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martes, 24 de agosto de 2021

Etapa 19: Catania - Siracusa. El Padrino II (1974)


Llegamos finalmente a Catania el domingo a primera hora de la tarde. Nos acercamos en rumbo SW empujados por un viento flojo que despertó por fin durante la mañana, después de casi un día y una noche aturdidos por el runrún del motor en la encalmada.

La ciudad está paralizada. Es un domingo de agosto, en Sicilia, a la hora de la siesta. Nadie sale en Catania, un día como hoy, a la hora de la siesta. Nada se mueve, ni coches ni barcos. Ni siquiera el Etna (menos mal), que emerge de la ciudad cuando miras hacia el norte, imponente, tranquilo y cubierto de nubes que amenazan tormenta. 




El puerto de Catania es enorme. Una gran dársena protegida del norte y del este por un largo rompeolas exterior que abre hacia el sur una bocana quizá demasiado amplia. Dentro, tres ferries tamaño gigante y otros más pequeños esperan a su pasaje medio adormilados. Pero hoy es domingo, y es la hora de la siesta, y, por no oír, no se oye ni siquiera el clang-clang-clang metálico de camiones subiendo y bajando a sus cubiertas. Pocos mercantes, pocas grúas. Catania no parece un puerto que mueva muchos contenedores, sino más bien de tráfico de pasajeros y camiones, sobre todo a Malta.

Entramos por la bocana, luminosa y desierta. No tenemos ninguna reserva, damos por hecho que encontraremos amarre, venimos de lejos, sin cobertura. Mi amigo Gianni me recomendó en Preveza su puerto base, el Circolo Náutico NIC, una de las marinas deportivas de la ciudad, todas en el puerto.

Llamo por VHF.

-  Circolo Náutico NIC, Circolo Náutico NIC, here is sailing vessel Sargantana. Do you read me? Over

No hay respuesta. Repetimos varias veces. No hay respuesta. Llamamos por teléfono. No hay respuesta. 

Tras cincuenta y dos horas de navegación, la soledad y el silencio saben a plomo derretido en el decorado desierto y caluroso de este puerto, un domingo de agosto a las cuatro de la tarde.

Pero a estas alturas de viaje tenemos recursos y sabemos buscarnos la vida. Nos dedicamos a recorrer lentamente los muelles y pantalanes, a la búsqueda de algún alma resucitada de la siesta. Desde la distancia vemos los muelles cubiertos ligeramente por arenilla negra, una especie de carbonilla, que les da un aspecto un poco sucio y abandonado. Sin duda es culpa del Etna, que se ha debido enfadar últimamente, y del viento norte, que en ocasiones se alían para hacer de esta ciudad la única del mundo en la que la nieve cae en forma de arena negra.

Como era de esperar, aparece finalmente el marinero. Un señor mayor, alto, enjuto, vestido con un pantalón corto o un bañador azul y sin camiseta, que nos ha visto dar vueltas y más vueltas y ha debido llegar a la conclusión de que el tema iba con él. No llegué a preguntarle su nombre, pero diría que tiene cara de llamarse Vito.

Le vemos acercarse, parsimonioso, seguido por un perro grande y blanco, quizá un golden retriever.

Esta versión de marinero nos faltaba en este viaje. Que recuerde, hemos tenido casos de marinero solo, de marinero con pareja, de marinero con pareja en neumática, en trío, de “marinero con familia cenando en el pantalán”, y hasta un caso de “marinera aficionada haciendo jogging que pasaba por allí y se para a ayudar”, pero nunca habíamos tenido la versión  “marinero con perro pero sin camiseta”. La vida te da sorpresas, no hay duda.

Vito recorre el pantalán arriba y abajo, varias veces. Se para frente a una plaza libre. Nos llama, voy para allá. Inicio la maniobra. Mueve la cabeza. No le gusta. Se va sin decirnos nada. Ni nos mira. Le seguimos obedientemente. Lucía y yo alucinamos. Volvemos a verle unos metros más allá en otra plaza libre. Esta sí. Esta tiene que ser la buena.

Vito se para frente a la plaza libre, erguido como un torero en el ruedo frente al tendido de sol. Levanta la mano y nos cita. A pecho descubierto. Nunca mejor dicho.

Obedientemente coloco al Sargantana perpendicular al pantalán, y doy marcha atrás muy despacio, camino del amarre.

Todos los actores están en su lugar

Lucía, guantes puestos, bichero en ristre, maldice entre dientes mientras se prepara en la banda para recibir la guía mugrienta del muerto de proa. Porca miseria.

Vito, que aprovecha para iniciar una animada charla con nuestros próximos vecinos de pantalán, que asoman la cabeza, nos miran, y maldicen que haya tenido que elegir precisamente la plaza de su costado a la hora de la siesta. Porca miseria.

El perro, que parece ser el único que me hace caso y no maldice, mueve el rabo en señal de bienvenida y me mira fijamente y con la boca abierta. 

Visto el elenco, me tira más el perro y por un momento pienso si no será mejor pasarle el cabo de amarre en vez de a Vito. Lo descarto cuando veo que Vito por fin deja a los sicilianos tranquilos, le pasa la guía a Lucía (¡mierda, viene llena de mejilloneeees!) y decide finalmente prestarme atención.

Es la mía. Le paso los cabos antes de que se arrepienta como la otra vez, Y menos mal que no hay viento, porque Vito, esta tarde, es un señor que va a cámara lenta. Ya se sabe, el domingo, agosto, la siesta y todo eso.

