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miércoles, 14 de junio de 2023

Corinto. Punto de fuga.

Es difícil entender la fascinación que produce el canal de Corinto. Un pasillo estrecho entre dos mares. Unas pocas millas entre paredes altas que parecen querer desplomarse sobre ti (de hecho ha ocurrido). Agua turbia pero con un brillo irreal de color verde piscina. Interesante, bonito, curioso. Pero ¿por qué tanta emoción?

El canal en una de sus zonas más profunda y más angosta, 24m de ancho y paredones de 80m de alto 

Lucía dice que tiene mariposas en el estómago. Yo no llego a tanto, pero reconozco que esta etapa no me deja indiferente. Una etapa de muchas millas, muy monótona, como las llanas del Tour de Francia, donde nunca pasa nada. Pero una etapa con premio, con un clímax de cuarenta minutos en los que tienes la sensación de que ocurre algo más que cambiar de mar.

Porque Corinto no es sólo un canal de paso entre el Jónico y el Egeo. Sí, lo puedes ver así, un mero pasillo utilitario que ahorra el tiempo y combustible de una vuelta larguísima alrededor del Peloponeso a los barcos que circulan entre el este y el oeste del Mediterráneo.

El canal es mucho más. Corinto se siente como un túnel que te conecta con un espacio y un tiempo diferentes, y de ahí las mariposas en el estómago. Un punto de fuga, como en las películas de Stanley Kubrick, hacia otro mar y otro viento al final de una recta interminable, como cortada con un cuchillo.. 

Corinto es para nosotros, este año, el inicio de la cuesta abajo. El principio de la vuelta a casa.

Madrugamos para salir muy temprano de Korfos, el puerto que hemos elegido como inicio de la travesía del canal, quince millas al sur. Una ensenada sin  demasiado interés, con muchos barcos fondeados pero que nos dejan un lugar cómodo cerca del muelle. No bajamos a tierra, estamos aquí sólo porque es una buena salida para la etapa de Corinto, nada más. 


El puerto de Korfos, desde el fondeo

El ketch que también ha pasado la noche fondeado y llegará al canal antes que nosotros

Ponemos rumbo a Isthmia, la pequeña ciudad que se asoma a la orilla este, con una playa que se utiliza habitualmente como “sala de espera” para aguardar la autorización de paso. 

Después de la salida del canal, la mejor opción parece ser continuar a lo largo del golfo de Corinto y buscar una primera recalada en la margen norte, en Itea o Galaxidi.

El cruce es toda una ceremonia. Tenemos hora de paso reservada para el mediodía, porque el canal se atraviesa de forma alternativa por pequeños grupos de barcos, bajo la supervisión de una oficina de control que hace de maestro de ceremonias, organizando por radio los pequeños convoyes. Las tarifas son más bien caras, casi 180 euros para un barco pequeño como el nuestro. Hasta el año pasado había que amarrar en la oficina de control en la margen este y abonar las tasas en efectivo. Todo se moderniza y desde este año basta con rellenar un formulario online y pagar con tarjeta, como en cualquier tienda de Internet. Quizá eso le quite un poco de glamour y de emoción al asunto, pero lo simplifica mucho, para qué nos vamos a engañar.

En la bahía de Isthmia se agolpan cargueros y todos tipo de grandes barcos esperando para cruzar

Avistamos la entrada este del canal, que pasa desapercibida si no sabes que está ahí  

Aún con pago online, la épica sigue estando ahí. A tres millas de distancia tienes que llamar por radio a “Channel Traffic”, decirles quién eres y esperar instrucciones. Antes de llegar a Isthmia las pide el velero alemán Semper Iuvenis, que parece haber llegado bastante antes de su hora. 

Semper Iuvenis pregunta si puede anclar. Los de Channel Traffic le responden que haga lo que le salga de los güitos mientras no obstaculice el paso. Ha sonado como pedirle a la seño si puedes ir a hacer pis. Estos alemanes son semper iuvenis, no cabe duda.

