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jueves, 15 de julio de 2021

Etapa 8: Corfú - Petriti. La dolce vita (1960)



Una vez en Grecia el ritmo del viaje cambia. Seguimos teniendo un plan, de hecho tenemos que recoger invitados en Cefalonia dentro de dos semanas, y en el interim mucho que visitar (Syvota, Paxos, Preveza, Levkas), pero las etapas serán más cortas y podremos ir improvisando día a día.


Decidimos que queremos seguir algún día más en la isla. El ambiente y el color de Corfú nos han atrapado y estamos dispuestos a renunciar a alguna escala. 


Nuestro primer destino está solo a unas millas al sur de la capital. Nos lo recomienda nuestro vecino de amarre, que, claramente, conoce la zona. Nos previene del colapso de barcos que probablemente encontraremos en Syvota o Paxos y nos sugiere el mejor fondeadero de Corfú: Petriti.




Dejamos Mandraki a media mañana. El “master” del puerto es de los que no madrugan y no podemos irnos sin recuperar los 15€ de la fianza del agua y la electricidad. Ya nos había dicho que lo podíamos cobrar en el restaurante si él no estaba… como si en el restaurante fuera a haber alguien. Que no me extraña: han estado hasta las tres de la mañana con música y cobijando a un par de ruidosos grupos medio borrachos. 


El puerto es espectacular, incrustado en la fortaleza vieja de la que forma parte, hasta el punto de que nos han pedido el ticket de entrada cuando regresamos del primer paseo por Corfú. Pero tiene algún inconveniente, como la popa pegada al restaurante, que, aparte de la falta de intimidad, es un incordio cuando, como hoy, los tertulianos retrasan la hora de cierre tal que si fueran españoles. La primera noche había sido tan tranquila… 




Mandraki ha sido nuestro primer puerto griego y, por tanto, es en la ciudad de Corfú donde nos presentamos ante la Autoridad Portuaria para registrar nuestra entrada y pagar la tasa correspondiente. Ningún problema, porque aquí todo el mundo habla inglés, y, cuando se trata de cobrar, más. Hemos tenido que presentar nuestros certificados de vacunación COVID-19 y solo ha habido un pequeño rifirrafe con el justificante de que el seguro estaba pagado hasta el año que viene.   


La caminata hasta las oficinas portuarias ha merecido la pena para tomar contacto con el casco antiguo, el área comercial, los alrededores de la Fortaleza Nueva, el puerto nuevo y la zona del puerto de cruceros. Constatamos que en Corfú hace calor, muchísimo calor (¿Qué dije yo de Crotone? Olvidadlo, el calor era esto). 







La visita a la Autoridad Portuaria nos permite planificar el paseo de la noche y el recorrido turístico del día siguiente, que incluirá una compra en uno de las cadenas de supermercados más presentes en Corfú. 


Esa sí que es toda una experiencia. Empezamos por hacer cola en la calle (seguimos con medidas anti-COVID). Que a ver cómo pides la vez en una fila desordenada y entremezclada con las obras de la acera, si no es por señas. Nos dan un tarjetón al alcanzar la puerta, que no sabemos para qué sirve. Y, ya dentro, el reto de descifrar con paciencia y con ayuda de Google las etiquetas y los envases. Siempre me ha resultado muy divertido comprar en los supermercados fuera de España, explorando las marcas y los productos novedosos, aunque reconozco que traducir del griego agota. Y más si, como nosotros, vas a la caza del “gluten free”. 

Tarjeta de entrada a los supermercados de YNKA. Entregue la tarjeta en la caja al salir.”


Dejamos la ciudad de Corfú con la sensación de haber cumplido una etapa importante del viaje y, a la vez, de que es sólo el principio. 




Vamos costeando para ver desde el agua el famoso monasterio Vlacherna y la también famosa “isla de las ratas”. Sabíamos que estaba cerca del aeropuerto, pero no estábamos preparados para el espectáculo de los aviones tomando tierra por detrás del monasterio, en la pista paralela a la costa, o despegando hacia el mar. Debe impresionar ir en uno de esos aparatos, con la nariz pegada a la ventanilla y conteniendo el aliento.




Seguimos rumbo a Petriti. La costa se sucede invariablemente verde de pinos y cipreses. Y con el canto de las cigarras de fondo. Estamos suficientemente cerca como para oírlas. Es una costa bonita y cuidada, aunque también hay algún que otro desmán de complejo turístico “a la española”.   