Pero nada, atraque perfecto. Barco en su sitio. Antes de cualquier otra cosa,  nos saludamos

- Good afternoon
- ghftgff Jjhtr, capitano

No está claro si me ha respondido en inglés o en italiano. Decido que debe ser alguna variante muy local, y quizá en recesión, del dialecto siciliano. Ahora entiendo lo del VHF, doy gracias mentalmente de que no me haya respondido. Ciertas cosas, mejor en privado…

Vito se despide con un “arrivederci” que entiendo al final de un párrafo que no entiendo, pero que intuyo viene a significar  “los papeles y el dinero en la oficina mañana, que ahora está cerrada; agua y luz, aquí en las torretas del pantalán; que lo paséis bien, y para la próxima a ver si no llegáis en plena hora de la siesta, coño”. No es tan complicado el siciliano.

El perro le sigue, pero antes me mira y mueve el rabo, lo que intuyo viene a significar “me voy con éste, pero vuelvo a la hora de la cena, me tumbo aquí en el pantalán, os hago compañía, y si cae algo, pues eso. Y por cierto, esta que viene contigo tiene pinta de que nos tiene manía a los perros. A ver si haces algo, pero lo veo difícil”.

Todo claro.Y así ocurrió ni más ni menos. Perro listo.

Por lo demás Catania es una ciudad magnífica, como toda Sicilia. La visitamos quizá menos días de los que merece, pero Lucía no está del todo bien, y ya vamos con el metrónomo en modo rápido por la amenaza de tormentas.

Impresionan sus calles rectas y larguísimas, sus palacios y ese aspecto de ciudad reconstruida y revivida tras una catástrofe. Incluso la arenilla negra que lo invade todo la enmarca y le da un aspecto único. 


Visitamos su mercado y el centro, pero dejo que Lucía dé los detalles, que, como dijo el otro, “llevo ya mucho escrito y me voy a acostar, que estoy un poquillo cansao”.

Solo después de repetirme un test de antígenos al día siguiente de llegar me animo a dejar el barco. 


El malestar durante toda la travesía, que me he pasado con fiebre y la mayor parte del tiempo durmiendo, me ha impedido prepararme para Catania. Así que me pilla de sorpresa esta pequeña joya siciliana. Sobre la marcha leo las tres o cuatro cosas básicas y nos lanzamos a explorarla como siempre hacemos, callejeando sin rumbo fijo, con ideas vagas de cómo se organiza la ciudad y hacia dónde quedan las “cosas que hay que ver” . Y con Google Maps como ayuda. De las “cosas que hay que ver” nos dejamos unas cuantas, como el teatro romano, el castillo Ursino, interiores de iglesias, o los jardines de Villa Bellini: aún no tengo fuerzas suficientes para dedicar demasiadas horas a la visita, la tos me hace ahogarme y me duele todo el cuerpo.


Y el Etna. Cuando salimos de casa, subir al Etna era una de las etapas obligadas de nuestro viaje. Resignados, lo dejamos para el año que viene y me prometo estudiar alternativas, porque el exceso de oferta megaturistica de visitas organizadas que vislumbro durante el paseo me quita las ganas.


Catania me recuerda a Palermo, si bien más chiquita, menos monumental y oscurecida por la arenilla negruzca que se deposita en todas partes, principalmente en las aceras y las calzadas. En el mercado al aire libre, ese que se ubica a espaldas del duomo y que es en sí mismo un barrio de la ciudad, a rebosar de gente y puestos callejeros de todo tipo, principalmente de pescado, chapoteo en el barrillo y pienso que sólo a mí se me ocurre ponerme una falda blanca larga para recorrer Catania. 


Arenilla negra tapízanos las calles de Catania


El puerto está bastante cerca del centro de la ciudad histórica. Lo que más tiempo lleva es salir de él: nuestro pantalán es el último y cuesta sus buenos 15 minutos desandar todo el camino por el muelle, pasar la zona de pescadores y llegar a la barrera de la aduana, que hace las veces de entrada al recinto.



Después, hay que cruzar las vías y tirar cuesta arriba por una calle un tanto maltrecha. Unas decenas de metros más allá, de golpe, sin previo aviso, se ve a mano izquierda la plaza con el teatro Bellini y la fuente dorada en el centro, el teatro en que María Callas interpretara su “Norma” para conmemorar el 150 aniversario del nacimiento del compositor. A estas alturas ya sé que Vincenzo Bellini es originario de Catania, está enterrado en la catedral y la orgullosa ciudad le rinde homenaje y lo exhibe a los visitantes en múltiples muestras y conciertos. 





A partir de ahí se suceden iglesias, palacios y diferentes muestras del barroco siciliano, en gran medida resultado de la reconstrucción de la ciudad a partir del siglo XVII. Se considera que el puerto de Catania fue el epicentro del terremoto de 1693 que destruyó decenas de ciudades de la zona, incluida Catania, y mató a las dos terceras partes de su población. De la ciudad sólo quedaron en pie el castillo y tres ábsides de la catedral. 


