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martes, 30 de septiembre de 2025

VIII. Este año sí, Despotikó

Despotikó es un islote deshabitado a apenas media milla al suroeste de Antíparos. Entre las dos islas forman una gran bahía muy protegida en la que es fácil fondear, salvo cuando entra el viento o la ola del sureste. Al noroeste las aguas son tan someras que sólo las lanchas de poco calado pueden pasar. 

Despotikó es uno de esos fondeaderos míticos entre la comunidad náutica. En 2023 se nos resistió, pero hoy hay viento norte rolando al este que nos hemos divertido ciñendo en largos bordos desde Ios.

Fondeamos entre las dos islas con otra media docena de barcos, 60 metros de cadena y mucha separación. Hay sitio para todos. La bahía es enorme. En temporada llegan por docenas los barcos de alquiler que salen desde Paros en excursiones de día para diafrutar de las cuevas azules de Antíparos, bañarse en la playa de Despotikó y contemplar el atardecer. Pero hoy aparece solo un par de ellos.

En Despotikó no hay nada, salvo un yacimiento arqueológico que empezó a excavarse profesionalmente hace apenas 35 años y en el que se sigue trabajando bajo la dirección del arqueólogo Yannos Kourayos.

Se han descubierto varios edificios y un santuario del s.VI dedicado a Apolo que, según los expertos, podría haber sido más importante que el de Delos. Planean habilitarlo como un museo al aire libre, al estilo de Delos.

Restaurado por el equipo de Kourayos, la imponente silueta de mármol blanco del santuario se perfila sobre la colina de la isla y se distingue en la distancia.

El sitio aún no está abierto al público. Cada mañana el barco del capitán Sargos cruza a los arqueólogos y voluntarios que trabajan en la excavación y los recoge al acabar su jornada. En reciprocidad, a los pasajeros de las excursiones del capitán se les permite visitar los trabajos.

Vista de Despotikó con el santuario de Apolo al fondo
Etapa de Ios a Despotikó


Martes, 30 de septiembre de 2025


Nuestro recorrido de esta temporada hasta hoy



domingo, 28 de septiembre de 2025

VII. Regreso a Ios

De Ios solamente tenemos el recuerdo de ese puerto batido por el viento y las olas de los ferries donde hace tres años dejáramos atracado a Sargantana un par de días para embarcar camino de Santorini. Este año volvemos al mismo lugar, pero con ganas de dedicarle un poco más de tiempo.

Al bordear el cabo que nos permitirá entrar al puerto, me quedo atónita al descubrir que la inmensa construcción en lo alto no es una fábrica, como parece en la distancia, sino un enorme complejo de ocio que Google define como “sunset club”, con piscina infinita, pistas de baile, zona vip, barras de bar y hasta un auditorio orientado a la puesta de sol donde caben cientos de personas. Y en la colina adyacente, otro, más extravagante si cabe, pero que debe estar aún en construcción, porque Google no lo etiqueta (y lo que Google no nombra simplemente no existe).

Sunset Clubs
Faro de Ios

Así nos da la bienvenida una de las islas más famosas de las Cícladas, estas sufridas islas que no dejan de ser como muchas otras en el Egeo, pero que están tomadas al asalto por el turismo de masas. Ese turista, supuestamente chic, que busca en las puestas de sol, en las playas de hileras de sombrillas, en los bares de copas y en la música comercial la estampa idealizada de una Grecia de casas blancas desplomándose sobre el azul del Egeo.

Llegando a Ios

El puerto es como lo recordábamos. Elegimos un amarre de popa en el dique este, donde la ola de los ferries nos entrará de proa. Ojo clínico: es el único puesto donde las amarras a los bloques de hormigón del fondo están cortadas. Usamos el ancla, lo cual es un pequeño incordio, pues hay que estar alerta de que no nos levanten la cadena los barcos que fondean en los muelles de los lados. A lo largo del día los tres diques se irán llenando de grandes barcos, sobre todo de alquiler y sobre todo catamaranes. Al final de la tarde los atraques serán creativos: mañana viene mal tiempo y todos los patrones de la zona buscan resguardo en puerto. Una vez más, haber llegado temprano tiene recompensa.

Muelle este del puerto

Dedicamos el día a los habituales quehaceres cuando tocamos tierra (supermercado, colada, llenar depósitos de agua, endulzar el barco).