Y llega la hora. Nos empaquetan con otros tres barcos. Un velero grande de dos palos (ketch) y bandera de las Islas Cook (que coincidió con nosotros en el fondeo de Korfos), una motora, los alemanes y nosotros. Por alguna razón, Channel Traffic decide poner en la cola al Semper Iuvenis a pesar de haber llegado antes. Igual no les impresionó mucho lo de pedir permiso para echar el ancla.

Cruzamos. El convoy se pone en marcha en cuanto los que vienen desde el oeste salen del canal y nos dejan paso libre. El ketch y la motora salen a toda leche, como Max Verstappen buscando la vuelta rápida. El Sargantana decide ir más tranquilo, con elegancia, a seis nudos, para disfrutar de la ocasión (y por si al Semper Iuvenis le entrasen otra vez las ganas de pis). 

Hasta que Channel Traffic se cansa. Probablemente ha quedado a comer y atruena por la radio:

-  “Sargantana, Sargantana, can you go faster please? Over

Vale, vale, Channel Traffic, sin empujar.

- “Copy that. Over and out”.

Le damos gas. Ocho nudos. No se quejarán los petardos de Channel Traffic. Los Semper Iuvenis se distancian. Como son siempre jóvenes, van un poco a su aire, haciendo eses y cantando canciones tradicionales bávaras. Seguramente bebiendo cerveza a escondidas de Channel Trafficaunque no es ni la hora del Angelus.

Cuarenta minutos más tarde salimos del canal. Al ketch y a la motora ni se los ve. Claramente han hecho pole. Nosotros calificamos terceros, como Alonso este año. Los alemanes, en nuestra popa, han conseguido enderezar el rumbo (es un decir) y salen del canal cantando no se qué de invadir Polonia. 

La entrada del canal la marca un puente sumergible que cierra el acceso cuando se eleva. El canal está a nivel del mar, no tiene compuertas 
 
Superado el puente sumergible, se ve a lo lejos el cortado y las carreteras que lo cruzan por encima. Los dos barcos que nos preceden en el convoy son un puntito en la lejanía


Tres calzadas y dos vías de tren cruzan por encima del canal a los pocos metros de la entrada este, donde es más estrecho


Impresiona que el canal haya sido construido en 1881, pero más impresiona saber que es un viejo sueño desde el siglo VII a.C. y que el trazado actual coincide exactamente con el trazado diseñado para la obra frustrada del siglo I. En zonas se puede observar el muro de mampostería que hubo de construirse en 1893, poco después de inaugurarse, al descubrir que la estela de los barcos iba erosionando la base de las paredes de piedra caliza


En el siglo I la obra iniciada por Nerón se abandonó, probablemente por el enorme presupuesto que supondría. En su lugar se construyeron unas vías llamadas "diolkos" que permitían llevar los barcos por tierra sobre ellas, tirados por esclavos. 


El Semper Iuvenis se distancia de Sargantana


Se aprecia la corriente que llevamos a favor todo el camino 
 

A lo largo de su historia, el canal ha sufrido diferentes desprendimientos, algunos naturales y otros menos, como cuando fue dinamitado por los alemanes en su retirada al final de la Segunda Guerra Mundial. En 2021 sufrió un corrimiento de rocas que lo tuvo cerrado más de un año y en el que aún hoy siguen trabajando. 


Hacia el final del recorrido se distingue perfectamente la zona en obras. Desde 2022 sólo se abre al tránsito los meses de verano y se trabaja en él el resto del año. En verano cierran un día por semana para mantenimiento 


El último tramo del recorrido el canal se hace más ancho y las paredes son más bajas


Vista del final del recorrido


En este extremo oeste del canal hay otro puente sumergible que se eleva según pasa el último barco del convoy, restableciendo así al tráfico rodado. Los automovislistas se han bajado de los coches y nos miran curiosos (o hartos de esperar, cualquiera sabe...) 