Llegamos al duomo, consagrado a Santa Ágata, con su plaza a rebosar de turistas en grupos, caminando como sonámbulos, guía en mano, tratando de identificar la entrada a la catedral entre los carteles y cintas que cortan el paso natural y organizan accesos y salidas en tiempos Covid. De turistas refugiados bajo las sombrillas de las terrazas que se apretujan alrededor de la plaza, pegadas a las fachadas  y dejando en medio un espacio abierto, abrasado por el sol. De turistas con móviles que hacen cola para fotografiarse en el obelisco egipcio sobre el elefante de lava, emblema de la ciudad, poniendo morritos y posturas aprendidas de Instagram. Si es verdad que el obelisco protege a Catania del Etna, con tanta tontería debe estar pensándoselo.



La plaza nos traga y, por un instante, nos vuelve dos sonámbulos más, tratando de situarnos, de encontrar entradas y salidas, y ubicar la vía Etnea, la larguísima avenida de tiendas internacionales con el decorado del Etna al fondo, que es una de las “cosas que hay que ver”. La plaza y la catedral se salvan del negror de las calles y son blancas y refulgentes. La fachada de la catedral, de Vaccarini, es dramáticamente barroca, de proporciones colosales, con esa exageración de las tres alturas, la profusión de columnas y adornos de estatuas, y en mármol blanco, que la hace aún más ostentosa.



Plaza de la Universidad, palacio de San Gulliano, restos del circo Romano, Vía Crociferi, que se llama así por estar plagada de iglesias. La paseamos con parsimonia y tomamos una cerveza en un pequeño colmado familiar con cuatro mesas en la acera.







No me dan las fuerzas para más. De regreso al barco, paramos en un supermercado grande que nos hace dos regalos: servicio a domicilio y cerveza sin gluten. Qué más se puede pedir. 




Pasamos el resto de la tarde en el barco y al día siguiente nos despedimos de Siracusa y del Etna, que dejamos por popa, y completamos la etapa que nos llevará a Siracusa en rumbo directo.



 


domingo, 22 de agosto de 2021

Etapa 18: Preveza - Catania. Cinema Paradiso (1988)



Diez de la mañana. Recorremos por última vez el canal de aproximación a Preveza, en dirección oeste, hacia Sicilia. Es viernes y el parte anuncia viento moderado del norte en la primera mitad del viaje y vientos flojos en el Jónico italiano. Nuestro rumbo será casi oeste, camino de Catania, a unas 280 millas. 



A esta hora el sol está ya alto y se va disipando la bruma de casi todas las mañanas. En principio, debería ser un primer salto tranquilo para el viaje de regreso, pero Lucía no se encuentra bien. Tos, fiebre. Una gripe o un catarro que no sería demasiado problema en época pre-COVID, pero que en estos tiempos sí intranquiliza. Un test de antígenos da negativo, así que decidimos salir.



Αντίο, Ελλάδα. Hasta la vista Grecia. Queda mucho viaje todavía, pero el objetivo era Grecia y quizá es un buen momento para hacer balance. Un montón de jirones de recuerdos y de nostalgia se suceden y se superponen, como en la famosa escena de Cinema Paradiso, entretejidas con la música sublime de Ennio Morricone. Una película rodada en Sicilia, por un director siciliano (Giuseppe Tornatore), una de mis películas más queridas.

Han sido cuarenta días navegando el Jónico. Casi cincuenta contando el Jónico italiano. Más o menos lo previsto, al menos hasta que aparecieron los problemas eléctricos y de la transmisión. Seis semanas que nos han sabido a poco, han pasado como un suspiro y nos dejan muchas ganas de volver. Nos ha faltado llegar a Zakinthos y quizá una visita a la costa continental al sur del golfo de Corinto.


Tenemos que volver a Grecia, porque navegar por aquí es diferente a todo lo que habíamos hecho hasta ahora. No hay comparación posible con las costas de España o Italia. Muchísimos más barcos, sobre todo veleros (muchos de alquiler), pero en un espacio infinito para navegar y para fondear. Incontables islas, puertos, calas y playas. Han sido semanas de descubrir lugares fascinantes, de conocer gente nueva, de otra comida, otros olores, otras costumbres, de sorprendernos con algo nuevo casi cada día.



Hemos aprendido mucho. Una infinidad de habilidades, de prácticas, de técnicas y de detalles que ignorábamos y nuevas experiencias que nos servirán para futuros viajes. Esta es una forma de navegar distinta. Nuevas maniobras y prácticas que aprender, pero sobre todo hemos descubierto una nueva forma de relacionarnos con los lugares que visitamos y con la gente que nos encontramos

En realidad en Grecia no se navega, al menos en la forma en la que hemos venido navegando hasta ahora. En Grecia, en el Jónico y seguramente en el Egeo, se salta de isla en isla como una especie de rayuela infinita.


Estamos acostumbrados a travesías maratonianas, singladuras de cincuenta o sesenta millas. Días de piloto automático y de pocos barcos en el horizonte, de preocuparnos sólo por el viento y por el rumbo con la concentración de un piloto de rally. De zarpar por la mañana y fondear por la noche, de no bajar a tierra más que para repostar o comprar suministros.


En Grecia, al menos una vez que estás aquí, no planeas una travesía diaria sino más bien el fondeo al que te mueves ese día, casi siempre a dos o tres horas de distancia. En Grecia tienes más tiempo para bajar a tierra, y más tiempo para todo. Casi en cada cala hay una taverna a la que te gustaría bajar. Casi en cada puerto querrías alquilar un coche para poder sumergirte en un país diferente.