Petriti es un pueblín de pescadores cerca del extremos sur de la isla. Con un puerto pequeñito en el que hay unos pocos barcos y unas cuantas tavernas. Poco más.





Junto al puerto hay una playa larga con arena y varias calas contiguas. Se puede fondear cómodamente en 3-4 metros sobre arena. Las tavernas tienen terrazas sobre el agua y pantalanes privados para amarrar las neumáticas. Claramente un sitio espléndido para bajar a cenar, que ya llevamos semanas sin hacerlo.


En tres horas estamos allí. Pocos barcos al llegar pero el número aumenta a lo largo del día. No importa, aquí hay arena para todos. Y afortunadamente son “barcos tranquilos”. Ningún charter de turistas gritones y desconsiderados.




Costó trabajo elegir, pero finalmente nos decidimos por la Taverna Limnopoula (Λιμνοπούλα). Muy agradable, mesa al borde del agua, como de anuncio de colonia. Vino blanco. Moussaka (yo), muy buena. Pescado sin gluten (Lucía), muy achicharrado, como parece que es tradición en Grecia. Camarero muy simpático y atento que pronto averigua que somos españoles e, invariablemente, nos cuenta sus peripecias, incluyendo el partido de fútbol en el Camp Nou.


Dolce Vita. Por si la alegría fuera poca, descubrimos que en la tiendita de alimentación del pueblo venden bolsas de hielo. Casi lloro de la emoción. Acarreamos botellas de agua como si no hubiera un mañana. Compramos ouzo, vino de retsina (Lucía opina que sabe igual que el limpiador de pino del Mercadona), tzatziki y una fruta excelente, obviando los huevos a granel, gordos como pelotas, porque aún nos quedan.


Dolce Vita. Nos quedamos otra noche más. Sin hacer nada, sólo disfrutando del momento. Hace sol, hay viento. Mañana entra un NW que nos vendrá bien para velear hacia el Sur.





martes, 13 de julio de 2021

Etapa 7: Crotone - Corfú. Mi gran boda griega (2002)


Cartel de la película “Mi gran boda griega”

Corfú, Kerkyra, es la isla de los vencejos y las cigarras. 

Sí, también es la isla esmeralda, verde brillante como de jardín inglés, de mar calmado y sin ola a nuestra llegada, como un estanque. 

Corfú (Kerkyra)

Pero sobre todo, Corfú es el zumbido continuo y omnipresente de las cigarras, que cantan sin pausa desde la mañana a la noche, y el griterío de los vencejos reales, que te despiertan por la mañana e inundan con su canto cualquier calle de la ciudad. Es el aleteo y el ruido de los vencejos que colonizan todos sus árboles.

Vencejos
Y la ciudad, Corfú, es un gran parque temático. Un decorado de ensueño, un laberinto infinito de callejuelas retorcidas en las que jugar al escondite.




Un zoco. Quizá un poco turístico. Bueno, un mucho turístico. Una especie de Disney medieval, como de Juego de Tronos. Que recuerda un poco a Alghero o Cefalú, pero mucho más cuidada, más reluciente, de calles empedradas e inmaculadamente limpias que suben y bajan continuamente en escalinatas fatigosas. Una ciudad perfecta. Sin un papel, sin una colilla. 





Corfú son dos fortalezas venecianas (la Fortaleza Vieja y la Fortaleza Nueva), que fueron inexpugnables para los turcos.




No sorprende. Murallas altas y torres esbeltas que todavía conservan los grandes cañones defensores de la bahía. Playas bajo las murallas. Playas pequeñísimas de agua muy limpia, de hierba y piedras. Porque en Corfú no parece haber arena, ni polvo, ni mugre, como en un castillo de cuento.




En Corfú los ingleses circulan sudorosos en filas o grupos, siguiendo a su guía como patitos que siguen a mamá pata. Están pálidos, la mayoría blancos como el papel y algunos ya con ese tono rosado flamenco que sólo lucen los ingleses cuando se aventuran por los reinos del Sur. Por la noche deambulan en grupos por las calles atestadas, llenas de tavernas y de tiendas de camisetas y de souvenirs. Y comen helados sentados en los pretiles, y escuchan en silencio los grupos callejeros que tocan y cantan jazz. 

