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sábado, 10 de junio de 2023

Poros. Welcome to the jungle

Poros es el puerto más famoso del Sarónico y uno de los más importantes de Grecia. Una gran ensenada natural en la que cabrían cientos de barcos y que difícilmente podría tener mayor protección. Se abre entre la isla de Poros y la costa del Peloponeso, con sólo dos entradas muy estrechas que no dejan pasar ningún oleaje exterior y la convierten casi en una laguna.

Llegamos a Poros en una travesía larga y tranquila desde Kilada, recorriendo lugares por los que ya hemos navegado estas últimas semanas como el paso de la isla de Speltzes, el Golfo de Ydra y el norte de la isla de Dokos. Viento más bien poco, sólo a ratos, y más motor del que nos gustaría. Bastantes barcos a nuestro alrededor durante todo el camino, veleros y motoras, ésta es una zona de mucho tráfico.

Vista de la llegada a Poros por el este, con su característica torre del reloj destacando en lo alto

Entramos a la bahía a media tarde. Mala hora para encontrar amarre y, después de la experiencia de Ermioni, no estamos muy por la labor de volver a pasar la noche en un muelle previsiblemente ruidoso y lleno de flotillas. Preferimos buscar un fondeo tranquilo, o quizá una boya de pago, como nos recomienda un conocido.

La llegada a Poros por su entrada sur no puede ser más caótica. Un canal estrecho y poco profundo, enmarcado por un muelle larguísimo a estribor (hacia la isla) y una fila de balizas que delimitan la zona de aguas someras a babor (hacia el continente). En el muelle atraca una fila de veleros, popa a tierra. Por el otro lado del canal. más allá de las balizas, fondea una multitud de barcos, se supone que de poco calado. 

Entrada en Poros con la hilera de barcos atracados en el larguísimo muelle  

Campo de boyas detrás de las balizas que marcan el canal de Poros

Por el canal cruzan continuamente veleros y yates, pescadores y barquitas a motor. Y para rematar, ferries levantando ola incluso al pasar a marcha lenta. Un totum revolutum que impresiona y divierte, sobre todo cuando las maniobras de atraque de los veleros provoca atascos. En agosto esto debe ser como el Rastro en domingo por la mañana.

Una de las decenas de lanchas-taxi que unen las dos orillas de la bahía, Poros y Galata 

Visto lo visto decidimos hacer caso a nuestro colega. Encontramos una libre en una zona tranquila de boyas de pago y dejamos pendiente la decisión de qué hacer mañana, porque necesitamos pasar por el supermercado y repostar agua.

Vista de Poros desde nuestro amarre en el campo de boyas del oeste 

La duda nos la resuelve un simpático porense que decide embestirnos con su barca el día siguiente, a eso de las siete de la mañana. Afortunadamente, el tipo nos da el topetazo con relativa suavidad y con las defensas puestas, pero el despertar sobresaltado no nos lo quita nadie. 

Cordial pero firmemente nos explica en inglés macarrónico que estamos en su boya de amarre y nos pregunta “amablemente” cuándo nos vamos. Asumíamos que alguien vendría a cobrarnos los cinco euros de rigor, no que acabarían desalojándonos a empujones como okupas involuntarios.

Obviamente, el desahucio implica buscar sitio en el muelle, al menos por una noche. A primera hora de la mañana quedan huecos libres y no será problema. De hecho nos permite elegir el lugar que a priori parece el más tranquilo: justo en la puerta de la iglesia local. La única zona del muelle no invadida por bares de copas y terrazas de restaurantes.

Poros no tiene demasiado que visitar. Una capilla en lo alto de la colina, al final de las calles empinadas, con la famosa torre del reloj que parece marcar el tiempo en el pueblo. Una sola calle comercial que concentra el tráfico de coches y personas a lo largo del muelle. Mucha gente. Turistas que pasean de acá para curioseando la fila de barcos amarrados. Y, para completar la estampa, una multitud de marineros de la armada griega vestidos de domingo, con su curioso traje a medio camino entre pijama, kimono japonés y marinero de anuncio de colonia.