El golfo de Corinto nos recibe sin viento y con mar en calma. Nos esperan otras seis horas de motor hasta Galaxidi, el primer fondeo que nos parece aceptable en esta costa plana y sin mucho interés. El viaje ha cambiado. Hemos salido ya definitivamente del Egeo y sus mares aledaños. Volvemos al Jónico.


Sin viento y mar en calma en el golfo de Corinto

Paseo por la zona norte de Galaxidi

Vista de Galaxidi desde la zona norte

Sargantana es el único barco fondeado en la bahía 


lunes, 12 de junio de 2023

Epidauros. La ciudad sumergida

Seguimos nuestro rumbo por el Sarónico, hacia el noroeste, camino del canal de Corinto. Primera parada en Palaia Epidauros.  Veinticinco millas con poco viento, a motor, y con un tiempo nuboso que amenaza lluvia. Echamos un poco de menos el viento continuo del Egeo, aunque a cambio la temperatura es ahora totalmente veraniega y ya no da pereza bañarse.

Este Epidauros no es el que visitamos en autobús desde Nauplia, pero tiene que mucho que ver. Es un pequeño pueblo playero en el Sarónico, no lejos del gran yacimiento arqueológico. También tiene una pequeña ágora y un teatro antiguo, en proceso de restauración (nada que ver con las colosales proporciones del otro). En realidad no es más que un pequeño resort vacacional con puerto de pescadores en el que han habilitado plazas para yates de paso.

Dejamos de lado el puerto, porque hay una gran playa hacia el sur con mucho espacio para fondear y, además, muy cerca de la gran atracción (para nosotros) de este Palaia Epidauros: la ciudad sumergida.

Digo para nosotros porque no es demasiado famosa, de hecho no tiene siquiera una entrada en wikipedia. Pero nos pareció digna de visitar. Son las ruinas de una pequeña ciudad romana que el mar ha cubierto completamente y que, de hecho, está varios cientos de metro mar adentro.

Pasamos un par de noches en el fondeo de Epidauros, un lugar apacible aunque con un fondo de arena y rocas del que no nos acabamos de fiar. Visitamos el pueblo y por supuesto la ciudad sumergida, que tenemos alguna dificultad en localizar porque estamos completamente solos.

Una vez la encontramos nos sentimos como el capitán Nemo en "20.000 leguas de viaje submarino". Es un lugar mágico, de esos que parece imposible que puedan existir y que, afortunadamente, se conservan muy bien en un país como Grecia, con una presión turística todavía incipiente. No quiero ni pensar lo que pasaría con unas ruinas como éstas en la costa española. 

Vista de la ciudad sumergida. No está permitido bajar con botellas, sólo nadar y bucear a pulmón, pero está a escasos dos metros de profundidad 


Bahía al sur de Palaia Epidauros donde fondeamos y bajamos a tierra en el dinghy para visitar las ruinas y la ciudad 

El pequeño teatro romano de la antigua Epidauros con vistas a la bahía. Está vallado y en vías de restauración, pero desde fuera se puede ver bien

Restos de la acrópolis 

También están cerradas las ruinas de la antigua acrópolis, al lado del teatro. Un sendero bien cuidado permite llegar desde las ruinas al pueblo

Zona de trabajo de los arqueólogos, con una montaña de restos de la excavación de la acrópolis y una gran criba. Pareciera que llevan tiempo sin hacer allí nada

Área para barcos pesqueros en el puerto de Palaia Epidaurus

Un paseo desde el pueblo recorre el borde de mar dando acceso a las minúsculas playitas de guijarros

Vista desde nuestro fondeo en la bahía

El agua está tan clara que distinguimos perfectamente el ancla, sostenida entre piedras. Veremos mañana si la salida no se complica…


sábado, 10 de junio de 2023

Poros. Welcome to the jungle

Poros es el puerto más famoso del Sarónico y uno de los más importantes de Grecia. Una gran ensenada natural en la que cabrían cientos de barcos y que difícilmente podría tener mayor protección. Se abre entre la isla de Poros y la costa del Peloponeso, con sólo dos entradas muy estrechas que no dejan pasar ningún oleaje exterior y la convierten casi en una laguna.