Los ingleses de Corfú beben, claro que beben, pero sin estrépito, como disculpándose. Quizá porque son conscientes de que Corfú ha sido un poco Inglaterra, o todavía es un poco Inglaterra. Y por eso tienen un campo de cricket primorosamente cuidado en la Gran Esplanada, al lado de la Fortaleza Vieja. Y por eso aquí escribió Gerald Durrell "My family and other animals".

Paseamos por Corfú como unos turistas más. No ingleses pero casi. Uniformados de turistas, con gorro y con mochila de turistas, mimetizados con el paisaje. 



Buscamos compulsivamente la belleza de una ciudad que nos entra por los ojos con luz cegadora. Hacemos fotos y más fotos. Como pareja en viaje de novios, porque, ciertamente, nosotros estamos de viaje de novios. Porque hoy es mi cumpleaños, y me han hecho un regalo. Porque llegar a Corfú es haber llegado a nuestra Gran Boda Griega.

Regalo de cumpleaños

La travesía a Corfú, desde Crotone, tiene poco que contar. Salimos pronto, como estaba previsto. Ya desde el principio, con viento. Lo previsto (un fuerza 3), a veces ciñendo y otras al descuartelar, pero que nos lleva sin problemas directo hacia Othonoi, la primera isla griega al norte de Kerkyras. Ya desde el principio con la trinqueta arriba y dos rizos de mayor. Y con ola creciente, arreciando a una marejada no muy cómoda al sur de Leuca y en todo el cruce del Adriático.

Muy pocos barcos, y casi ninguno cercano. Esta zona parece estar fuera de las rutas habituales de los mercantes que, según vemos en el AIS, suben y bajan por el Adriático en fila india muy cerca de la costa de Corfú. 


La travesía, muy rápida. Podemos distinguir Los Altos farallones de Othonoi saliendo de la bruma matinal, antes de lo previsto, sobre las 0700. Pero también algo incómoda. Yo duermo cuatro horas sin muchos problemas, pero Lucía acusa los botes continuos del Sargantana sobre las olas que nos llegan por la amura de babor.

Resolvemos no parar en Othonoi, como teníamos previsto. Es demasiado pronto para no aprovechar la jornada y continuar hacia la ciudad de Corfú. Buscamos otros posibles fondeos más cerca de la ciudad y nos decidimos por intentar uno de los cuatro o cinco que sugiere la guía del Imray en la parte NE de la isla, una vez pasado el estrecho canal que la separa de Albania.


La travesía matinal de la isla por la costa norte es tranquila. Bastantes barcos italianos se cruzan con nosotros buscando el Adriático.  Es domingo y probablemente quieren llegar antes de empezar el partido en el que esa noche Italia ganaría la Eurocopa a Inglaterra (¡Forza Italia!).

Finalmente fondeamos en Kalami Beach, al lado del famoso restaurante White House. antigua casa de la familia Durrell cuando vivían en Corfú.

The White House en Kalami
Primera gran impresión de cala maravillosa, verde brillante tanto fuera como debajo del agua. En completa calma. Sin olas. Con bastantes barcos y bañistas atrevidos en colchonetas que deambulan por el centro de la cala. Hasta Lucía se anima a ir nadando hasta la playa de cantos rodados. El sitio perfecto para la primera noche de nuestra Gran Boda Griega.



Echamos el ancla en catorce metros, sobre arena y algas. Parece que agarra bien, nos podemos quedar. El zumbido de las chicharras es atronador a esa hora de la tarde. Finalmente quedamos unos pocos barcos para pasar la noche. Tranquila, sin chicharras. Abrimos una botella de nuestro mejor vino blanco para cenar. Necesitamos descansar.

A la mañana siguiente llegamos a Corfú a primera hora. Pedimos amarre en Port Mandraki, una marina excepcional. Pocas pueden presumir de estar, literalmente, metidas en las murallas de una fortaleza veneciana como la Fortaleza Vieja


Al llegar a la bocana vemos otro barco (el Lady Eva), esperando pacientemente. Nos llama por VHF. Parece que hay que esperar 20 minutos por algún problema en la marina. Nos lo confirma el puerto. No hay problema, no tenemos prisa.