A la mañana siguiente subimos a la Chora en un día plomizo. Parece que somos los únicos con ganas de recorrer andando las cuestas y las escaleras que llevan al pueblo. Pronto desistimos y cogemos el bus, pues el aguacero que nos pilla al iniciar el camino forma una catarata de espuma líquida que baja hasta la carretera. Desduzco que es el arrastre de la cal con la que, una vez al año, enlucen las fachadas y bordean de blanco las losas del empedrado en todos los pueblos-postal de las Cícladas.

Agua bajando de la Chora tras la lluvia

La Chora está desierta. Es una ciudad con poca gracia, con un centro histórico de casitas cuadradas transformadas en una sorprendente sucesión de bares, tiendas y más bares que en este final de septiembre han echado prácticamente el cierre por fin de temporada. Luego leeremos en la singular guía de Matt Barrett que, desde junio hasta agosto, la Chora es una inmensa discoteca abarrotada de gente muy joven que empalmará cada noche de fiesta con un día al sol en Myropota, una de las mejores playas (dice) de las islas griegas.

Plaza de la catedral
La catedral, Agia Aikaterini
¡Un rincón sin bares!

Desde la ciudad, vistas. Vistas hacia abajo, sobre la bahía. Vistas hacia arriba, a la colina de la tres capillas que, en hilera, parecen custodiar la población. Vistas hacia el interior de la isla, a las pendientes excavadas de bancales que acogen plantaciones ordenadas de vides y olivos. 

La ciudad está plagada de carteles con mapas que dibujan varias rutas de senderismo en la isla. Gracioso contraste con el ambiente de copas y playa (y encomiable esfuerzo de la autoridad pertinente).

Vista del puerto desde la Chora

Llegamos hasta los trece molinos que fueran tan relevantes para la vida y la alimentación de los iosianos, y que hoy apuntan ruina en su mayoría. La amenaza de lluvia nos hace desistir de recorrer los dos kilómetros que nos separan del teatro al aire libre. Y la tumba de Homero está demasiado lejos para ir andando. Supuesta tumba, habría que decir, pues no se sabe con seguridad dónde se halla enterrado. La leyenda cuenta que vino a esta isla a morir porque era la de su infancia, la de su madre.

Molinos
El mejor conservado
Desde la plaza del molino, una de las imágenes más reconocibles de Ios con la iglesia de la Gkremniotissa al fondo y las capillas de los santos Elevtherios, Giorgios y Nikolaos en lo alto

Valoramos refugiarnos en el museo arqueológico, pero optamos por bajar de la Chora, esta vez sí, caminando. Antes de la lluvia aún nos dará tiempo a pasear por la playa aledaña al puerto y despedirnos de una isla tranquila que nos cuesta imaginar en verano, en pleno éxtasis vacacional de la chavalada, herederos inconscientes de los hippies sesenteros que la convirtieran en su enclave griego del amor libre y la fiesta perpetua.

Playa
Dique sur del puerto, antes de la lluvia del atardecer
Etapa del 28 de septiembre, de Kato Koufonisi a Ios


Lunes, 29 de septiembre de 2025


Nuestro recorrido de esta temporada hasta hoy


martes, 23 de septiembre de 2025

VI - Rumbo noroeste. Amorgós y Koufonisi.

Martes 23. Madrugamos, pero ya no para ir a Anafi, cuyo puerto la comunidad de navegantes nos reporta también lleno. Salimos en dirección noroeste, aprovechando los vientos flojos de hoy, dispuestos a probar suerte de nuevo en Amorgós, la isla brutal que se yergue como una muralla de piedra desnuda en mitad de esta parte sur del Egeo
Nos dirigimos al extremo suroeste de la isla, a cuya vuelta tenemos localizada una bahía protegida en la que caben dos o tres barcos.

