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martes, 6 de junio de 2023

Nauplia. Regreso al pasado en dos actos

En este viaje, Ermoupoli era la ciudad de las buganvillas hasta que llegamos´ a Nauplia.  Una pequeña población con un casco antiguo semipeatonal, de calles estrechas adornadas de tantas buganvillas en todos los tonos posibles del rosa que marean la vista. Un centro histórico orientado al turismo, plétora de restaurantes y tiendas, con cientos, miles de flores que tapan fachadas y balcones avejentados y le dan a esta pequeña ciudad un brillo y un colorido especiales. Es domingo, es lunes de Pentecostés; la ciudad bulle con el turismo de fin de semana de familias griegas que comen en las terrazas ensaladas, gyros y souvlakis como si fuera su última oportunidad. 

La parte moderna de la ciudad es, igual que tantas, un poquillo destartalada, pero agradable, con comercios al uso, aunque sin ese punto cosmopolita que hemos visto en algunas otras: aquí no hay "marcas". El tráfico, como ya es habitual, un pequeño caos de ruido y bullicio, sobre todo en las horas punta, a pesar de que sus conductores son infinitamente respetuosos con los peatones.

Un pequeño castillo que parece flotar en la bahía guarda la entrada de Nauplia. Es Bourtzi, la fortaleza construida por los venecianos durante la ocupación de la ciudad. Arriba, en la cima de la colina, asomándose al mar, hace guardia el verdadero castillo de Nauplia, la grandiosa fortaleza veneciana de Palamidi, la de los 999 escalones, la de los ocho bastiones que no consiguieron parar a los turcos, pero que fueron escenario del arranque del levantamiento contra ellos en 1822. 


Calle peatonal del centro histórico


Maqueta de la fortaleza Palamidi en el vestíbulo del Museo de la Guerra


La fortaleza Bourtzi en la bahía

Paseo del mar con restos de fortificaciones y cañones testimoniales

Calle comercial de la ciudad moderna



Lo mejor de Nauplia es, sin duda, que está muy cerca de Micenas y Epidauros, dos sitios arqueológicos imprescindibles. KTEL lo sabe bien y ha montado un combinado a precio reducido de sus dos rutas de autobús, que permite visitar los dos yacimientos en el día sin excesivos agobios, más allá del atasco en el tráfico mañanero y tener que esperar a algún pasajero despistado. 

Así que el martes, bien de mañana, nos enfundamos nuestros conocidos disfraces de turista y nos plantamos en el autobús camino de Micenas. Ya nos ha ocurrido otras veces: hoy hay  crucero en el puerto y el sitio está plagado de autobuses y grupos con guía. Nos las ingeniamos para hacer un recorrido a contrapelo, recogiendo retazos de explicaciones aquí y allá, pero lamentamos una visita un poco más tranquila a las ruinas de esta ciudad que fue una de las más importantes de la antigua Grecia entre los años 1600 y 1000 a.C., la cuna de Agamenon, rey de los griegos durante la batalla de Troya, y que expandió la cultura micénica por toda Grecia. Quizá por el bullicio, el sitio cuyas murallas construyeron los cíclopes, según la mitología, no es el que más nos impresiona, más allá de la famosa puerta de los leones y de la tumba circular de los reyes. 


Micenas, puerta de los leones que da acceso a la ciudad fortificada. Las cabezas de las leonas no se conservan porque al parecer se habrían tallado en esteatita, una roca poco más dura que el talco. En esta zona las murallas tienen 13 metros de altura


Micenas. Enterramieto circular para la realeza, al lado de la puerta de los leones 


Poterna noreste, puerta de escape en caso de asedio a la ciudadela


Bajando a la cisterna subterránea y que abastecía de agua a la ciudad 


Epidauros es otra cosa. El complejo, que se organiza alrededor del santuario de Asklepio, se extiende por una zona boscosa donde al interés de las ruinas y el sobrecogimiento por su dimensión se une la sensación de estar en plena naturaleza. Bien montado, con senderos marcados, bancos, sombras, carteles explicativos: una delicia. 

En Epidauros en el siglo VI a.C. se rendía culto a Asklepio, dios de la medicina, de cuyos poderes curativos se hicieron eco toda Grecia y Asia Menor. Los enfermos acudían al santuario en busca de sanación. Debían dormir en un local, el elekterion, donde el propio dios se les aparecía en sueños para indicarles cómo curarse. En el recinto hay varios templos, stoa, residencias y un albergue con 160 habitaciones. Un gimnasio, palestra, baños, conducciones de agua y un estadio, pues se organizaron juegos atléticos cada cuatro años en honor a Asklepio y a su padre, el dios Apolo.

Y el teatro. El teatro que se abre a tus ojos al coronar la pequeña colina, haciéndote soltar una exclamación. El teatro que te deja boquiabierto con sus 12.000 localidades en un arco de trazado perfectamente simétrico. El teatro con una acústica excepcional (la mejor del mundo) y una vista impresionante. El teatro que todavía hoy sigue utilizándose para representaciones y que es el más antiguo aún en uso. El teatro que, a los chavales americanos que lo visitan cuando llegamos nosotros, no les impone ningún respeto y en el que pegan voces y saltan y suben y bajan y ríen a carcajadas, probablemente incapaces de abarcar la inmensidad de sus 2.500 años de historia. 


Santuario de Asklepio







Entrando al teatro de Epidauros por la orquesta

Teatro de Epidauros desde arriba de la colina en la que está embutido







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