El Lady Eva espera para entrar en Mandraki

A medida que pasan los minutos, van llegando barcos. Algunos con la radio conectada, otros no. Todos tratan de entrar en el puerto. El Lady Eva se erige en "protector de la cola" y reprende enérgicamente a los que tratan de colarse (sin pretenderlo, por supuesto). Es como en la pescadería: "¿Quién da la vez?". Lady Eva está nerviosa, muy nerviosa. Su patrón tiene ferry a la una y quiere llegar a tiempo. Lleva bandera suiza. Lo normal.

Lady Eva llama a puerto y pide novedades. El puerto contesta con cierta pachorra algo así como "a ver si estamos todos tranquilitos, que aquí estamos muy liados". Versión griega y en inglés, por supuesto.

Lady Eva bufa y mira el reloj. Los dos ingleses del Y knot, que acaban de llegar y a los que hemos dado la vez, no tienen muy bien la radio y no se enteran. Son ingleses, claro. Y vienen. Y preguntan como esos niños:  "¿falta muchoooo?”.  Les decimos que tranquilos. Que se esperen. Que Lady Eva está de los nervios. Y que cuidadito, que luego vamos nosotros. Llegan más barcos. La bocana empieza a estar como la cola del súper.

Finalmente desde el puerto nos llaman.  Dicen que "vayamos pasando". Y que "¿Quién es el primero?".  A la pobre Lady Eva, que lleva allí desde que abrieron, le debe sonar a cachondeo, y se lanza como posesa sobre la bocana. Desde el puerto le dicen que le toca amarrar de proa en el dique exterior. No se queja. Allí que se va, sin protestar, que los suizos protestan poco.

Ya con Lady Eva tranquila en su amarre, el puerto nos dice por el VHF "Que pase el siguiene". Y allá que vamos disparaos. Igual, nos quieren hacer amarrar de proa. Yo, que ni de coña, que el Sargantana no es un pringao como Lady Eva. Los polacoespañoles somos más protestones.

El marinero acepta a regañadientes y dice que vale, que al lado del restaurante. Y pregunta "¿Cuántos timones tienes?". Yo alucino un poco, creo que no me han hecho nunca esa pregunta desde un puerto. Le digo que uno, claro. Y pregunta "¿Y cuánto mide tu timón?". Le digo que 1,90 m (la verdad es que no tengo ni idea, pero se supone que es nuestro calado). Me dice que lo tendré que dejar "un poco lejos del pantalán, porque hay piedras". Sigo alucinando, pero le digo que adelante. Que vamos para bingo.

El sitio no está mal, pero hay que meter el barco justito justito entre un pequeño pantalán cruzado y otro velero Dufour 382. Y con cuidado de no acercarse mucho a las piedras, no vaya a ser que nos carguemos la pala del timón. Pero tenemos tanta gana de ducha como el Lady Eva (que a estas alturas debe estar ya en el taxi camino del ferry), así que sacamos nuestro calzador y conseguimos embutir el barco con la mayor precisión que podemos. Ni un rasguño. Ni un agobio. Supongo que será mi regalo de cumpleaños.


Ya amarrados nos dedicamos a observar el espectáculo. El Y knot aparece en nuestra proa, perdido en la dársena, sin saber qué hacer.  Son ingleses, no tienen radio, no se enteran. Nos han visto entrar y han dicho "pringao el último". El marinero se cabrea con ellos y les pregunta el nombre de su barco. Le dicen "Y knot", que suena como "Why not?". Tras unos rifirafes dialécticos a costa del nombre del barco y de que habían entrado sin permiso, acaban por colocarles en la puerta de los baños. Justicia poética. El marinero, un mocetón griego, fornido él, va chorreando y colocando sucesivamente a todos los barcos de la cola, uno detrás de otro, barco por barco. 

Eso sí, nos toca esperar el token para activar las tomas de luz y agua hasta por la tarde. Creo que el marinero está cabreado. No importa, la función ha valido la pena.


Bienvenidos a Grecia. Bienvenidos a Corfú. 






viernes, 9 de julio de 2021

Etapa 6: Rocella Ionica - Crotone. Heat (1995)

Cartel de la película “Heat” (1995)
El sur de Italia nos recibe con viento casi nulo y un calor agobiante, húmedo y pegajoso que te empapa desde primera hora de la mañana.

Rocella amanece tranquila. Finalmente perdimos ayer noche la semifinal de fútbol contra Italia. Los marineros nos consuelan: “¡Spagna, testa alta. Forza Italia!”. Una pena, porque merecimos más, pero qué le vamos a hacer. Y mirándolo por el lado bueno, eso lo simplifica todo, porque, ahora, ver o no ver la final (en la que obviamente seremos tifosi de Italia) ya no condiciona nuestros planes de navegación.