Como ya nos habían anticipado, la temporada ideal en Grecia empieza antes y probablemente deba terminar también antes de lo que hemos hecho este año. Hace demasiado calor en agosto (incluso en julio) y los vientos térmicos, secos y asfixiantes, te complican los desplazamientos y llegan a exasperarte. No puedo ni imaginarme lo que será el terrible meltemi del Egeo. En Grecia hace calor, mucho calor.





En Grecia necesitas muchos chismes para navegar que raramente usas en España. Necesitas una pasarela. Cuando amarras en un puerto la popa del barco suele estar a más de un metro del muelle (para evitar escollos y golpes por olas inesperadas). Es imprescindible tener una pasarela cómoda, ligera y fácil de instalar y estibar. Nosotros tuvimos que comprar una barata, un simple tablón de madera, a toda prisa en Preveza . Este invierno habrá que reemplazarla por una más funcional, con un buen arraigo en la popa y un sistema para elevarla.

no


También necesitas cadena, mucha cadena, y un buen ancla que agarre en arena, barro y posidonia (sí, en Grecia no hay restricciones a fondear en posidonia, igual porque tienen de sobra). Necesitas un gancho para desenganchar anclas (algo que pasa regularmente y que se toma con toda naturalidad). Este es el que compramos, también en Preveza.


Necesitas cabos largos para fondear con cabo a tierra. Es interesante tener un buen sistema para anclar por popa (aunque este año no lo hemos necesitado). 

Y necesitas mucha energía. Muchas baterías y placas solares. El calor exige mucho trabajo a la nevera, y es incómodo estar permanentemente pendiente del nivel de carga y de arrancar el motor cuando baja demasiado. Si no aire acondicionado (planteable), al menos es imprescindible tener ventiladores. Además el consumo de electrónica cada vez es mayor. En nuestro caso eso implica instalar un arco en la popa para poder montar placas solares rígidas adicionales y por supuesto un parque de baterías con suficiente capacidad.



Este año hemos aprendido también que en viajes largos, sobre todo ahora que el barco tiene unos añitos, es inevitable afrontar problemas mecánicos y, en general, cosas que se rompen o dejan de funcionar. Desde el plotter, que ya no lee la tarjeta de memoria con las cartas, la radio auxiliar VHF de cubierta, que ya no se conecta, los descosidos de la capota, las roturas del enrollador del génova o los problemas con los cables de los móviles, hasta quedarnos sin baterías de servicio o sin retenes en el saildrive. 


Muchos problemas que ha habido que arreglar o soslayar. Algunos por pura fatalidad, pero otros quizá evitables con más mantenimiento preventivo. La nevera, el molinete, las velas y, en general, toda la electrónica son elementos a revisar durante el invierno para tratar de prevenir problemas.



Los griegos son gente encantadora. Los percibes cercanos, tanto en su forma de hablar como en su forma de ser y su cultura. Eso sí, el idioma hace las cosas difíciles, sobre todo el hecho de no poder leer con soltura su alfabeto. Cada cartel es un jeroglífico. Cierto, una gran mayoría de las personas con las que interaccionas habla inglés, pero vamos a tratar de acercarnos más a su idioma y su cultura (de hecho Lucía ya me lleva ventaja). Este año hemos interaccionado con mucha gente, pero no tanto con locales, y es evidente que hay muchas cosas fascinantes que descubrir en ellos.



Tenemos decido traer al Sargantana a Grecia de forma permanente. El viaje de ida y vuelta es largo y pierde bastante interés una vez que lo has hecho varias veces. Grecia es el gran aparcamiento invernal de veleros de Europa. Hay miles de ellos en las “marinas secas” que encuentras por todas partes. Sea en Preveza o en otro sitio, es mucho más práctico y más barato hacer lo que tantos ingleses, holandeses o alemanes. Tener una base en Grecia nos permitirá viajar al Egeo, a Turquía, a Creta, a tantos sitios inaccesibles desde España.


Al menos en mi caso, ya pienso en el año que viene tanto o más que en el resto del viaje, como cuando planificábamos un nuevo año fiscal con muchos meses de antelación en mi época laboral. Nada malo, todo lo contrario. Planear y preparar un viaje es casi tan fascinante como viajar, y ahora Lucía y yo tenemos todo el tiempo del mundo. Hay mucho que hacer, y abril está más cerca de lo que parece.


Ahora nos toca navegar el sur de Sicilia. Queremos tratar de ir a Malta, aunque los planes habrá que ajustarlos a la meteorología. En España el tiempo está revuelto. Tormentas en toda la península y una DANA amenazando, como siempre, al Levante a finales de agosto. Lo habitual. Sabemos que dentro de unos pocos días las borrascas se moverán hacia el este y nos las encontramos en Sicilia y luego en Cerdeña, así que habrá que estar atentos.











viernes, 20 de agosto de 2021

Etapa 17: Preveza. Groundghog's day (1993)


De nuevo en Preveza, por tercera vez en este viaje. Como en “El día de la marmota” ( o “Atrapado en el tiempo”, según la bautizaron en España), amanecemos una y otra vez en esta ciudad, casi como una maldición bíblica...

Llegamos el viernes poco después de amanecer. La travesía nocturna sin novedad. Todo lo que pudimos a vela y, cuando cayó el viento, a motor, pero mimándolo al máximo. Dedicamos la mañana a pedir presupuesto y disponibilidad a las tres marinas de la zona. Finalmente cuadramos agendas: el martes nos esperan a mediodía en Marina Ionion y un mecánico que nos han recomendado, un tal Dimitri, estará allí para revisar el saildrive.

