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lunes, 23 de mayo de 2022

2022 11ª etapa: Kyparissia - Pilos. La reina (2006)




Lunes, 23 de mayo

Navarino es el puerto de Pilos, y en él reina Joanna. Su vozarrón y sus toques de silbato resuenan en la dársena desde primera hora de la mañana hasta el anochecer: “Captain, anchor down NOW! Captain, now come back slowly! Captain, I said SLOWLY!”

Y, en este caso, el patrón inglés, probablemente novato en cómo amarrar a la griega, y díscolo, pero orgulloso, como suelen ser los marinos ingleses, adopta instintivamente posición de firmes, agacha la cabeza y pone popa al puerto, suave como un corderito. 

Porque, con ella, ir de listo, o de arrogante, te cuesta muy caro. “Captain, I am YOUR harbour master!”, brama. Joanna es pequeña, rubia teñida, de edad indefinida. Seguramente arrasó en sus años mozos, allá en Australia. Pero cuando te habla, pocas bromas. “Make no mistake”. Que se lo digan al inglés…

Joanna abronca a uno de los patrones 


Joanna es griega pero tiene un pasado australiano que exhibe orgullosa a las primeras de cambio. Y se mueve por el muelle, su reino, siempre despacio, majestuosa. Le gusta pararse a hablar con las tripulaciones, y contar historias, y dejarse invitar en los corrillos que, inevitablemente, se forman en el muelle cada tarde. Joanna puede que nos grite a veces, como una madre regaña a sus niños traviesos, pero, sobre todo, ríe. Y sus carcajadas hacen que este puerto sea absolutamente memorable.

Joanna se une a la tripulación de un yate holandés


Duerme allí mismo, en un extremo del muelle. En un mínimo remolque, junto a una oficina mínima, poco más que una caseta de obra. Sólo durante la temporada, aunque “Last year I was here nearly until Xmas, it was so cold!”. En el invierno regresa a su casa, cerca del castillo, a esperar que las olas de los temporales dejen de barrer su muelle y vuelvan sus veleros y sus yates.

Y en la temporada, que cada año empieza antes, ella es feliz con su remesa diaria de patrones. “My captains”, les llama. Y se lo dice a Lucía, como una confidencia: “You know, this port is my life”.

Pilos es el pueblo más bonito que hemos visitado este año en Grecia. Está en una gran bahía, de varias millas, que recuerda al Mar Menor, aunque con aguas totalmente transparentes y limpias.

Pilos desde el barco, al atardecer

 
Un pueblo pequeño, de casas blancas y coquetas que trepan por la colina, con un aire a Vathy, o a Andratx, o a Paxos. Un lugar en el que te quedarías semanas, como en otros muchos en Grecia. Pero este es especial: aquí hemos conocido a La Reina.

Un café en Pilos

Vista de Pilos desde el castillo, que no podemos visitar porque cierra los martes


Pasamos dos noches en Pilos. La primera, fondeados al norte de la bahía. La segunda, aquí, en el puerto. 

Vista de Pilos desde el muelle de Navarino.  


En la bahía entramos a vela y la recorremos en un par de bordos, Luis a la rueda, disfrutando de la ceñida a siete nudos, en esta especie de estanque de aguas turquesas. La ola incómoda que nos viene acompañando desde Kyparissia se queda fuera, detrás de los formidables farallones que forman la angosta entrada al golfo de Navarino. 

Avistamos la entrada al golfo de Navarino, con ola y viento de 20 nudos 

Echamos el ancla y pronto avistamos algunos de los barcos con los que ya hemos estado en puertos anteriores. Somos una docena de veleros haciendo el recorrido hacia el sur, con similares paradas. Los tripulantes del Fernweh, con quienes coincidimos en Agios Nikolaos y que se ofrecieron a ayudarnos con el rescate del ancla en Katakolo, nos saludan alegres cuando pasamos a su lado en la auxiliar y nos recomiendan excursiones por la zona.


Es casi el atardecer y decidimos recorrer andando el senderito que, en 20 minutos, nos lleva, pasando por la laguna Gialova y su piscifactoría que parece en desuso, al lado oeste de la preciosa playa de Voidhokoilia. Dicen que es una de las más bellas del Mediterráneo, y puede que no les falte razón. Una sucesión de dunas pobladas de sabinas y matorral mediterráneo se abre a una estrecha lengua de arena en una bahía perfectamente circular y cerrada por altas paredes de piedra.