En el plan original, el próximo destino es Crotone y de ahí seguir recorriendo toda la costa sur, y el golfo de Taranto, hasta un último salto desde Leuca hacia Othonoi y Corfu. Pero la predicción no encaja. Hasta el sábado tendremos muy poco viento. Y a estas alturas estamos ya hartos de motor.

Así que decidimos seguir hoy hasta Crotone y prescindir de Leuca. Pasaremos un par de días en el “Porto Vecchio” de Crotone y desde allí partiremos para Grecia el sábado, a vela, con el viento Norte que se anuncia.


A las 1000 salimos del puerto, después de repostar gasoil. Nos ha gustado la marina de Rocella. Es una de esas marinas modernas, al estilo de Marina Denia o Juan Montiel, en Aguilas. Personal impecable y super atento. Instalaciones modernas y razonablemente limpias, aunque un poco destartaladas (ese capítulo parece ser la asignatura pendiente de todos los puertos italianos). Los protocolos de llegada y salida de puerto se cumplen más o menos a rajatabla (registro en una oficina de verdad, documentación, información). Lo que uno esperaría encontrar siempre en un puerto pero que aquí, en Italia, es casi la excepción.

Marina Rocella
Con todo, Rocella tiene sus particularidades, que para eso estamos en Italia. Al volver de la oficina nos encontramos con una pareja de recién casados, vestidos de boda, sentados en la proa de una lanchita (¿sería la suya o una elegida al azar?), justo enfrente del Sargantana, y abriendo una botella de champán. Nos tenemos que abrir paso entre una  multitud de fotógrafos y familiares de punta en blanco que les aplaude desde el pantalán. Eso si, hay que decir que no oímos ningún “¡Vivan los novios!”.  No debe ser costumbre.

Fotos de boda en Rocella Ionica

Porto delle Grazie, que es el nombre de esta marina de Rocella, aunque nadie la llame así, es un descanso para los sentidos. Está a las afueras de la ciudad, en una zona de pinares. El aroma peculiar de la resina seca se huele desde el mar, antes incluso de llegar a la bocana. Los pantalanes son amplios y están prácticamente vacíos. Los escasos barcos y lanchas son locales. Tienen instalaciones y puedo lavar y secar las sábanas y toallas mientras España pierde en la tanda de penalties.

Marina Rocella

Seguro, volveremos a Rocella, sea en el viaje de regreso o en futuras expediciones a Grecia. Y a ver si para entonces han dragado un poco la bocana, que ya les vale. Entrar aquí es más complicado que la maniobra de aproximación a Madrid Barajas.

La travesía a Crotone es corta. Unas 65 millas, atravesando el Golfo de Schilache. A priori sencilla, probablemente toda a motor. Rumbo directo hasta el Capo Rizzutto. Parece que se avecina otro día más de vegetar.

Sin embargo, en la bahía se levanta un ligero viento de través. Nada del otro mundo, claramente insuficiente para velear con mayor y génova. Pero que nos da una oportunidad de oro para sacar nuestro casi olvidado gennaker, por fin, después de siglos, y disfrutar varias horas del placer de movernos sin ruido, de trimar velas y ajustar rumbos, de eso a lo que hemos venido a este viaje.

Asimétrico (gennaker)

El Capo Rizzuto es una zona protegida. La carta marca las zonas con diversas prohibiciones, desde simplemente navegar hasta pescar o navegar a motor. Hemos elegido cuidadosamente la ruta para no entrar en las primeras. Sin embargo, no tardamos en recibir una llamada por radio del guardacostas exhortándonos a desviar nuestro rumbo, pues sabe por el AIS que, aunque velero, vamos, como es ya habitual, a motor y nos ve demasiado cerca. Vale, de acuerdo. Mientras rodeamos el cabo dejando dos millas de respeto, aún tenemos la oportunidad de escucharle llamar repetida y desesperadamente a otros dos barcos que, a diferencia de Sargantana, ni contestan ni cambian su  rumbo demasiado cerca de la costa. En un momento dado nos pide que les llamemos nosotros, por si fuera  que a él no le oyen… Este rodeo nos hará llegar de noche a puerto. 
Atardecer con Crotone a la vista

Vamos a pasar tres noches en Crotone. Una capital de provincia pequeña, ciudad de pescadores y de plataformas de extracción de gas que se recortan en el horizonte como una manada de transformers amenazantes.