Llegamos a Poros en una travesía larga y tranquila desde Kilada, recorriendo lugares por los que ya hemos navegado estas últimas semanas como el paso de la isla de Speltzes, el Golfo de Ydra y el norte de la isla de Dokos. Viento más bien poco, sólo a ratos, y más motor del que nos gustaría. Bastantes barcos a nuestro alrededor durante todo el camino, veleros y motoras, ésta es una zona de mucho tráfico.

Vista de la llegada a Poros por el este, con su característica torre del reloj destacando en lo alto

Entramos a la bahía a media tarde. Mala hora para encontrar amarre y, después de la experiencia de Ermioni, no estamos muy por la labor de volver a pasar la noche en un muelle previsiblemente ruidoso y lleno de flotillas. Preferimos buscar un fondeo tranquilo, o quizá una boya de pago, como nos recomienda un conocido.

La llegada a Poros por su entrada sur no puede ser más caótica. Un canal estrecho y poco profundo, enmarcado por un muelle larguísimo a estribor (hacia la isla) y una fila de balizas que delimitan la zona de aguas someras a babor (hacia el continente). En el muelle atraca una fila de veleros, popa a tierra. Por el otro lado del canal. más allá de las balizas, fondea una multitud de barcos, se supone que de poco calado. 

Entrada en Poros con la hilera de barcos atracados en el larguísimo muelle  

Campo de boyas detrás de las balizas que marcan el canal de Poros

Por el canal cruzan continuamente veleros y yates, pescadores y barquitas a motor. Y para rematar, ferries levantando ola incluso al pasar a marcha lenta. Un totum revolutum que impresiona y divierte, sobre todo cuando las maniobras de atraque de los veleros provoca atascos. En agosto esto debe ser como el Rastro en domingo por la mañana.

Una de las decenas de lanchas-taxi que unen las dos orillas de la bahía, Poros y Galata 

Visto lo visto decidimos hacer caso a nuestro colega. Encontramos una libre en una zona tranquila de boyas de pago y dejamos pendiente la decisión de qué hacer mañana, porque necesitamos pasar por el supermercado y repostar agua.

Vista de Poros desde nuestro amarre en el campo de boyas del oeste 

La duda nos la resuelve un simpático porense que decide embestirnos con su barca el día siguiente, a eso de las siete de la mañana. Afortunadamente, el tipo nos da el topetazo con relativa suavidad y con las defensas puestas, pero el despertar sobresaltado no nos lo quita nadie. 

Cordial pero firmemente nos explica en inglés macarrónico que estamos en su boya de amarre y nos pregunta “amablemente” cuándo nos vamos. Asumíamos que alguien vendría a cobrarnos los cinco euros de rigor, no que acabarían desalojándonos a empujones como okupas involuntarios.

Obviamente, el desahucio implica buscar sitio en el muelle, al menos por una noche. A primera hora de la mañana quedan huecos libres y no será problema. De hecho nos permite elegir el lugar que a priori parece el más tranquilo: justo en la puerta de la iglesia local. La única zona del muelle no invadida por bares de copas y terrazas de restaurantes.

Poros no tiene demasiado que visitar. Una capilla en lo alto de la colina, al final de las calles empinadas, con la famosa torre del reloj que parece marcar el tiempo en el pueblo. Una sola calle comercial que concentra el tráfico de coches y personas a lo largo del muelle. Mucha gente. Turistas que pasean de acá para curioseando la fila de barcos amarrados. Y, para completar la estampa, una multitud de marineros de la armada griega vestidos de domingo, con su curioso traje a medio camino entre pijama, kimono japonés y marinero de anuncio de colonia.