Dicen que la vida no es más que una secuencia de sensaciones y de estados de ánimo, y, en este caso, aplica más que nunca. Nos sentimos casi a salvo, en un muelle conocido, relativamente cómodo y barato. Con la perspectiva de volver a tener el Sargantana totalmente operativo en unos días. Qué poco hace falta para cambiarlo todo.

Y así, cada día en Preveza, a partir del viernes, será como un día de Bill Murray en "Atrapado en el tiempo". Días muy parecidos, de sol y de calor. Días de pereza, de libros y de cervezas tumbados en cubierta a la sombra de los toldos. Días de paseo y de compra en el supermercado. Pero también días de olor a sardinas a la plancha en los restaurantes del paseo y días sin hielo, porque parece que la fabrica que abastece a la ciudad ha roto stocks. 

Pero, sobre todo, días de alivio. De dejar de pensar por fin en el barco y sus problemas. Y cada día disfrutamos de la monotonía espesa de las primeras horas de la tarde, en las que nadie se aventura a caminar por el muelle y sólo unos pocos turistas se apiñan junto a los grandes ventiladores de la terraza del Metrópolis.

Y socializamos con nuestros vecinos. Amarrado a nuestro babor, el Tanga, un bonito velero de nuestro amigo Dean. Dean es consultor de startups, australiano, muy simpático y trabaja en remoto desde el barco. El solo, porque su gobierno sigue sin dejar volar a su familia, por el COVID. Quiere montar una empresa de “charter aventurero” para ejecutivos. 

Y, más allá, otro tipo simpático: Gianni, un ingeniero de Catania que pudo por fin volverse a su Sicilia natal desde Milano y que regresa con su barco Mathilde, cargado de bambini y de botellas de vino siciliano. Nos regala un tinto por haberle ayudado con la conexión eléctrica. No hacia falta, Gianni, pero se agradece. 

Y, al final del muelle, Katy y Ángel, dos exiliados del Silicon Valley que cambiaron su vida para navegar por Grecia e Italia en su Gradisca, y relatan su aventura en un blog luminoso y lleno de gracia.

Finalmente, el martes atracamos el Sargantana en Marina Ionion, con la excitación y los nervios de los padres novatos que llevan a su hijo por primera vez a un hospital. No llega ni a una milla de distancia, pero agradecemos el desperece, volver a movernos después de tantos días parados.

La marina nos causa una impresión excelente. Extraordinariamente cordiales, amables y muy profesionales. Perfecta la operación de izar el barco, colocarlo en un remolque que arrastra un tractor y montar la “cuna” o andamio en el que el Sargantana queda colocado para su reparación.


Eso sí, nos dicen que es imposible completar todas las operaciones y la reparación en un solo día, y eso nos obligará a pasar la noche en el Sargantana varado en su andamio. Toda una experiencia. 


Y Dimitri por fin llega, revisa la hélice y el saildrive, y diagnostica: hemos perdido el ánodo de sacrificio, una pieza de zinc que se coloca en la cola de la hélice para evitar la corrosión galvánica. Es extraño, porque se colocó nuevo hace unos pocos meses, en Cartagena. Pero el hecho es que en la hélice queda un hueco muy llamativo en el que se ha adherido mucho caracolillo. Según Dimitri, el caracolillo ha podido dañar los retenes.


No acaba de ser una explicación convincente, pero es lo que hay. Dimitri hace un buen trabajo y, a primera hora de la mañana, tenemos la hélice otra vez montada, con ánodo y retenes nuevos. Esperemos que eso solucione el problema definitivamente.


Decidimos iniciar nuestra primera travesía hacia el oeste. Vamos camino de Sicilia. Tenemos por delante un salto de casi 300 millas y una meteo favorable. Volvemos a navegar.

Y esto hace una semana más en Preveza. Como en la película, Grecia nos enseña que intentar anticipar, diseñar, planificar y controlar hasta el último detalle no siempre da el resultado esperado. Grecia nos enseña a dejarte llevar. La marina te hace sitio el martes, y no el lunes, como tú querías, porque no puede. Y por la tarde no trabaja porque es martes. Y el mecánico te dice que está allí a las doce y se retrasa una hora porque es el mecánico.Y se lleva tus piezas y te dice que ya volverá con ellas al día siguiente porque va a volver, y va a acabar la reparación, y lo hará muy bien. Y los operarios no te echarán el barco al agua hasta después de unas horas porque, antes, se irán a comer. Y lo van a echar, y será un trabajo de primera. Porque sí, porque esto es Grecia, y tiene su ritmo propio. Y porque para estar en armonía tienes que aceptarlo y tienes que fluir con él.