Plataforma de gas

Nada destacable aquí. Una ciudadela medieval construida sobre la antigua colonia griega Kroton, un laberinto de callejuelas no muy limpias, bastantes turistas en playas urbanas, y mucho tráfico. Una ciudad más entre muchas otras, con un mercado callejero y muy barato de verduras, fruta y pescado, pero una ciudad con un cierto encanto, aún en estos días de luz cegadora y calor aplastante.

Playa de Crotone
Crotone nos da la oportunidad de callejear sin rumbo y de comprar en sus tiendas locales. Nos abastecemos de calamares y mejillones en una de las "pescherias" del puerto y de fruta y verdura en el pintoresco mercado "coperto". Hasta encontramos en el paseo de la playa una tienda de productos artesanales totalmente "gluten free". 

Mercato coperto en Crotone

Crotone es una mezcla de villa antigua, poblachón destartalado y ciudad de vacaciones. Exhibe con esmero su kilométrica playa, donde el ambiente es como de primeros de siglo pasado. Publicita sus palacios, su muralla, su castillo y sus museos en esmerados carteles callejeros. Pero acepta la ropa tendida sin pudor en las fachadas de casitas humildes, que se entremezclan de forma imposible con los restos arqueológicos, en callejones impracticables. Y sucios. La ciudad está sucia y descuidada. Parece que la vegetación crece aquí desbocada, lo que hace especialmente frondosos los árboles de los paseos y los muchos macetones de las terrazas de los restaurantes, pero puebla las aceras de hierbajos que se entremezclan con los excrementos de perro.

Crotone es calor, mucho calor, calor como nunca. 

Crotone

Castillo de Carlos V Crotone

Elegimos el Club Vélico Crotone. Uno de los tres pontiles que ofrecen amarres en el Porto Vecchio. Descartamos el más barato (Lega Navale) por estar demasiado cerca de la bocana y el posible swell del SW.

Entrada al Club Velico Crotone

El Club Velico parece dedicado a enseñar vela ligera, y en efecto, tiene un par de dársenas con pantalanes en los que se amontonan sin mucho orden lanchitas, veleros y barcos pesqueros. Eso sí, nos cabe la duda de si los pesqueros son de atrezzo, porque en los dos dias que estamos no vemos a ninguno moverse del sitio. 

Aula al aire libre del Club Velico Crotone

Nos pareció un sitio muy agradable, lleno de niños en clase de vela ligera con sus Optimist y sus Láser. Caótico, como todo aquí, pero encantador. Rodeado de pescherias que ofrecen su pescado en cajas (parece que, después de todo, los pescadores no son de atrezzo).

Porto Vecchio Crotone

Llegamos al Club Velico tras la puesta de sol, prácticamente de noche. Esperamos al marinero de rigor, pero nos recibe una pequeña multitud de gente agolpada en el pantalán, como un comité de recepción. Ya está oscuro y casi no distingo más que sus sombras. Todos a una nos saludan, nos dirigen, amarran nuestros cabos, nos dan la guía del muerto… 

No salimos de nuestro asombro. Definitivamente, las guías no mienten cuando alaban la “bienvenida acogedora” en este sitio. Se me viene la visión del pueblo de Villar del Río, con Pepe Isbert a la cabeza, recibiendo a los americanos en “Bienvenido Mr Marshall”.

Una vez todo en orden, alguien pregunta

 - ¿Tutto bene?

Asentimos. Estamos firmes. - Tutto bene.

Quiero preguntarles lo habitual en estos casos: si tenemos que hacer los papeles de entrada ahora o mañana, si hay baños (y dónde), la password del wifi. Esas cosas que el capitano de Marina Rochella nos explicó ayer con todo detalle (y con un folleto).

Pero para cuando soy capaz de articular palabra, todo nuestro comité de recepción ya está convenientemente sentado alrededor de varias mesas plegables, hablando entre ellos, pasándose el vino. Cenando en familia. En medio del pantalán. Justo en nuestra popa. A las tantas. Y, por supuesto, sin prestarnos la más mínima atención. 

Desisto. Este país nunca dejará de sorprenderme. Viva l’Italia.

Sargantana en el Club Velico Crotone