Sistema dunar que separa la playa de Voidhokoilia de la laguna de Gialova

Playa de Voidhokoilia al atardecer


A esta hora, y en esta época del año, la playa está prácticamente vacía, salvo por media docena de bañistas al otro extremo, en la zona accesible en coche.



La noche en el fondeo es mágica: media docena de barcos frente a una playa no muy bonita, pero sí virgen y desierta, en la que cantan incesantemente las cigarras. 

Barcos fondeados en el golfo de Navarino, frente a la playa norte 

Y a la mañana siguiente volvemos a recorrer el golfo para entrar en el puerto, visitar el pueblo, comprar algunos productos frescos y, sobre todo, rellenar agua y darle al barco la limpieza que Kiparissia nos negó. Joanna también reina sobre el agua, cuyo grifo mantiene encerrado en una caja azul con candado, la llave colgada al cuello con su silbato. Joanna parece decidir a quién concede el privilegio de usarla y a quién no. Tenemos suerte, le hemos caído bien. 

Sargantana amarrado en Navarino. La altura del muelle hace casi inviable nuestra pasarela, aunque tiene más de dos metros 


Martes, 24 de mayo



domingo, 22 de mayo de 2022

2022 10ª etapa: Katakolo - Kyparissia. Dune (1984)


Domingo, 22 de mayo

Arrakis es el planeta de Dune, y en Arrakis el bien más preciado es el agua. Se recicla. Se atesora. Se mata y se muere y se vive por el agua.

Hoy llegamos a Kyparissia. Un “stop and go” entre Olimpia y Pilos. Un puerto sin más, que, simplemente, encaja bien en nuestro plan de viaje. Pero un puerto en el que, según ls guías, se puede conseguir agua. Y repostar agua es vital para nosotros porque en las próximas etapas es muy improbable que podamos encontrar en los fondeos. El Peloponeso es Arrakis y nosotros no tenemos potabilizadora (nota mental para el año que viene).

Kyparissia es un puerto desolado y con aspecto de estar o a medio construir o a medio demoler. Muy amplio y resguardado, pero casi vacío. Un puñado de barquitas locales de pesca y una enorme draga en el centro de la dársena y que se afana en algo que solo conocen los dioses. Y los diez o doce yates y veleros de paso, como nosotros, que llegan como intrusos, ocupan el único de los muelles que tiene calado suficiente, y se van al dia siguiente como fugitivos que huyen de una prisión.

Sus muelles no tienen nada, ni siquiera norays. Solo argollas oxidadas muy incómodas para atar los cabos. No hay puntos de luz, ni casetas u oficinas. Nadie se mueve por los pantalanes. Parece un puerto fantasma.

Lo que sí tiene el puerto es una minúscula capillita griega.


Llegamos a Kyparissia tras una travesía de seis horas desde Katakolo. Una línea recta perfecta en un día de sol perfecto y con un viento perfecto.

Alivio. Hay sitio de sobra. De hecho, a esta hora sólo se ven otros tres veleros y, en este puerto, si se colocan bien, cabe más de una docena. 


Nos abarloamos al muelle, según hemos leído en las guías que hay que hacer y como los veleros que están antes que nosotros. Los barcos que llegan por la tarde deciden  “colocarse bien”


Nada más atracar me puede la ansiedad, y me pongo a buscar el agua. No hay torretas con tomas, pero junto a la pared corre un tubo de PVC negro, con algún grifo cochambrosos de tanto en tanto. Enchufo mi manguera al más cercano al Sargantana. Nada.

Sigo el tubo a lo largo de todo el muelle, unos 100 metros. Pruebo todos los grifos. Nada.

Me encuentro con un señor mayor que, agachado, está pintando el casco de una barca de madera. Le saludo en inglés. Se vuelve lentamente y murmura algo que interpreto como un saludo. Le pregunto si sabe cómo activar el agua. Me mira en silencio durante varios segundos, y pone cara de “Otro más…”.  Me dice: “No water”.

Insisto. Me replica que es imposible, que la autoridad portuaria está harta de que los barcos de paso derrochemos su agua. Que han bloqueado la llave de paso y que solo le han dejado acceso a él mientras pinta. Que no puede dar agua a nadie porque “si se enteran, le cortarán el agua también a él”.

