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lunes, 3 de julio de 2023

Preveza. La magia imposible

Para nosotros, en Grecia, Preveza es “casa”. Donde te refugiabas a la carrera, jadeando, cuando jugabas a policías y ladrones en las noches de verano y los polis te acosaban y casi te cazaban. El lugar al que llegas por un pasillo angosto y balizado que te marca el camino en un mar de bajos peligrosos y traicioneros. Donde te esperan tus compañeros y te felicitan por haber esquivado, una vez más, el agobio de los polis. Donde, hace unos años, el Sargantana volvió, renqueante y quejoso, con la transmisión averiada, reclamando un mecánico urgente para poder seguir jugando.

Preveza es como Port Royal en Piratas del Caribe, un puerto bullicioso y lleno de vida. Un refugio de barcos y de marineros que van y que vienen. Donde hay chandlers para comprar repuestos y supermercados donde comprar ouzocervezas. Una ciudad que siempre nos sorprende, donde haces amigos (o los reencuentras) de una forma mágica, inmediata, como si aquí en Preveza se cruzasen las líneas del destino de todos los patrones de la flota de veleros que navegan por Grecia.

Hemos estado varias veces en este puerto contradictorio, que nunca decepciona, pero que muchas veces agobia y hasta desespera. En julio y agosto, Preveza es, a menudo, un horno en el que pasas la tarde calculando el tiempo que falta hasta que el sol desaparezca tras los tejados de la hilera de restaurantes y bares del paseo y puedas respirar un poco. Sin embargo, por las mañanas, cuando el sol sale por la proa, el ambiente es fresco y tranquilo, el paseo está casi desierto y las terrazas se llenan de cappuccinos y cruasanes. Y, por las noches, Preveza es un desenfreno de souvlakis y de disco pubs, escándalo de máquinas de juegos y vocerío de pandillas de chavales, pero también charlas interminables en cubierta alrededor de rondas de ouzos o Aperol Spritz.

Preveza tiene un muelle donde los barcos se alinean en una chorus line” interminable y en la que algunas veces hay sitio de sobra y otras tienes que rezar por encontrar en el casting un último hueco milagroso. 

Y el Sargantana disfruta formando parte del decorado de ese paseo (este año remodelado) en el que las familias comen helados y empujan carritos a la hora del crepúsculo y caminan despacio. mirando la flota con curiosidad y con envidia, como se miran las jaulas de fieras del zoo o los escaparates de un centro comercial.

Preveza es una harbout master rubia y exhuberante, con un aire a Catherine Deneuve algo entrada en años, que te da la bienvenida, “Welcome Captain”, desde su bicicleta blanca y te cita en su oficinita de capitanía “in ten minutes” para el registro de entrada. La jefa de todo, la que ríe picarona, “lookso many handsome captains waiting just for me”, cuando nos ve, el grupo nutrido de captains esperándola en la puerta, los alemanes ya desesperados y despotricando sobre Grecia y la puntualidad de los griegos, porque llevan allí casi una hora (los alemanes e ingleses se creen lo de los ten minutes). Los italianos y españoles les miramos con sarcasmo y una sonrisa de medio lado. Estamos más hechos a estas cosas.

Llegamos a Preveza un lunes de julio, casi a las dos de la tarde. Después de una regata improvisada desde el puente de Lefkas, un yate inglés, el Quantum Leap, nos quita la primera posición justo en la banderola de cuadros, mientras arriamos velas, y nos birla la única plaza libre. Toca esperar y, a malas, buscar un fondeo temporal para esta noche enfrente, junto a los varaderos. 

Amarramos entre dos veleros, el Karma, un Moody 45, y el Sea-U, un Sense 50. Dos barcos enormes que parecen nuestros hermanos mayores. En ellos, dos tripulaciones, una americana y la otra israelí, que viven todo el año en sus barcos y de las que nos hacemos inseparables.



David y Yeshim, del Karma; Ilana y Rami, del Sea-U; y Luis y yo en la terraza de uno de los merenderos de la playa



Pasamos tres días en Preveza, que podrían haber sido muchos más. Disfrutamos de esta ciudad que ya consideramos un poco nuestra. Supermercados, visitas a las tiendas náuticas, comprar gas, llenar depósitos. Con nuestros nuevos amigos compartimos cenas, copas, charlas, planes de travesía, planes para otros años… antes de seguir nuestro camino.

La magia imposible de Preveza. La que nos hace y nos hará volver aquí año tras año.



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