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jueves, 30 de julio de 2015

Día 6. Alghero. Pescando en Alghero

Alghero sabe a Mediterráneo y a historia. Me gustaría volver fuera de temporada sin trenecitos de la bruja y carruajes con caballo de atrezzo (el coche lleva motor eléctrico y lo conduce un señor gordo con gorra de béisbol, auriculares y cara de aburrimiento). 

Y con menos turistas. Y eso que los turistas de Alghero son mucho más pasables que los de la costa española, sea Barcelona o Torrevieja. Van, por supuesto, vestidos con el uniforme oficial de turista, pero el conjunto tiene muchas menos estridencias. No gritan demasiado, ni se agrupan en manadas como los bisontes. Se limitan a hacer cola en las barcas que viajan cada hora a la Cuova di Neptuno, y a comprar compulsivamente helados.

Porque Alghero es la ciudad con más helados del mundo y con menos hielo del mundo. Un contrasentido que podría ser objeto de tesis doctoral de economía y sociología. Un misterio. Paseando por Alghero ves gelaterias en cada esquina, en cada plaza, todas refulgentes, todas llenas de turistas que compran helados a todas horas como posesos. Pero en ningún sitio venden hielo. Ni en las gelaterias (normal), ni en los supermercados, ni en las gasolineras. Mucha gente que conozco no sobreviviría en Alghero. Los alghereños deben tomar los gin-tonics del tiempo.

Y es que la gente de Alghero es curiosa. Son simpáticos y cercanos, y sensatos, y tranquilos. Como Alessandro, que está pescando en el puerto junto al Sargantana. Alessandro no tiene más de 12 años y acaba de llegar al puerto con su bicicleta, su bolsa-nevera de camuflaje, su pequeña caja de herramientas y su caña. Alessandro es rubio, tiene el pelo corto cortado a cepillo, y disfruta pescando. Hoy ha encontrado un hueco entre el Sargantana y un yate un poco venido a menos atracado unos metros más allá , ha extendido su parafernalia por el muelle de piedra, y pesca. Pesca, pero, sobre todo, habla. Habla sin parar, todo el tiempo, en un italiano difícilmente comprensible del que sólo soy capaz de entender unas pocas palabras. Habla con la caña, con el hilo de pescar, con los anzuelos. Habla con los pequeños peces que saca del agua verdosa de la dársena. "Sei morte, sardina?" le pregunta a uno mientras le golpea con la mano antes de meterlo en la bolsa. A pesar de la brisa fresca del norte hace mucho calor en Alghero a las tres de la tarde, pero eso a Alessandro no le importa nada.

Pasamos un día tranquilo. Lavandería, limpieza del barco, pequeñas reparaciones, compra, paseo larguísimo por las calles medievales, cena en una trattoria excelente. Ahora tomamos una copa en cubierta, escribimos y suspiramos porque el discobar cercano, que hoy sí funciona, tenga a bien cerrar o bajar el volumen de la música.

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