Me vuelvo al barco, decepcionado. Echo cuentas de la poca agua que nos queda y las etapas que nos esperan por delante. Voy a recoger mi manguera. Al llegar, y por pura inercia, abro el grifo. Funciona.

Gracias, caballero. 

La taberna Remezzo, un sitio encantandor a la entrada del puerto, donde tomamos un café


Kyparissia (o Ciparisia) supone nuestra entrada en la provincia de Messinia (o Mesenia), la primera de las cinco que pertenecen a la región del Peloponeso. Las otras dos que integran la península, Ilia (o Elide) y Achaia (o Acaya), pertenecen a la región de Grecia Occidental. 

División del Peloponeso (es.wikipwdia.org)


Peloponeso significa “isla de Pélope”, como aprendimos en nuestra visita a Olimpia. Sin embargo, hasta la apertura del canal de Corintio no se convirtió en una auténtica isla. El canal sigue cerrado al tráfico de buques por un gran desprendimiento que lo inutilizó hace un par de años. Parece que podría abrir de nuevo en junio. La experiencia de cruzarlo la guardamos para nuestro regreso el próximo año.

Hemos leído que Kyparissia no es un sitio con encanto. Y, sin embargo, nos sorprende.  Una ciudad más bonita que fea, de esas, tan griegas, que mezclan en sus calles edificios de los años 60 con casitas bajas de pueblo y granjas de campo; con un popurrí de aceras arregladas y otras intransitables; con zonas de arbolado bien cuidadas y solares viejos en los que crece la maleza. 

Como muchas ciudades griegas que hemos conocido, Kyparissia parece estar a medio terminar. Si en Katakolo estaban instalando las aceras en la calle principal, aquí tienen levantado todo el centro, de modo que la compra entre sus tiendecitas se convierte en una carrera  de obstáculos. Compra que hacemos el lunes antes de zarpar, porque a nuestra llegada es domingo y la ciudad está desierta. 

Desde el puerto, la vista de las montañas a la espalda de la cuidad es realmente bonita. El paseo del domingo nos lleva por las calles dormidas, que trepan por la ladera del monte Egaleo, hasta la ciudad vieja. 

Playa de Kartelas, en Kiparissya 

También recorremos la zona de costa. La línea interminable que hemos avistado desde el barco durante las últimas millas de nuestra etapa resulta ser una playa en estado natural, con un camping y algunos alojamientos turísticos, bien cuidados, al otro lado de la carretera, con cafés desde los que contemplar el ocaso en el mar.  

Sunset Bar, frente a la playa, cerrado fuera de temporada

La vista desde la playa hacia el interior recuerda una estampa de pueblo de montaña, solo alterado por la tristeza de un parque acuático abandonado hace muchos años. Salvo por dos parejas de turistas tomando el sol en uno de los hoteles, el paraje está desierto. Me pregunto si conservará su encanto en temporada alta. 

Lunes, 23 de mayo




viernes, 20 de mayo de 2022

2022 9ª etapa: Zakynthos - Katakolo (Peloponeso). Carros de fuego (1981)




Jueves, 20 de mayo

Katakolo, primera hora de la mañana. Un puerto con nombre de un integrante del comando Donosti, pero muy amplio y agradable, en un pueblo coquetón y que vive obviamente del turismo. Aquí recalan casi diariamente megacruceros para hacer la excursión al sitio arqueológico de Olimpia.

Llegamos ayer por la tarde, desde Zakynthos. Una travesía agradable. Poco viento al principio, pero después un F5 de popa que nos permite volar, solo con génova, y llegar mucho antes de lo esperado. Nos da pereza hacer la maniobra de atraque con más de 20 nudos de viento y preferimos fondear en la bocana, como varios otros barcos.

Por la mañana madrugamos. Hay que atracar en puerto y prepararnos para nuestra excursión a Olimpia.

Katakolo visto desde la bocana

Viento cero, sol a tope. Sin desayunar, nos dirigimos a puerto. Hay muchos amarres vacíos. Iniciamos maniobra. Rutina. Encaramos el barco a un hueco libre. Un par de vecinos somnolientos, que nos han visto, salen para ayudar con las amarras. Pongo marcha atrás, muy despacito. Lucía empieza a largar cadena. Son tantas las veces que podría hacer la maniobra con los ojos cerrados. Lucía viene desde la proa para ayudar con las amarras. Les decimos “good morning” a los vecinos. Nos sonríen. Les sonreímos. Cinco metros. Cuatro metros. Vamos a darles las amarras…

- Clong


El barco acelera hacia el muelle. Pongo punto muerto. En un microsegundo sé perfectamente lo que ha pasado: se ha acabado la cadena, el cabo que la sujeta al barco se ha roto y toda la cadena está en el fondo del puerto. Se nos hielan las sonrisas a todos. Menos mal que no hay mucho viento.