Poros desde el paseo del muelle

Subimos las empinadas calles y escaleras hasta la torre del reloj

Vista desde la colina de la torre del reloj


La iglesia en la parte alta, al lado de la torre


Marineros de la escuela en su día libre 

Poco más que contar de esta visita. Sólo la incidencia mecánica de la etapa (que parece que este año se está convirtiendo casi en lo habitual).

Salimos de Poros el lunes por la mañana, camino de Epidauros. Un día soleado pero revuelto. Una motora se unos locales se ha colocado muy pegada a nosotros por babor. Al salir del amarre, el viento cruzado nos empuja contra sus defensas.

Lucía está en la proa recuperando cadena y no me puede ayudar. Dejo el timón con marcha adelante mientras me veo obligado a ir a babor, porque nuestro aro salvavidas se ha enganchado con algún saliente de la motora y se va al agua.

Mal asunto. Salimos del amarre de mala manera, casi empotrados en el vecino. Por alguna razón, el ancla no nos sostiene tirando de la proa hacia el centro, contra el viento.

A trompicones llegamos al canal y nos quedamos atravesados. Lucía tiene su propia pelea con el molinete donde parece que se ha atascado el cabo y me pide dar atrás.

Todo está pasando demasiado rápido. No soy consciente de que nuestra amarra de babor está en el agua después de la lucha por zafarnos de la motora. Al dar atrás, las leyes de Murphy se cumplen inexorablemente. El cabo se enreda en la hélice y el motor se para.

Estamos sin motor en el medio del canal. No podemos maniobrar. Nuestro vecino griego está en la proa con cara de circunstancias, jurando en arameo y temiendo por su fondeo. Las tripulaciones de los barcos contiguos toman posiciones en proa para disfrutar del espectáculo inesperado y gratuito.

En varias ocasiones hemos pillado un cabo en la hélice. A veces por mala suerte y otras por pura impericia. Siempre hemos acabado teniendo que llamar a un buzo, que llega con su botella de aire comprimido, se sumerge tranquilamente, te libera, cobra y se va. Con suerte, puedes seguir navegando sin más problema, salvo que en ocasiones el cabo puede haber estropeado el eje o los retenes del saildrive. Y en ese caso la avería es importante, hay que sacar el barco del agua. No quiero ni pensarlo.

Pero conseguir un buzo en Poros un domingo por la mañana puede llevar horas, así que toca intentar la heroica. Me tiro al agua con mis gafas de snorkel y bajo a mirar el estropicio, Afortunadamente el agua aquí no está demasiado turbia. El cabo se ha enrollado como un ovillo en el eje de la hélice.

No me paro a pensar, me muevo por puro instinto. Consigo encontrar el extremo del cabo en la maraña de vueltas y voy desenredando, nudo a nudo. hasta que se me acaba el aire. Subo a respirar y vuelvo a bajar varias veces para seguir liberando el cabo.

El extremo está muy pillado entre el eje y la hélice. No hay manera de sacarlo a tirones, casi lo doy por imposible. Pero en un último intento, un poco a la desesperada, consigo que ceda por fin un poco y acabe soltándose. Eso sí, de recuerdo me queda el brazo izquierdo dolorido para unas semanas. Creo que empiezo a estar demasiado mayor para este tipo de movidas.

Subo al barco. Arrancamos motor y el Sargantana por fin se mueve y puede maniobrar. Somos capaces de recuperar nuestra ancla y salir del canal sin levantarle el fondeo a ningún vecino. Buscamos un lugar para detenernos y chequear el saildrive. Todo parece funcionar bien. El aceite de la transmisión está limpio, los retenes no se han roto.

Esta vez las balas han pasado muy cerca.



miércoles, 7 de junio de 2023

Kilada. Sentina seca.

Correos nos comunica que nuestro calentador nuevo está a punto de llegar y nosotros corremos hacia Kilada. Un mal chiste, sin duda, pero peor ha sido el chiste de tres semanas perdiendo agua dulce en la sentina, vaciándola cada día y vigilando continuamente el nivel de agua en el depósito. Cualquiera de los dos digno de una casette de Arévalo.