Ha habido suerte, sólo hay un velero. Echamos el ancla a su popa, esquivando los fondeos de la docena de lanchas de pesca que atiborran el lado norte de la bahía. Al oeste, una playa con apenas gente.
Etapa de Astypalaia a Amorgós, 23 de septiembre
Miércoles 24. A la mañana siguiente el velero italiano se va antes que nosotros. Nos damos un baño en unas aguas sorprendentemente claras y tranquilas, como tranquila ha sido la noche. A las 10 nos ponemos en marcha, rumbo de nuevo al noroeste, rumbo a Koufonisi

Breve parada en la bahía Pori de Ano Koufonisi, que significa algo así como Koufonisi “de arriba”. Está repleto de catamaranes y barcos de alquiler que van a pasar el día y dejan la bahía tranquila para la tarde y la noche.
Etapa de Amorgós a Koufonisi, 24 de septiembre
Jueves 25. Hacemos las apenas 4 millas que nos separan de Kato Koufonisi, o sea, Koufonisi “de abajo”. Conocemos este fondeo de años anteriores y sabemos que tiene buen resguardo para el meltemi de los tres próximos días.
Si arriba hay poca cosa, en Kato Koufonisi no hay nada, sólo cabras. Coincidimos aquí con el catamarán australiano de Mayte y Nils, con quienes sólo hemos chateado por Navily y a quienes no conocemos hasta vernos aquí. Quitando algún barco de día y un par de rezagados, tenemos el fondeo para nosotros solos
Etapa de Ano Koufonisi a Kato Koufonisi, 25 de septiembre

Sábado 27 de septiembre de 2025


Nuestro recorrido de esta temporada hasta hoy


lunes, 22 de septiembre de 2025

V - El sur fallido. Astipalaia

Lunes 22. Salimos del fondeo en Pserimós al amanecer, después de una noche húmeda. El día se levanta con neblina en el mar. Nuestro destino es Astipalaia, al sur, otra isla que aún no conocemos.
Llegamos a Astipalaia sobre las cuatro de la tarde, en una navegada de las que se disfrutan. A lo lejos ya se distingue un pueblo de casas blancas destacando sobre una colina parda, desnuda de vegetación. No han contestado en el teléfono del puerto y en la cámara web cuesta distinguir si hay huecos. Aún así, entramos a verlo. Es un pueblo de postal, con todas las casas iguales y el castillo en lo alto. Pero la media docena de plazas del puerto está ocupada. Una faena, pues tenemos que comprar una batería de arranque nueva, la nuestra está empezando a fallar.
Damos la vuelta al promontorio del oeste para intentar fondear en la bahía que se abre al otro lado del puerto. Como presagiábamos, está bastante llena de barcos de todo tipo y tamaño. Algunos han pasado aquí el último episodio de meltemi y tienen tanta cadena fuera que cuesta no pisarla. Ocupamos el hueco que deja un catamarán, pero estamos bastante encima de otro.
Siguen llegando veleros hasta casi la puesta de sol. Desde el fondeo hay una vista espectacular de la "chora" y el castillo, pero la presión de barcos la hace poco confortable. A las 8 de la mañana siguiente bajaré a Luis en el dinghy a uno de los pequeños embarcaderos de los pescadores y se irá al pueblo a comprar la batería y algunas provisiones. No voy con él. No iremos a visitar el castillo ni el museo. No callejearemos por el pueblo ni investigaremos su historia y su gastronomía. No nos quedaremos más de lo imprescindible. A las 9:30 estaremos levantando el ancla para huir de la decepcionante masificación de septiembre de estas islas del sur en las que habíamos puesto tanta ilusión. Nos prometemos volver otro año, fuera de temporada.
Etapa entre Leros y Astipaleia el 22 de septiembre


Martes 23 de septiembre de 2025


Nuestro recorrido de esta temporada hasta hoy


domingo, 21 de septiembre de 2025

IV - Una pequeña decepción. Pserimós

A estas alturas nos quedan ya pocas islas griegas por visitar, al menos una vez. La verdad es que hace una cierta ilusión descubrirlas, poner una marca más en nuestro registro de singladuras, encontrar nuevos fondeos, o puertos desconocidos en los que preparar las maniobras de aproximación y de atraque.

Pserimós es una de esas islas perdidas. No sólo porque es parte del Dodecaneso, la esquina suroriental del Egeo, sino porque, además, se remete hacia la costa turca en un rincón lejano entre las islas de Kos y Kalymnos. Para nosotros ha sido siempre una isla “escondida” a la que nunca hemos prestado mucha atención, a pesar de que tiene una cierta fama de paraíso natural y de que es muy visitada por los turistas en temporada alta.