- Me cagüentó lo que se menea, dice Lucía.

Miro el reloj. No son ni las ocho. No he desayunado. Me va a tocar bucear en este puerto. El agua está turbia y verdosa.

Las caras de sorpresa de Lucía y los vecinos de amarre son de foto, pero no hay tiempo para selfies.

En dos minutos tomamos decisiones. Sin cadena no podemos fondear. Nos sugieren atracar costado al muelle en un sitio cercano, mientras decidimos. Allá que nos vamos.

Lucía jura en arameo. Va a ser que soltó cadena un poco pronto. Hoy toca excursión a Olimpia, así que hay que ponerse las pilas.

En 30 minutos me encuentro en el lugar de autos, subido en la neumática, con gafas, tubo y aletas. Joder, que fría está el agua. No son horas. He fondeado un rezón y bajo tirando de la cadena. La buena noticia es que no llega a cinco metros. La mala es que hay fango en este puerto de m… y no veo la cadena por ningún lado.

Al cabo de unos miles de horas, que probablemente no fueran más de cinco minutos, veo un montoncito de cadena en el fondo, asomando entre el fango. Eureka. Bajo otra vez antes de perderla de vista, la subo y le trinco un cabo. Si no es por el vecino que me ayuda con el cabo, me trago medio puerto. Arg.

Subiendo ya el ancla


Prueba superada. Nos lleva un ratito recomponer todo: la cadena en su sitio, la auxiliar y el motor arriba, ducha y desayuno. Y hablar con el capitán del puerto. Un tipo llamado Nikos, gordo y sudoroso, con un inglés poco mejor que nuestro griego. Lucía negocia con él. Como siempre en Grecia, los precios son ridículamente bajos. En este caso, 6,32 euros. Y nos permite quedarnos en nuestro amarre de fortuna.

A las 1230 estamos ya saliendo en coche hacia Olimpia.

El Panda rosa, que Luis dice rojo, alquilado por 25 euros el día 


Olimpia no son unas ruinas, es un santuario. Eso es lo que una vigilante le grita a una pareja de ingleses que se sientan en el suelo enfrente del altar de la llama sagrada y se quitan los calcetines para hacerse un “selfipie” conjunto. Debe de ser una nueva moda introducida por la facultad de Arqueología de la Universidad de Oxford (o Cambridge). Una señora griega, que resultó ser profesora tomando apuntes para sus alumnos, se une a la bronquita y les dice que “aunque ya no crean en los doce dioses, este no es un sitio para hacer el capullo”. Y con razón. No quiero ni pensar lo que les podría haber caído encima en temporada alta. Hoy somos muy poquitos turistas visitando el santuario (que así lo llamaron las griegas) y el corrillo que se forma somos nosotros y poco más.

En este preciso lugar, frente al templo de Hera, en una ceremonia reverente, se enciende cada cuatro años la antorcha olímpica que luego recorrerá medio mundo hasta el pebetero del país organizador. La llama olímpica conmemora el robo de Prometeo del fuego a los dioses para dárselo a los hombres 


Nos encanta Olimpia. Muy silencioso. Casi con ambiente de cementerio. El gimnasio, la palestra, el templo de Zeus, el estadio, las fuentes… Más de tres horas de recorrer sus calles, e imaginar los volúmenes y la belleza de unas construcciones hechas de grandes piedras de mármol, caliza y terracota, que ahora yacen por el suelo después de la destrucción provocada por los terremotos.

Olimpia es un gran parque a los pies del monte Cronio con centro en el derruido templo de Zeus. Plagado de enormes árboles, con amplios senderos y bancos a la sombra, silencioso salvo por los pájaros, mirlos y pinzones que cantan sin cesar. Es fácil imaginar cómo la naturaleza se ha ido abriendo camino entre las construcciones y las ha ido engullendo a lo largo centenares de años. Lo que hoy se ve es el producto de concienzudas excavaciones que, desde el siglo XIX, han ido sacando a la luz los restos de un icono de la Grecia clásica. 

