Delphi, o Delfos, como la hemos españolizado, es la del oráculo, la de Apolo, la del monte Parnaso, la omnipresente en la literatura de mitos y leyendas de la antigua Grecia que devoraba siendo sólo una cría. Y ahora estoy aquí, a los pies del Parnaso, extasiada ante el que puede ser el sitio arqueológico más bello que hayamos visitado.
La UNESCO lo ha declarado Patrimonio de la Humanidad y lo llama “sitio mágico”. Lo es. Embutidas entre dos formaciones rocosas del monte, las edificaciones se acoplan perfectamente al relieve y se funden con él, creando un paisaje único.
Delfos es el centro de universo. Cuenta la leyenda que Zeus soltó dos águilas doradas a recorrer el mundo conocido, una desde cada extremo, y en el punto en que se encontraron dejó caer una gran piedra con forma cónica para marcar el que, desde ese momento, se conocería como el “omfalós” (oμφαλός), el ombligo del mundo.
Debajo de la piedra se cuenta que Apolo enterró a la Pitón, el ser mitad serpiente mitad dragón que vivía en las profundidades de la tierra en el centro del mundo y a la que Apolo mató para vengar a su madre, puesto que Hera había mandado a la Pitón a hostigar a Leto y evitar que diera a luz a los mellizo en la tierra (verdad es que, al matarla, Apolo desató la cólera de Gea, pero esa es otra historia).
Una de las muchas copias del “omfalós” que había diseminadas por el santuario. El auténtico estaba en el templo de Apolo y lo cubrían con una red de lana entretejida con gemas y piedras preciosas
Nuestra visita a Delfos es el final de un viaje por la mitología griega que comenzó dos meses atrás en Delos, la isla en la que nació Apolo, y termina en el lugar que Apolo escogió para establecerse con su oráculo.
Llegamos a Delfos en autobús, coincidiendo sin planearlo con la tripu del Giula. Es sábado y los sábados sólo hay una línea desde Itea que haga el recorrido de ida y vuelta, dejándonos poco más de dos horas para la visita. Estando allí convenimos con nuestros vecinos de pantalán que no nos apresuraremos y volveremos en taxi. No hará falta, porque el autobús pasará tan retrasado que lo cogeremos al vuelo cuando salgamos del museo y vayamos camino del pueblo.
La visita es un puro ascenso en zigzag por el monte. Recorremos los caminos que serpean entre las ruinas, procurando no pisar muchos charcos y evitando en lo posible los numerosos grupos organizados y sus guías, a los que los paraguas de colores, esta vez, les resultan doblemente útiles.
Porque llueve. El cielo tiene un tono plomizo, las nubes definen el relieve, y el sol, que asoma a ratos, destaca los contornos y arranca un brillo especial a la piedra mojada de las ruinas. El paisaje es de vértigo, sobrecoge el ánimo.
Es fácil imaginarse la devoción de los miles de peregrinos que llegaban al centro de mundo desde todo el Mediterráneo para consultar el oráculo más famoso de la historia. Apolo les hablaba a través de la Pitia, la sacerdotisa mayor del templo. Nadie en la antigua Grecia tomaba una iniciativa relevante, desde una decisión doméstica hasta lanzarse a una batalla, sin oír lo que Apolo tenía que decir.
Al parecer, el trance divino de la pitia se debía a los vapores que emergían de una grieta del suelo sobre la que estaba instalado el trípode en el que se sentaba. Y sus profecías eran más bien alucinaciones y delirios que los sacerdotes se encargaban de traducir, asegurándose siempre de ser ambiguos y dejar suficiente margen a la interpretación de cada cual.
Sea como fuere, Delfos se convirtió en el centro del mundo para la antigua Grecia y más allá de sus confines. Se pobló de peregrinos. Los visitantes llevaban ofrendas votivas al dios Apolo, buscando sus favores o agradecidos por su ayuda. Las ciudades-estado competían entre ellas por enviar a Delfos los mayores y mejores tesoros. El recinto se llenó de edificios y obras de arte. En el teatro se representaban obras teatrales y musicales. Y se organizaban cada cuatro años los "Juegos Píticos", una de las cuatro celebraciones sagradas de la antigua Grecia.
El oráculo de Delfos funcionó durante casi mil años, hasta que la presión del cristianismo en el imperio bizantino del s.IV acabó con él, por considerarlo un ritual pagano: el emperador decretó su cierre y ordenó la destrucción del lugar y las obras de arte.







Un poco más adelante llegamos al estadio, ya fuera del recinto del santuario. Aquí se celebraban cada cuatro años los Juegos Píticos,?dos años después de los Olímpicos



great commentary....like being there...speaking of which....wish I was!
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