En Preveza toca “slow living”. Nos hacemos amigos de Dean por las circunstancias. Navega solo y cualquier invitación a una cerveza es para él una oportunidad de hacer amigos. Pero, y sobre todo, porque nos han unido las carcajadas a costa de la maniobra de atraque más chusca que he visto en toda mi vida náutica. Un grupo de tíos españoles, maduritos, primera vez en Grecia, primer amarre al ancla, con solo 35 metros de cadena, una sola estacha, muchos nervios y muy poca destreza. La combinación no es buena. Son tres intentos en los que acaban por dos veces abarloados violentamente a nuestro estribor, golpeando nuestra amura, enredados en la cadena del australiano y barriendo las proas de media docena de barcos amarrados en el muelle de la ciudad; con derrota y huida posterior a la marina, donde marineros profesiones les cobrarán por la ayuda y los consejos que nosotros les prestamos gratis, aunque hayan servido de tan poco. El mundo náutico es un mundo unido, en el que empatizamos y nos ayudamos los unos a los otros como si nos fuera la vida en ello. Pero tiene un límite. Y estos españolitos de barco dominguero alicantino supieron bien cómo cruzarlo. 

La preocupación por la integridad de nuestros respectivos barcos y las apuestas sobre cuál iba a ser el siguiente episodio de los Benny Hill del día nos acercaron al Tanga y a su armador. Pasamos una agradable velada compartiendo, delante de una botella de "metaxa", historias náuticas y de vida. Todo en Grecia es una oportunidad para disfrutar de nuevas compañías. Solo hay que saber atraparla.


Aprovecho estos días para empezar a estudiar griego. De entrada, me conformo con aprender el alfabeto y familiarizarme con diptongos y letras compuestas. Practico caligrafía. Vuelve a mi memoria el recuerdo vibrante de mi madre enseñándome a leer siendo yo pequeña, en casa, por las tardes, después de comer. Siento la misma excitación de entonces cuando por la calle me paro delante de todos los carteles y voy pronunciando despacio: la χ con la ε, “che”; la λ con la ώ, “lo”; la ν con la α,”na” .

- ¡Chelona! ¡Ahí dice chelona! ¡Tortuga se dice chelona!


En nuestro deambular por la ciudad, nos acercamos al castillo de San Jorge y constatamos que Preveza es algo más que el paseo del muelle y las bonitas y cuidadas calles peatonales del centro. Como ya descubriéramos en nuestra primera estancia, las aceras se acaban de repente, dando paso a una sucesión sin orden de casas a orillas de calzadas, caminos y carreteritas, más rurales en la zona norte, más residenciales en la parte sur. Es en esta zona sur donde se encuentra el castillo de San Jorge, cerrado y semiabandonado, frente a una sucesión de playitas urbanas entre arboledas que hacen las veces de merenderos. 




Toca ir al varadero. Ionion es la más chiquita de las tres marinas que se alinean en la costa de enfrente de la ciudad y tiene el travelift más ligero, pero es suficiente para nuestro pequeño velero. En la recepción, Matina, con quien hemos intercambiado tantos correos y llamadas telefónicas, me emociona con su español perfecto, el español cantarín y un poco rasposo de los griegos que lo aprenden en el colegio. 

Es la primera vez que dormimos en el barco en tierra. El vértigo de subir por la escalera de mano, apoyada precariamente en el espejo de popa, y la sensación de que cualquier movimiento un poco brusco va a desestabiliza el barco en su cuna los tengo grabados a fuego. El edificio de los baños, limpísimo y apenas transitado, está cerca, aunque hay que bajar y subir la escalera cada vez. Los inodoros del barco tienen un depósito de aguas negras, pero la bomba funciona con agua de mar, así que no se pueden usar. Tengo que poner cosas bloqueando el paso a los baños, para acordarme, por si me levanto de noche, medio dormida.




Tras la reparación, volvemos del varadero al muelle de la ciudad. Volvemos a amarrar al lado del Tanga. Volvemos a la compra en los pequeños supermercados locales, en los que no saben lo que es el gluten. Volvemos al olor de las sardinas, que no nos resucitan como al gato de la canción, sino que nos retrotraen al día de la marmota en que se ha convertido este sitio. A la mañana siguiente, 20 de agosto, ya no suena “I got you babe” en la radio y zarpamos con buen ánimo, aunque esta sea nuestra despedida de Grecia. 






jueves, 12 de agosto de 2021

Etapa 16: Argostoli - Preveza. Apolo 13 (1995)



Houston, ¡tenemos un problema!

Apolo 13 es la película que mejor refleja lo que nos pasa en este momento. Tres astronautas camino de la luna en una misión casi rutinaria. Una explosión en un tanque de oxígeno del módulo de mando que les deja sin combustible y sin energía. La misión deja de ser viable. No hay posibilidad de alunizar, y todo el esfuerzo se centra en regresar sanos y salvos a la tierra, usando el módulo lunar como improvisado bote salvavidas. Frustración. Miedo. Un drama de los años 70 con final feliz (dentro de lo que cabe) y que ha dejado una frase para la posteridad: “Houston, we have a problem” (por cierto, en realidad fue “Ok, Houston, we've had a problem here”).

Bueno, lo nuestro igual no es tan dramático, pero casi. En una revisión rutinaria encuentro agua mezclada con el aceite de nuestro saildrive. El saildrive viene a ser como la transmisión en los coches, el dispositivo en el que se inserta la hélice del Sargantana y que incluye los mecanismos de transmisión con el motor. No sabemos desde cuándo puede estar así, probablemente desde hace varios días. 

Para nosotros es una avería complicada, sobre todo por dónde y cuándo la detectamos. Es justo antes de la semana que vamos a pasar en Cefalonia y Zakynthos con JaviCani y Patricia. Y estamos al sur de Cefalonia. De golpe nos damos cuenta de que las islas griegas del Jónico son un lugar apartado y remoto. No hay un astillero o un puerto con instalaciones adecuadas donde llevar a reparar el barco en 80 millas a la redonda. Un problema.