Los restos del grandioso templo de Zeus. Alojaba una gigantesca escultura en oro y marfil (técnica llamada crisoelefantina) del dios padre del Olimpo. Factura de Fidias, es considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo. Se ha perdido por completo. Podemos saber cómo era por las crónicas de Estrabón. En el museo arqueológico de Olimpia,  en la sala de Fidias, se conservan moldes y herramientas usados  para esculpir su obra maestra. Enternece ver la vasija en la que ha grabado “Pertenece a Fidias”.


Cuando llegas, te sientes desorientado: no sabes dónde mirar ni cómo moverte, sólo hay piedras. Pero pronto tus ojos se acostumbran a ver y tus sentidos a imaginar. Y empiezas a caminar con soltura por el recinto y a ver sus formas colosales. Y, poco a poco, te gana el peso de lo sagrado, el culto a Zeus, a Hera. Entiendes la disposición de los templos y altares en el Altis, el bosque sagrado. Fuera de él, distingues los edificios administrativos y las casas para acoger huéspedes ilustres, así como las construcciones dedicadas a los atletas. 

El templo de Hera, en el norte del recinto, es 150 años anterior al de Zeus. El santuario estaba originalmente consagrado a esta diosa y a la diosa Cibeles. Zeus, luego omnipresente, llegó mucho después y les quitó el sitio a las señoras…

El filipeo, templo jónico y único edificio de planta circular del recinto,  mandado construir por Filipo II de Macedonia al lado del templo de Hera. Instaló allí estatuas de toda su familia y de sí mismo, para tener un lugar entre los dioses


Entiendes la relevancia de los juegos que se celebraban allí cada cuatro años y su carácter casi sagrado. Sientes el peso del juramento de deportistas y jueces ante los dioses. Imaginas la hilera de las estatuas de Zeus bordeando la avenida que conduce al estadio, cada una levantada con el dinero de la sanción impuesta a un deportista tramposo, su nombre inscrito en la peana para escarnio público. 

El estadio. Al cruzar el arco que da acceso a la gran explanada, la música de Vangelis, fallecido hace menos de una semana, se te viene irremediablemente a la cabeza y no dejará de acompañarte el resto de la visita. 

La comunicación entre el recinto sagrado y el estadio era una bóveda subterránea de la que hoy queda un arco testimonial


El estadio visto desde la terraza de los tesoros. No tenía graderío de piedra, a excepción de la tribuna de los jueces (la “exedra”), en el centro del lado sur. Los espectadores se sentaban en bancos de arcilla


El museo arqueológico está fascinantemente bien montado y encierra tesoros que ayudan a entender la importancia cultural y artística de la Olimpia antigua. En la foto, estatua de Hermes con el niño Dioniso, de Praxíteles. Fue encontrada en su ubicación original en el templo de Hera, en un estado de casi perfecta conservación, bajo una gruesa capa de arcilla.


Los frontones del templo de Zeus, preservados parcialmente  y conservados en el museo, dan idea de las colosales dimensiones del edificio y la riqueza de su decoración. El frontón del este representa a los protagonistas de la leyenda de Pélope, que consiguió vencer a Enómanos, rey de Olimpia, para casarse con su hija Hipodamía, materializando con la muerte de Enómanos la profecía autocumplida y dando nombre a esta región de Grecia, el Peloponeso  


Viernes, 21 de mayo





jueves, 19 de mayo de 2022

2022 8ª etapa: Zakynthos (2). Salvar al soldado Ryan (1998)



Acto II: El rescate

Mediodía del jueves. Las tripulaciones del Narganá y el Sargantana debaten cómo salvar a Jon de su infortunio.

Jon sigue en la bañera del Surfing Safari. A poco más de cuarenta metros de distancia del mundo civilizado (cinco, si contamos la proa del Nevermind), podría parecer un náufrago en medio del Pacífico. Triste. Deprimido. Solo.



La tripulación del Nevermind, relevada ya de su papel de traductores simultáneos y enlace verbal con Jon, y una vez seguros de que su proa no va a tener ni un rasguño, se dedican a sus quehaceres y pasan de Jon. Nevermind.

Antonio sigue fumando. Cuando ha comprobado que la cadena de su barco sigue tensa, y que, por tanto, está seguro, cierra el barco, coge su moto y se marcha. Adiós, Antonio.