En Kilada recogemos nuestro nuevo termo de agua caliente 

Disfrutamos de la travesía hasta Kilada. El Argólico tiene a bien despedirnos con un viento de través que nos permite velear a toda velocidad las poco más de 20 millas desde Nauplia.

Al llegar decidimos fondear en vez de tratar de encontrar un amarre en un muelle. Kilada tiene un puerto que casi todo el mundo critica por pequeño, caro, con agua salobre y (según dicen) permanentemente ocupado por un individuo francés, dueño de varios veleros de charter.

La bahía de Kilada, una especie de laguna salada de agua poco clara, con ocho metros de calado máximo, plagada de barcos fondeados y cerrada al oeste por una isla privada 

En realidad, para reemplazar el calentador no necesitamos puerto. Nos basta con recoger nuestro paquete en el lugar de entrega: el taller de Popi, la dueña de una velería local, amiga de un amigo, que nos ha hecho el favor de recibirlo en su tienda. Nuestra gratitud eterna a Popi y Sergi por ayudarnos con la entrega, y por supuesto a Manel y Dani, que consiguieron gestionar el envío rapidísimo de un aparato que nos fue imposible encontrar en Grecia. Cómo mola tener amigos así.

Kilada tiene poco que contar. Un pueblo muy pequeño que, además de la pesca, tiene como principal fuente de riqueza el negocio de los varaderos. Muchos europeos y, entre ellos, muchos españoles, guardan aquí sus barcos durante el invierno. Y, por supuesto, los reparan, equipan y ponen a punto. Esa clientela permite sostener una red de pequeñas empresas y profesionales, mecánicos, veleros, carpinteros, tapiceros. que dan al pueblo una evidente prosperidad. 

Llegamos en el dinghy al paseo de Kilada, que está desierto

En un primer viaje hacemos la colada en el autoservicio de la gasolinera, al final  de los varaderos 

En la gasolinera también cargamos una garrafa de diésel 

Conseguimos acomodar calentador y garrafa en el pequeño dinghy

En Kilada instalamos con éxito el nuevo calentador y, antes de continuar nuestro camino hacia el golfo Sarónico, tenemos la oportunidad de visitar la gran atracción turística local, la extraordinaria cueva Franchti.

Esta cueva enorme se abre en la costa norte de la bahía, frente al pueblo, y es un yacimiento arqueológico de primera magnitud. Fue habitada en el Paleolítico y el Neolítico y tiene como peculiaridad una bonita laguna de agua transparente en su interior.

La cueva está abierta al público y cuidada por un guarda. Desde la imponente sala principal, con restos de edificaciones de sus habitantes prehistóricos, se puede trepar con bastante facilidad por la pared de rocas de un derrumbe y llegar hasta la segunda sala, no menos impresionante.

Tenemos la suerte de estar totalmente solos en la cueva y de poder recorrerla en su absoluto silencio, roto apenas por el alboroto ocasional de los vencejos  que la habitan. La cueva nos causa una impresión difícil de describir, la de un lugar con muchos miles de años de historia en cada una de sus piedras. Imposible decir algo más elocuente que lo que transmiten las fotografías.

Llegamos en dinghy al embarcadero

Un camino señalizado por borde del mar lleva hasta la cueva  

La sala principal de la cueva está bien cuidada y balizada y tiene cartelones explicativos. El acceso es gratuito  

Trepamos las rocas del derrumbe, al fondo de la sala

Al otro lado del derrumbe se desciende a una segunda sala

En esta segunda sala está la laguna 

La laguna de aguas cristalinas e inmóviles, en la segunda sala

Escalamos un segundo derrumbe, al fondo de la sala de la laguna

Se ve la luz del sol en lo alto

El segundo derrumbe se abre al exterior

Y muere en una hendidura del terreno de paredes verticales. Luis no puede sino fijarse en las clavijas de escalada que salpican uno de los farallones