La avería consiste en que los mecanismos de enganche con la hélice (retenes) están dejando pasar (por la razón que sea) agua de mar al interior del saildrive, que está lubricado con aceite. El aceite se emulsiona con el agua y se convierte en una especie de mayonesa que pierde su función lubricante. Tenemos propulsión, pero los engranajes no están protegidos. Continuar usando el motor en estas condiciones puede provocar la corrosión galvánica de los engranajes, o, incluso, un grip de la transmisión, una avería muy grave (y muy cara de reparar) que nos podría dejar sin capacidad de gobierno del barco, limitados a lo que podamos hacer a vela.

La varilla del aceite del "saildrive" muestra la emulsión 

Y eso cambia completamente la etapa, y todo el viaje. Lo que iba a ser una agradable visita a calas y puertos de dos de las islas más bonitas del Jónico se convierte en una etapa de soledad y, sobre todo, de incertidumbre. Como en el Apolo 13. Houston, tenemos un problema. Volvemos a tirar de nuestra red de amigos, nuestro Houston. Pedimos ayuda y consejo, y es lo que recibimos. A todos, gracias.

Son cuatro días de espera. El Sargantana ya no es el barco fiable que necesitamos. Tratamos de cambiar el aceite desde dentro pero no sirve de gran cosa. Es un parche. No podemos ir a Zakynthos y, después, hacer 1500 millas hasta Cartagena en estas condiciones.

Operación de extracción con una bomba del aceite contaminado, para luego reponerlo. Esto sólo permite sacar un 60% del aceite total; para cambiarlo entero hay que hacerlo desde debajo del barco, con él fuera del agua

Hay que tomar decisiones. No queda más remedio que sacar el barco del agua cuanto antes (que es caro y complejo) para reemplazar el lubricante contaminado y reparar las juntas (retenes) dañadas.

Houston, tenemos un problema. Por un momento nos hace sentir desvalidos y vulnerables. Y eso convierte esta etapa especial en cuatro días sombríos, preocupados, de buscar en internet casos similares, de preguntar a Houston. De ponernos en el caso peor, un fallo de motor durante una travesía, que el saildrive se haya dañado irreversiblemente. De fantasmas. De miedo.

Nuestra recalada para los próximos días es Argostoli, capital de Cefalonia. Hemos dejado el fondeo de Xi a toda prisa para llegar pronto y tener sitio en el puerto. Aunque hoy es domingo y, a diferencia del resto de días que pasamos allí, sitio es lo que sobra.

Lo primero que capta la atención desde el barco, a la entrada de la bahía de Argostoli, es un faro de forma muy peculiar (el "fanari" de Agioi Theodoroi) y una construcción que parece un restaurante, y que más adelante descubriremos enmarca los famosos “Sumideros de Argostoli”.

Edificio del faro de Argostoli, visto desde tierra

Restaurante en los "Sumideros de Argostoli", visto desde tierra

Ya llegando, unas inmensas construcciones en el puerto de ferries hacen entender que allí atracan también cruceros. Y de los grandes.  

Argostoli está al fondo de la bahía. Enseguida llama la atención su brillante paseo de palmeras con adoquinado en negro sobre blanco, que hace las veces de paseo y de muelle municipal. 

Vista del paseo-muelle de Argostoli, con su característico pavimento en forma de ondas

Allí se mezclan los barcos de recreo y los de alquiler, los turistas, los paseantes, los coches, las barcas de pescadores y las tortugas, las grandes tortugas marinas que acuden a las sobras que les echan de comer los pescadores, quienes las usan de reclamo para atraer potenciales compradores a su exigua oferta.


La vida se organiza alrededor del paseo y de los grandes mercados de fruta y verdura al aire libre que se extienden al final del paseo, antes del puente, entremezclados con la gasolinera, los talleres y las tiendas de pescado, en un caos llamativo de polvo, bullicio, colorido y calor.


Al caer la tarde y la noche, los turistas colonizan los bares del paseo y las calles del interior, llenas de tiendas y restaurantes. Parece imposible que una ciudad tan pequeña albergue tantísima gente como se desparrama por las terrazas de las callejuelas y, sobre todo, de la gran plaza.

La parada obligatoria nos permite tomarnos la ciudad de Argostoli con calma y pasear, pasear mucho. 

El paseo de Argostoli, increíblemente tranquilo en domingo

Paseamos el puente de Bosset, hoy peatonal, que fue construido en el sigo XIX durante la época de dominación inglesa y parece tener el récord de ser el puente de piedra sobre el mar más largo de Europa (casi 900 metros).


El puente, diseñado por el ingeniero De Bosset, construido en madera en 1812 y revestido en piedra a lo largo de los siguientes casi 30 años. Vista desde su extremo norte, con la ciudad de Argostoli al fondo

Hacia el centro del puente, un obelisco recuerda la dominación inglesa de la isla


Paseamos sus calles de iglesias, cuyo número nos sorprende, como ha venido sorprendiéndonos durante todo el viaje la abundancia de iglesias y capillas en todas las ciudades, pueblos y rincones apenas habitados. 