Poros desde el paseo del muelle

Subimos las empinadas calles y escaleras hasta la torre del reloj

Vista desde la colina de la torre del reloj


La iglesia en la parte alta, al lado de la torre


Marineros de la escuela en su día libre 

Poco más que contar de esta visita. Sólo la incidencia mecánica de la etapa (que parece que este año se está convirtiendo casi en lo habitual).

Salimos de Poros el lunes por la mañana, camino de Epidauros. Un día soleado pero revuelto. Una motora se unos locales se ha colocado muy pegada a nosotros por babor. Al salir del amarre, el viento cruzado nos empuja contra sus defensas.

Lucía está en la proa recuperando cadena y no me puede ayudar. Dejo el timón con marcha adelante mientras me veo obligado a ir a babor, porque nuestro aro salvavidas se ha enganchado con algún saliente de la motora y se va al agua.

Mal asunto. Salimos del amarre de mala manera, casi empotrados en el vecino. Por alguna razón, el ancla no nos sostiene tirando de la proa hacia el centro, contra el viento.

A trompicones llegamos al canal y nos quedamos atravesados. Lucía tiene su propia pelea con el molinete donde parece que se ha atascado el cabo y me pide dar atrás.

Todo está pasando demasiado rápido. No soy consciente de que nuestra amarra de babor está en el agua después de la lucha por zafarnos de la motora. Al dar atrás, las leyes de Murphy se cumplen inexorablemente. El cabo se enreda en la hélice y el motor se para.

Estamos sin motor en el medio del canal. No podemos maniobrar. Nuestro vecino griego está en la proa con cara de circunstancias, jurando en arameo y temiendo por su fondeo. Las tripulaciones de los barcos contiguos toman posiciones en proa para disfrutar del espectáculo inesperado y gratuito.

En varias ocasiones hemos pillado un cabo en la hélice. A veces por mala suerte y otras por pura impericia. Siempre hemos acabado teniendo que llamar a un buzo, que llega con su botella de aire comprimido, se sumerge tranquilamente, te libera, cobra y se va. Con suerte, puedes seguir navegando sin más problema, salvo que en ocasiones el cabo puede haber estropeado el eje o los retenes del saildrive. Y en ese caso la avería es importante, hay que sacar el barco del agua. No quiero ni pensarlo.

Pero conseguir un buzo en Poros un domingo por la mañana puede llevar horas, así que toca intentar la heroica. Me tiro al agua con mis gafas de snorkel y bajo a mirar el estropicio, Afortunadamente el agua aquí no está demasiado turbia. El cabo se ha enrollado como un ovillo en el eje de la hélice.

No me paro a pensar, me muevo por puro instinto. Consigo encontrar el extremo del cabo en la maraña de vueltas y voy desenredando, nudo a nudo. hasta que se me acaba el aire. Subo a respirar y vuelvo a bajar varias veces para seguir liberando el cabo.

El extremo está muy pillado entre el eje y la hélice. No hay manera de sacarlo a tirones, casi lo doy por imposible. Pero en un último intento, un poco a la desesperada, consigo que ceda por fin un poco y acabe soltándose. Eso sí, de recuerdo me queda el brazo izquierdo dolorido para unas semanas. Creo que empiezo a estar demasiado mayor para este tipo de movidas.

Subo al barco. Arrancamos motor y el Sargantana por fin se mueve y puede maniobrar. Somos capaces de recuperar nuestra ancla y salir del canal sin levantarle el fondeo a ningún vecino. Buscamos un lugar para detenernos y chequear el saildrive. Todo parece funcionar bien. El aceite de la transmisión está limpio, los retenes no se han roto.

Esta vez las balas han pasado muy cerca.



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