Para esta etapa habíamos marcado Pserimós como recalada de un par de días antes de emprender la ruta hacia el oeste. Estamos ya a final de septiembre y la esperamos tranquila y apacible, como la describen en temporada baja. Por eso hemos esperado pacientemente estos cuatro días a que el meltemi nos diera una tregua, amarrados al pantalán exterior de la marina en construcción de Agia Marina, en Leros. Por eso hemos puesto rumbo sur a pesar de la ola residual del través que todavía nos recuerda el temporal.

La primera sorpresa es la cantidad de barcos con los que nos cruzamos. Vienen en manadas, la mayoría son de alquiler. Todos a motor, saltando las olas con pantocazos tremendos. Es como una regata de locos hacia el norte, suponemos que empujados por la desesperación del que alquila un barco para la semana y no puede sacarlo del puerto base en varios días. Mal presagio: a estas alturas de la temporada la gente todavía alquila.

Nuestra travesía es tranquila. El día es apacible y el viento suave de aleta hace que poco a poco la ola desaparezca. Podemos velear, casi un lujo este año.

El parte anuncia oestes ligeros por la noche y decidimos buscar un fondeo al este de la isla. Una cala de aguas turquesas que las guías advierten como muy concurrida durante el día en los meses de verano. Son ya más de las tres de la tarde y hoy es el último día oficial de este verano. El sol está claramente en pendiente de bajada. Seguro que no hay problema. De haber turistas, estarán volviendo a casa

Pero al llegar vemos que SI hay problema. Es tarde, pero los dinosaurios siguen ahí, como en el microcuento de Monterroso.

Hay cuatro o cinco enormes barcos de turistas apelotonados en la cala. Y no exagero cuando digo enormes. Cada uno puede llevar muchas decenas, quizá más de cien personas. La mayoría son imitaciones modernas de galeones antiguos, de madera, con regalas altísimas desde la que caen cuerpos al agua con el frenesí desesperado de víctimas de un incendio. Cada uno de los monstruos compite con sus vecinos con un chunda-chunda diferente, en un guirigay atronador e imposible.

Los dinosaurios no dormirán en la cala, por supuesto. Recogerán su carga de turistas suicidas y emprenderán su ruta hacia sus puertos base en Kos o Kalymnos, mientras ellos y ellas evitarán el tedio de su viaje en patera grabando vídeos para sus instagramers y declararán que “hoy ha sido el mejor día de mi vida, por favor, tía, te lo prometo” o “bros, este es un sitio prime, fantasía total, mi imperio romano”.

Uno de los barcos turísticos regresando a Kos

Decidimos no esperar a la huida de los dinosaurios, porque sus víctimas no parecen estar suficientemente perjudicadas. Nos vamos hacia el sur buscando algún refugio pequeñito, protegido del oeste y en el que sea difícil conectarse a Tik Tok.

Rodeando el cabo al sur de Pserimós

Lo encontramos. Una calita con mucha arena, aunque no demasiado resguardada del swell que provocan los barcos (dinosaurios y cargueros) que van y vienen a Kos y a los puertos turcos alrededor de Bodrum. En la cala hay dos veleros de alquiler con grupos de alemanes boomers que no se tiran gritando desde la borda de sus barcos, sino que bajan despacito por la escalerilla de la plataforma de popa, como en un balneario para mayores. Al cabo de un rato se ponen sus chalecos salvavidas (les da igual que el mar esté plano) y se van, con toda seguridad hacia un puerto en el que deben tener ya reservas para cenar souvlaki en una taverna a las seis en punto de la tarde.

La noche al sur de Pserimós es solitaria y oscura. Un catamarán se nos une a última hora. De alquiler también, pero con tripulación alemana o inglesa a decir por el nivel de decibelios que produce, entre cero y negativo. Certificamos que la noche en Pserimós sí es agradable y que la isla, ya sin dinosaurios, huele a romero y a tomillo.


No nos quedaremos mañana, por supuesto. Pserimós defrauda en esta época, no puedo ni imaginarla en julio o agosto. Quizá en alguna primavera en la que estemos por esta zona y los dinosaurios estén todavía hibernando. De momento es un tic sin más en el archivo y una pequeña decepción.