Sergi y yo resolvemos ir a hablar con Jon para ver qué piensa hacer y cómo podemos ayudarle. Bajamos el dinghy del Sargantana y nos vamos para allá. Dejamos a las chicas al cuidado de los barcos.



La mañana sigue desagradable. Rachas de 25-30 nudos y mucha ola dentro del puerto, pero, con la luz del día, todo parece menos amenazador. La excursión nos deja más bien empapados. Jon nos agradece la solidaridad y nos dice que está tratando de llamar al puerto para que le manden un remolque o un buzo para liberarle. Parece que la respuesta es “demasiado temprano” y “ya le llamarán”. La otra cara de Grecia.

De momento, lo que resolvemos es ayudarle a fondear un ancla auxiliar que le permita asegurar su barco por popa. Estamos convencidos de que está tirando de la cadena del Narganá hacia estribor, y eso complica su estabilidad . Es preferible que tenga su propia ancla.

Intentamos hacer una maniobra parecida con el Narganá. Sergi fondea un ancla auxiliar que lo retenga contra el viento. Lleva ya muchas horas sostenido sólo con el motor avante. Esa solución funciona peor. El ancla garrea, no es capaz de sostener su tiro. Probamos dos veces. Desistimos. El Narganá tendrá que seguir gastando combustible.

En la popa del Narganá y del Sargantana el muelle se ha derrumbado parcialmente y no hay protección si falla el ancla


Y, por fin, aparece un buzo, que probablemente ha enviado el puerto. Más vale tarde que nunca. Un chaval simpático y resuelto que se compromete a bucear bajo el Surfing Safari y tratar de deshacer el lio.

Pero nos dice que no puede venir con su equipo antes de las 1530. Decepción. Ayer alquilamos un coche para pasar hoy el día recorriendo la isla en coche, pero, hasta que no se resuelva esto, no nos podemos ir. Nuestra cadena está seguramente metida en todo el lío. Tendremos que estar en el barco cuando llegue el buzo.

La operación es espectacular. Todos los barcos cercanos, con su tripulación expectante en la proa. Grupos de curiosos parados en la acera. El buzo, solo en la acera, vestido de neopreno, preparando su equipo: botella, regulador, aletas,… Como un Gary Cooper en “Solo ante el peligro”. Todos en silencio. Ya luce el sol, hace incluso calor, pero ni el viento ni la ola tienen pinta de aflojar.



El buzo se santigua y salta al agua. Nos ha dicho que la operación tiene riesgos por la ola y la corriente, y porque no sabe lo que se va a encontrar. Dice que va a ser caro porque le va a llevar tiempo, y es peligrosa, y tiene una familia. Que le va a pedir a Jon 200 euros. Lucía dice “Ay, pobre”, con un tono maternal que llega al alma.

También esto es Grecia. Un tipo simpático al que le parece caro jugarse el pellejo por 200 euros delante de una panda de turistas curiosos.

Nada hasta el Surfing Safari, sumergido, recorriendo la cadena del Narganá. 



Tras un tiempo que parecen horas, emerge en la popa y sube trabajosamente al barco. Le vemos a lo lejos hablando con Jon. Vuelve al agua y desaparece. Vuelve a emerger y grita: “Pull chain!”

Sergi arranca el molinete y su cadena, por fin, se mueve. Se bloquea. El buzo desaparece. Emerge. Más cadena liberada. El Surfing Safari ya se aproa al viento. Está libre.

Sergi todavía tiene que ir una vez más en la neumática a ayudar a Jon a cobrar el ancla auxiliar, a mano


El buzo vuelve al muelle. Nos dice que la cadena daba más de diez vueltas alrededor de la hélice, que había sido casi un milagro poderla soltar a mano. La mala noticia es que las cadenas de todos los demás son ahora un spaghetti debajo del agua. Nos da el orden concreto en el que deberíamos intentar salir, y nos desea suerte con una media sonrisa.

La salida será difícil. El Narganá y el Sargantana nos iremos mañana, el resto se van el sábado. No sabemos lo que pasará. Eso queda para el Acto III.

Nosotros aprovechamos las pocas horas del día que nos quedan para salir a recorrer la isla con nuestro coche alquilado, que ya dábamos por una inversión desastrosa. 

