por el Egeo. Psará es uno de esos lugares en los que apenas reparas, pero que no te deja indiferente.

Nuestro plan inicial era pasar desde Skyros a Lesvos en una sola jornada de navegación. Un objetivo poco realista incluso con una previsión de vientos bastante favorable. Desde el golfo de Kalamitsas, al sur de Skyros, Lesvos está al menos a 75 millas de Egeo puro y duro. Aun saliendo antes del alba, lo más probable es que hubiésemos acabado en algún fondeo nocturno y desconocido de cualquier cala de Lesvos. Mal asunto.
Aun así lo intentamos. Zarpamos a las cinco, con el cielo todavía oscuro y lleno de estrellas, pero no tardamos mucho en confirmar que la única alternativa viable es cambiar al sureste, hacia Psará, veinte millas más cerca. No quedará más remedio que navegar con viento y ola formada del través (en vez de en portantes) y eso en el Sargantana es sinónimo de meneo garantizado. Incómodo pero desgraciadamente habitual.
Pocas incidencias durante la navegación, casi toda a vela con trinqueta y mayor rizada, y con el barco saltando las olas como chiquillo en la playa. Dedicamos buena parte del tiempo a nuestra pelea diaria con el griego en Duolingo (vamos haciendo progresos). De cuando en cuando toca negociar cruces con otros barcos, sobre todo al atravesar la procesión de petroleros y cargueros que van y vienen del Bósforo. Alguno de los cruces bastante comprometido, porque no es fácil calcular la velocidad y las distancias cuando vas a vela, exigido y con condiciones cambiantes de viento.
A media tarde llegamos al puerto de Psará tras cinco millas finales duras, con viento de cara y olas rompientes sobre los escollos. La dársena es amplia (caben holgadamente al menos ocho o diez barcos transeúntes) y está bien protegida (aunque nos dicen que la película es muy distinta cuando sopla el meltemi). Hay sólo cuatro veleros amarrados.
Estamos de paso, sólo por una noche, y tratamos de aprovechar las pocas horas de luz que nos quedan para recorrer el pequeño pueblo de pescadores, sorprendentemente lleno de casas modernas, claramente para uso turístico. Pero a mediados de septiembre la temporada parece haber terminado y casi todas las ventanas están cerradas. Hay poco que ver en Psará. Playas de arena mejores de lo habitual, las dos o tres consabidas iglesias pintadas en blanco y azul y un puñado de restaurantes junto al puerto, la mayoría ya cerrados o funcionando a medio gas.
No tenemos la intención de quedarnos en Psará más que una noche, pero algo en esta isla nos llama la atención: la cantidad de referencias históricas a la independencia de Grecia. Y es que la historia de la isla es apasionante. Cuna del primer ministro griego después de la guerra de independencia (Konstantinos Kanaris), aquí ocurrió uno de los episodios más dramáticos de la contienda: la Masacre de Psará, una tragedia que inspiró poemas épicos y cuadros famosos, y contribuyó a que medio mundo se volcara en ayudar a los independentistas griegos en su lucha desigual contra los turcos.
En 1827 la mayoría de la población de la isla, acuartelada en la fortaleza de la ciudad frente al ejército turco, se inmoló detonando todos los explosivos de su arsenal cuando los atacantes entraban en el reducto, tras una resistencia numantina. Miles de muertos, casi todos los atacantes y defensores. La isla, que en tiempos contaba con más de 7.000 habitantes y la tercera flota de barcos de Grecia, nunca volvió a tener más de mil residentes.
Doscientos años después la capital de Psará está todavía plagada de imágenes, murales, monumentos y placas conmemorativas, como si los ecos del estruendo de la explosión del Mavri Rachi todavía resonasen en sus calles cuando el meltemi da una tregua.
Psará es una isla salvaje, pelada, parda, azotada sin piedad por el viento y llena de escollos batidos por las olas. Pero en esta tarde de septiembre las calles de su pequeño puerto transmiten una paz que parece irreal. Nos habla de la isla Claude, el patrón del Yagan, un velero francés. El único que queda en el muelle cuando nos vamos a la mañana siguiente. Un tipo interesante, un enamorado de Psará, que pasa muchas semanas cada año amarrado en este puerto. Casi un local. Un jovencito de ochenta años que sale muchas mañanas a faenar con los pescadores de Psará que le aceptan a bordo como a uno más.
Claude me da unos cuantos buenos consejos para fondear y visitar Chios y Lesvos. Conoce la zona, no en vano lleva veinticinco años viniendo aquí y viviendo estas islas como ningún otro navegante. Confío en que el Yagan y el Sargantana vuelvan a cruzar algún día sus derrotas.
Gracias Claude, τα λέμε. Nos veremos pronto en Psará.











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