Etapa de hoy entre Leros y Pserimós


Domingo 21 de septiembre de 2025


Nuestro recorrido de esta temporada hasta hoy


sábado, 13 de septiembre de 2025

III - Bailando en el Egeo. Leros

A veces parecería que el Egeo es una gran pista de baile, como aquellas salas vienesas de valses solemnes, de Sissi y su emperador girando y girando en el centro de una multitud de parejas en blanco y negro, con esmóquines y frufrúes de seda.

En el Egeo las parejas se mueven en veleros y son menos glamourosas. Casi todas peinan canas y la mayoría tienen nietos. Y sobrepeso. Y agilidad, la justa, para qué nos vamos a engañar. Ellas emulan (a su pesar) a Kate Winslet en Titanic, mascarones de proa en las maniobras de fondeo. Sin frufrú. Ellos se parapetan detrás de la rueda del timón y ponen la misma cara de susto que Eduard González conduciendo su autobús 47 por las pendientes empinadas y polvorientas de Torrebaró. Sudorosos y panzudos. Sin esmoquin.

Pero si lo miras con suficiente perspectiva y con un poco de imaginación (y sin ponerte las gafas bifocales), Viena y el Egeo vienen a ser lo mismo. Parejas que dan (damos) vueltas y vueltas, y nos entrecruzamos en un frenesí caótico, sobre todo en los días previos a una arremetida del meltemi. Como es el caso en esta semana.

Jueves, viernes y sábado el viento vendrá bravo, cual miura en Estafeta. Rápido, más de 40 nudos. Peligroso. Con ganas de voltear y cornear a la flota internacional de abueletes que baila valses en estas aguas. Entre ellos a nosotros, claro.

Llevamos ya varios días mirando el parte con cara de espanto, buscando sitio en puertos que deniegan sin contemplaciones todas las peticiones de reserva. O, alternativamente, alguna de las boyas que montan los restaurantes para captar clientes. O, a malas, una buena playa resguardada en la que tirar el hierro y encomendarse a Eolo y Poseidón.

De momento estamos en una boya en la bahía de Archangelos, al norte de la isla de Leros, a la que hemos llegado en compañía de nuestros amigos alemanes del Ofelia, reencontrados después del verano. Cuatro días tranquilos en un agua transparente que invita al baño y con una taverna agradable que invita a comer un asado de cabra al estilo griego. Sucumbimos ampliamente a ambas invitaciones, por supuesto

En el interim seguimos buscando refugio para este fin de semana de vértigo. Hablo por teléfono con nuestro amigo Javier, del Enjoy, que tiene tripulantes noveles con billetes de avión que le obligan a cruzar hasta Paros casi a contrarreloj. Está fondeado en Lakki, pocas millas al sur. Me dice que nunca ha visto tanto barco acochinado en tablas como en estos días.

Lakki no parece una buena opción. Rainer, nuestro compañero de baile del Ofelia, ha trazado un plan muy alemán para buscar acomodo, con alternativas A, B, C y D. Nos lo muestra orgulloso en su tablet, en la taverna, antes de atacar el cordero, y es aprobado por aclamación popular.

Nos levantamos al alba y a las pocas millas encontramos dos huecos libres en el pantalán exterior de un puerto deportivo en construcción en Alinda. Es un lugar muy expuesto al sur y al este, con cierto riesgo si el viento y la ola cambian de dirección. Pero es lo mejor que tenemos para enfrentar el vendaval, con supermercados a mano, agua y además gratis. Aplicamos el dicho de “más vale pájaro en mano”.

En el pantalán encontramos a Jean-Yvon, un señor francés, mayor, en un bonito ketch azul, antiguo, que acaba de comprar. Lleva aquí un par de semanas. Tiene el motor estropeado y está esperando que los mecánicos den con el problema.

Jean-Yvon es un viejo lobo de mar que navega solo desde que perdió a su mujer hace varios años. Un bretón fascinante que conoció a Leonard Cohen en Hydra en los años setenta y que fue cantante y skipper profesional de yates de lujo en las islas griegas cuando la ola de turismo masiva estaba por llegar. Cuando los barcos no tenían GPS ni estaban atestados de instrumentos electrónicos. Cuando no se patroneaba con un joystick y las cartas eran de papel.

