El monte Athos no es de este mundo.
Bueno, quizá sí forme parte del planeta Tierra, pero está fuera de la realidad que conocemos. Y sobre todo, está fuera del tiempo.
Empezando por su origen. Parece que el Monte Athos nació en una tangana entre el gigante Athos y el dios Zeus. Se desconocen los motivos, pero debían ser serios porque en algún momento del conflicto Zeus decidió tirarle un pedrusco encima al gigante, resultando éste espachurrado y la discusión lógicamente zanjada.
Y el susodicho pedrusco, que tenía unos dos mil metros de alto (a Zeus quizá se le fue la mano) pasó a llamarse Monte Athos, y ahí se quedó, al borde del mar, al final de la península occidental de Halkidikí, formando un cabo muy pronunciado y difícil de navegar. Tanto, que el rey persa Darío y su hijo Jerjes perdieron 200 naves y 20.000 hombres tratando de bordearlo durante las Guerras Médicas. Muchos otros marineros han reportado desde siempre fuertes vientos catabáticos y corrientes. Un sitio en el que hay que andarse con cuidado.
El monte Athos tiene muchas historias, leyendas y chascarrillos que contar. Un ejemplo. A la muerte de Alejandro Magno, el arquitecto Dinócrates propuso vaciar por completo la montaña y convertirla en una estatua del difunto. Digno precursor de Calatrava.
Con todos esos antecedentes, no es de extrañar que la iglesia ortodoxa tomara posesión exclusiva de la montaña (y, por extensión, de casi toda la península) hace ya más de diez siglos. Bajo el auspicio del emperador de Bizancio edificaron iglesias y monasterios y la convirtieron en su gran centro de poder. Algo así como si el Vaticano se hubiese construido en Gibraltar.
Y por supuesto los popes impusieron sus normas. Por ejemplo, en la península no pueden entrar mujeres (ni siquiera animales hembra). De hecho, y por si acaso, hasta hace poco eran obligatorias las barbas para los residentes y escasos visitantes. Y hasta hace una década tampoco se les permitía el acceso a los catalanes, parece que por algún asuntillo sin resolver de hace unos cuantos siglos (la llamada “Venganza Catalana”).
Y ahí siguen, con un estatuto legal confuso y muy curioso. Como un estado casi totalmente independiente, habitado por un par de miles de monjes barbudos venidos de Grecia, Rusia, Bulgaria y Serbia. Con sus propias leyes medievales. Sin pagar impuestos. Con más oro que el PIB de muchos países. Sin acceso desde tierra. Viviendo en sus monasterios, la mayoría edificados a lo largo de una costa a la que los barcos no deben acercarse a menos de quinientos metros (y si llevan mujeres, ni te cuento).
Si a alguien se le ocurre un mejor ejemplo de sitio anacrónico, que levante la mano.
Nos quedamos un par de noches fondeados junto a Ouranópolis, el pequeño puerto fronterizo desde donde salen ferries en los que embarcan filas de tipos vestidos de negro y sus suministros, camino de los monasterios. No bajamos a la ciudad. Más allá del ir y venir de monjes, no parece haber más que unos pocos hoteles y casas de vacaciones. También un par de restaurantes. Y un bar (“La puerta del cielo”, se llama) que no invita demasiado a tomar mojitos a la puesta de sol.
Hay que continuar la travesía. Seguimos ruta hacia el este, camino de Limnos. El parte anuncia vientos flojos hasta doblar el cabo y después un través perfecto para velear hasta Myrinas, la capital de Limnos. Son casi 70 millas y preferimos madrugar para llegar sin apuros con luz solar.
El amanecer es tranquilo. La montaña sagrada no tiene hoy su penacho de nubes habitual y destaca a lo lejos, más allá de nuestra proa, mientras el Sargantana se desliza empujado por el ligero viento de aleta. Un dia plácido para leer y escribir. También para acercarse un poco más a la costa y admirar la arquitectura de los monasterios.
Probablemente eso pensaban también Darío y Jerjes hace muchos siglos. La montaña sagrada dijo “pues no pasáis”. Ellos dijeron “sí pasamos”. Y les fue como les fue.
A nosotros nos ha ocurrido algo parecido. Al llegar al cabo, la montaña nos manda de improviso 27 nudos por la proa y ola formada. Lo interpretamos como su forma habitual de decir “pues no pasáis”. Nosotros somos más prudentes que Darío y Jerjes, y nos damos la vuelta. Otra vez a fondear en Ouranópolis.
A la mañana siguiente lo intentamos de nuevo. Hoy respetamos escrupulosamente los quinientos metros. No me he afeitado. Lucía se queda durmiendo en el camarote, por si los dípteros.
Llegamos al cabo, ésta vez a motor. Creo que hoy está de buenas. El viento no cambia, sigue casi a cero. El sol sale de detrás de las nubes en la cumbre y brilla en esta mañana de dos de mayo.
Lo interpreto como un: “Hoy sí. Anda, pasa.”



Viernes, 2 de mayo de 2025