Iglesia Panagia, en el paseo de Argostoli frente al puente

Iglesia de San Nicolás (Agios Nikolaos)

Iglesia en la confluencia de Minos y Asklipiou

Paseamos hasta Katavothres, los “Sumideros de Argostoli, esos agujeros por donde la isla “se traga” el agua de la bahía para expulsarla al otro lado, después de catorce días de viaje por sus recovecos cársticos. Una maravilla geológica convertida en las terrazas de un restaurante y afeada por papeles, botellas y todo tipo de basura que la gente arroja a los agujeros y que, pienso, el restaurante debería estar obligado a recoger a cambio de la concesión.

Un cuidado cartel explica el fenómeno de los sumideros 

El único vestigio de los molinos de grano construidos por Mr. Stevens en 1835 para aprovechar el movimiento del agua, absorbida por los agujeros, es una pala que gira en vacío para los turistas. Los molinos originales fueron destruidos en el terremoto de 1953. Tenían el sugerente nombre de "molinos de mar".

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Los "agujeros" se han urbanizado para albergar mesas y sillas de la terraza del restaurante

Los sumideros están en un estado de conservación cuestionable, con cantidades de basura acumulada

Paseamos hasta el "fanari", el faro de San Teodoro, donde hacemos fotos bonitas de la bahía entre sus columnas y fotos tristes de un edificio que refleja  la desidia, el abandono y la falta de educación ambiental que ya es un clásico de este viaje. 

Vistas de la bahía desde el faro de Argostoli, levantado en 1863, destruido por el terremoto de 1953 y reconstruido en 1960 fiel a su diseño original de 20 columnas dóricas en un edificio de 8 metros de alto.  

El  faro de Argostoli está vandalizado, sucio y descuidado, a pesar de que sigue en funcionamiento


Para llegar al los sumideros y al faro hay que recorrer un sendero entre pinares al borde de la carretera, en las afueras de Argostoli. El paseo nos descubre dos o tres pequeñas playitas de agua increíblemente transparente, aprovechadas por un turismo local que recuerda al turismo español de los años 60 y 70 


Cuatro días amarrados al puerto de Argostoli. Conocemos allí a unos nuevos amigos, Jordi y Cristina, del Yemayá, que nos prestan la bomba con la que tratamos se cambiar el aceite.

Llegan Javi, Cani y Patricia. No podemos movernos y eso aborta muchos planes y la posibilidad real de unas vacaciones conjuntas. Adiós Zakynthos. Una pena.

Así que nos convertimos de nuevo en terrícolas. Visitamos en coche la isla y descubrimos sus secretos. Que Myrthos es una playa espectacular en la distancia, pero incómoda, llena de gente, con el agua bastante turbia y colapsada por coches mal aparcados.

Playa de Myrthos, desde el mirador

No es una exageración. Al dejar la playa nos encontramos en un bloqueo absoluto de la carreterita estrecha que baja hasta casi la misma arena, con coches aparcados a ambos lados y solo un estrecho carril que los que subían y bajaban luchaban por conquistar, hasta producir un embotellamiento sin solución. Luis se bajó del coche y, desde lo alto de la cuesta, con su sombrero y su pantalón de guarda forestal, dando órdenes en inglés y sin encontrar ninguna resistencia, sacó hacia arriba uno a uno a los vehículos que intentaban bajar, hasta desbloquear la parte alta para los que subían.

Descubrimos que Fiskardo, a las tres de la tarde de un día de agosto, es como un campo de batalla en la que hordas de turistas se alejan en sus ferries dejando un rastro de mesas llenas de platos y vasos sucios en las tavernas.

Los barcos que no caben en el muelle de Fiscardo fondean con cabo a tierra

Pero también descubrimos que Cefalonia, como Ítaca, es una isla bella, aunque quizá algo deslucida por tanto turismo de agosto.

Los turistas hacen cola para fotografiarse en el cartelón de Argostoli (excepto en domingo)


Finalmente dejamos Argostoli un miércoles a mediodía. Ha entrado por fin un poco de viento sur y en esta situación queremos aprovecharlo para velear, y usar el motor lo menos posible. Navegamos hacia el norte, otra vez camino de Preveza, en busca de un travelift y un mecánico. Muy a nuestro pesar nos despedimos de Javi, Cani y Patricia en la playa de Xi. Este año no llegaremos a Zakynthos como los astronautas del Apolo 13 no llegaron a la Luna. 

Aprovechamos el ligero viento sur para recorrer la costa oeste, desierta, descarnada, sin un alma, sin cobertura, en rumbo norte. Son casi 80 millas y navegamos día y noche, aprovechando al máximo el viento vespertino y arrancando el motor sólo en la encalmada de la noche, muy, muy despacio, mimando al Sargantana.

Lucía y yo hablamos poco. Tengo una sensación de mal sueño, de desaliento, de preocupación por todo lo que puede pasar y que, felizmente, no pasa.

En mi guardia sigo leyendo a Gómez-Jurado hasta que casi amanece sobre el canal de Preveza. Lucía duerme arrebujada en cubierta, después de la suya. Huele a tierra y a pino mientras las luces de la ciudad se acercan poco a poco.

Atracamos en el puerto que tan bien conocemos poco después de amanecer. Sin contratiempos. El Sargantana está algo maltrecho pero ahí sigue y nos ha dado un viaje tranquilo hasta nuestro refugio en el muelle municipal de Preveza, donde esperamos encontrar un travelift y un mecánico que le vuelvan a convertir en el barco que nos devuelva a casa sanos y salvos. Como el Apolo 13.

Houston, over and out.