La vuelta a casa de este año no está siendo ni de lejos como preveíamos.
A finales de julio y en la primera quincena de agosto el Mediterráneo suele ser un sitio tranquilo desde un punto de vista meteorológico. Mar en calma y travesías nocturnas agradables en las que disfrutar del espectáculo del cielo estrellado y de las perseidas. El único problema suele ser la falta de viento, las motoradas que hacen monótonas las etapas largas.
Pero este año parece diferente. Al llegar a Italia nos ha atrapado una ola de calor asfixiante y eterna, portada en los periódicos de medio mundo. Incendios forestales a lo largo de la costa de Calabria, en Messina, por toda Sicilia. Temperaturas de casi 45 grados durante el día y más de 30 por la noche. El mar a 31 grados, un sopicaldo. Sudor. Beber agua continuamente y no poder quitarte la sequedad de la garganta.
Salimos de Taormina y abandonamos el Jónico (pero no el calor). Tras cruzar hacia el norte el estrecho de Messina, encontramos vientos duros del NW en las islas Eólicas.
No es una buena noticia porque no es fácil fondear en las Eólicas. Son islas volcánicas, muy rocosas y con apenas arena. Tienen pocas calas, casi todas pequeñas y demasiado profundas. Tenemos suerte y encontramos un buen hueco al norte de la isla de Vulcano, en la cala Porto di Ponente, y después una boya de amarre (por un solo día) en la Marina di Vulcanello. Nos unimos a la legión de barcos que buscan refugio cada noche, una versión náutica (y estresante) del juego de las “sillas musicales”.
Vulcano es una isla espectacular, con grandes paredes de roca y un gran volcán en el centro, su máxima atracción turística. No podemos subir a verlo, han prohibido las visitas en horario diurno durante la ola de calor. La combinación de calor asfixiante, olor a azufre y caminata cuesta arriba debe ser una buena aproximación all reino de Hades que describió Homero. Mejor otro año.





Después de tres días retenidos por el viento NW, se abre por fin una ventana en la previsión. Toque de generala. Salimos a escape hacia Cerdeña, renunciando a las paradas que habíamos previsto en Cefalú, San Vito lo Capo e incluso en las islas Égadas. Hay que recorrer cuanto antes las 360 millas que nos separan de Cerdeña, porque sabemos que la ventana se cerrará en pocos días.
Navegamos por instinto, con un mar de fondo incómodo que va disminuyendo muy poco a poco. Un maratón que se nos hace eterno, más de 60 horas, y que no recordaremos entre los más agradables de los últimos años.
Mucho motor, intentos poco exitosos de poner velas y pocos barcos en nuestra derrota. De hecho sólo un compañero de viaje, el Magnificent Beast, un velero holandés de nuestro tamaño que seguimos en el AIS mientras recorre nuestra misma ruta, en paralelo, a unas diez millas por estribor.


Y aquí estamos, por fin en Cerdeña, fondeados junto a la Marina de Villasimius, una playa amplia y resguardada, una de nuestras favoritas en travesías de otros años. Llegamos casi exhaustos, con poco gasoil, poca agua en los depósitos y la necesidad urgente de pasar por el súper.
Como ya temíamos, el parte actualizado nos confirma que aquí en Cerdeña también quedaremos encerrados unos cuantos días. Se avecina un temporal sobre todo el Mediterráneo occidental, una borrasca otoñal, de nombre Patricia. totalmente inesperada en estas fechas de primeros de agosto que nos traerá un mestrale durísimo.
Imposible cruzar a Baleares. De hecho, nos cuesta avanzar hasta Carloforte. El temporal será duro y preferimos amarrar en Marina Sifredi, el puerto en el que nosotros y muchos otros barcos españoles esperaremos pacientemente, una vez más, a que Eolo tenga a bien moderarse.
Carlos se ha vuelto a Madrid desde el aeropuerto de Cagliari. Una gran ayuda para cruzar Sicilia y traer el Sargantana hasta Cerdeña. Quedan muchas millas todavía, pero ya estamos más cerca de casa.