Una época de hippies y millonarios en la que el mar sólo pertenecía a pescadores y cargueros. Una época de historias de pioneros que Jean-Yvon nos recuerda, con ojos brillantes, mientras nos muestra fotos antiguas de su mujer y él, sonrientes y jóvenes, muy jóvenes, felices, en la juppette de un pequeño Arpege.

Jean-Yvon es la excepción en el Egeo, esta pista de baile para parejas de jubilados como los Ofelia y los Sargantana. Uno de los no tan numerosos navegantes que bailan en solitario en este mar, en un viejo barco que quiere llevar desde aquí hasta Bretaña, un viaje que se me antoja imposible en esta época del año y en soledad. Una travesía que no es un viaje, sino una epopeya sólo al alcance de marinos veteranos y sus más veteranos barcos, la cabalgada de un héroe crepuscular.

Su historia me evoca muchas historias, como El viejo y el mar. Y muchas canciones, como aquella de Sting que, por alguna razón, resuena en mi cabeza delante de una moussaka excelente, en una taverna quizá demasiado turística, pero en la que alguien sabe cocinar como antes.

No recuerdo la letra, pero sí algunos versos sueltos.

They're dancing with the missing
They're dancing with the dead
They dance with the invisible ones
Their anguish is unsaid
They dance alone, they dance alone

Sábado 13. Después de explorar la cala vecina y no convencernos para pasar el viento duro de los próximos días, navegamos hasta la islita de Archángelos, al norte de Leros, y conseguimos coger en la bahía sur una boya de las seis que mantiene la taberna.
Nuestra boya está al lado del pequeño embarcadero desde el que el dueño de la taberna sale todas las mañanas a las 7:30 a comprar a Partheni
La taberna es el único lugar habitado de esta pequeña isla poblada de cabras
El plan era movernos a Lakki el lunes, pero no hay sitio en el puerto y la bahía nos dice Juan que está llena como nunca. Así que nos quedaremos en Archángelos los próximos cuatro días y cenaremos en la taberna un par de noches.
La bahía está bien protegida y, aunque entra viento racheado, no hace daño. Aguas cristalinas llenas de peces, formaciones rocosas espectaculares, playas, agua a 23 grados, sol de verano y cabras, muchas cabras. Qué más se puede pedir para pasar este pequeño encierro.
Miércoles 17. Vista de la bahía de Archangelos al amanecer. Aprovechando la ventana, hemos salido al alba en dirección a Leros para refugiarnos del viento de los próximos cuatro días en un lugar aún por decidir
En el lado norte de la bahía de Agia Marina se encuentra el pueblito de vacaciones de Alinda. Entramos a ver la marina en construcción que localizó ayer Rainer en el mapa. Hay sitio libre para los dos barcos a proa del ketch francés a cuyo dueño, Jean-Yvon, conoceremos más adelante 
Amarramos de costado a proa de Jean-Yvon y Rainer y Elena se colocan a nuestra popa. Entre los tres batcos llenamos el pantalán exterior. Esperamos que el viento sople mayoritariamente de tierra
La marina está casi terminada. Los pantalanes están listos, aunque aún sin electricidad y con solo un grifo funcionando
Una cuadrilla de operarios se dedica a adoquinar la explanada principal. No descansan el fin de semana  Los turcos que llegan después de nosotros y se amarran por dentro del pantalán nos cuentan que es una iniciativa del vicepresidente de Leros y que esperan inaugurar el año que viene.
Una carreterita al borde de la costa recorre la bahía desde Alinda hasta Agia Marina. Innumerables hoteles y restaurantes se alinean sin interrupción al borde de la vía. Las tumbonas se alternan con las terrazas en la estrecha playa de Alinda, que tiene hasta torre de socorrista y juego de banderas. Es una zona más bien nueva, bien montada y cara, como caros son los precios de los supermercados
Recorreremos la carreterita varias veces para ir a comprar y también para coger el bus a Lakki. En el camino llama la atención la Torre Belleni, que alberga un museo. Está cerrada por las autoridades por riesgo de derrumbe
Cenando en la taverna To Steki de Alinda con los alemanes y Jean-Yvon

Etapas de Leipsoi a Archángelos el día 13 y de Archángelos a Leros (Alinda) el 17


Sábado, 20 de septiembre de 2025


Nuestro recorrido de esta temporada hasta hoy