Zakynthos es una isla relativamente pequeña. En medio día puedes recorrerla en coche sin ningún problema. Es sorprendentemente verde. Muchos campos de olivos en el sur y complejos turísticos en playas un tanto angostas. Hacia el oeste la carretera recorre suaves colinas, casi de campiña inglesa, por encima de los acantilados. Una preciosidad. Una costa virgen, con muy poca edificación. Con una vista magnífica. En España ya no nos quedan de estas.

Pasamos por encima de los lugares que ya vimos por mar. Shipwreck beach, Agios Nikolaos, la playa de Xigia. Resulta agradable volver a la tranquilidad del turista después de las horas de estrés. El viento ha caído bastante. Todavía sopla pero ya no amenaza.

La costa en el noroeste de la isla es verde y montañosa, con acantilados altísimos y cortados casi en vertical. Esta foto esta tomada en las inmediaciones  de la Navagio, la playa del naufragio


Playa del naufragio, la más fotografiada de Grecia.
En esta época del año, y a estas horas de la tarde, apenas hay nadie en el mirador, un pequeño balcón metálico para dos personas en el que es necesario contorsionarse para llegar a verla. En verano hay largas colas para tomar una foto desde el balcón, foto en la que saldrán decenas de barcos y centenares de personas en la playa.
Hemos tenido suerte de disfrutar de Navagio para nosotros solos, tanto desde tierra como, hace unos días, desde el mar.


La playa de Xigia, en la costa noreste, donde fondeamos de camino a Zakynthos y donde nos dimos el primer baño griego del año. 


La carretera serpentea entre olivos. Zante es un gran vergel rodeado de montañas excepto por el extremo sureste, donde la llanura se desparrama hacia el mar en la bahía de Laganas.


Playa de Laganas, en el extremo sureste de la isla. No es una playa especialmente agradable, con su arena negra, aunque tiene unas vistas increíbles de la bahía. Es insoportablemente turística, con decenas de bares y pubs en la misma arena y una población a sus espaldas totalmente orientada al turista, en el peor estilo posible del término


En el acceso principal a la playa de Laganas, los coches, motos y quads estacionan en la misma arena. Hay quads por todas partes en la isla, a pesar de ser aún mayo.



Playa de Gerakas, en la punta sureste de la isla. Es la playa por excelencia de anidamiento de la tortuga careta y está vallada para impedir el acceso. Es esta época, a esta hora, totalmente desierta, a pesar de que la puesta de sol arranca un brillo magnífico del acantilado. En verano no sé si se llenará. El acceso es a pie, habiendo dejado el coche en un aparcamiento disuasorio. Toda esta zona está protegida 


Playa de Gerakas hacia el oeste. El sendero del pequeño acantilado sobre la playa es muy agradable. Por el camino se pueden ver dunas fósiles


Dunas fósiles sobre la playa de Gerakas, en el extremo sureste. La parte sur de la isla nos gusta mucho





Acto III. El día siguiente

El día siguiente de la movida amanece tranquilo y soleado. En realidad, ya lo sabíamos, era una borrasca corta. 

Me levanto temprano y salgo a cubierta, para encontrarme con Sergi y Rosi casi listos para salir, limpiando nuestra neumática de los barros que acumuló en la batalla de ayer. Además, sorpresa, durante la noche, o al amanecer, Jon ha vuelto a atracar en su sitio inicial. Estamos como al principio. 

Hace un sol agradable. Todas las tripulaciones sonrientes. Hasta Antonio, que llega en este momento para presenciar el último acto, saluda a todos a su llegada. Ahora esto ha dejado de parecerse a una playa de Normandía y recuerda más bien al pueblo de “El show de Truman”.

Y al rato nos preparamos para salir. Primero el Narganá, luego nosotros. Los demás, al día siguiente. Hay nervios.

El Narganá se lanza a la piscina. Avanza lentamente sin dificultades, casi no hay viento. Pero, lo esperado, ocurre: al recoger su ancla, ya en medio de la dársena, se bloquea. Las cadenas del Antonio y del Sargantana vibran. El Narganá se para.



Los corrillos de paseantes se vuelven a formar. Hay lío.

En realidad, no. Ya no hay angustias. No hay casi viento y la tranquilidad manda en el puerto. El Narganá maniobra para ir desplazando su cadena por debajo de la nuestra.  A este acto le falta un poco de tensión escénica. Qué le vamos a hacer.


Viernes, 20 de mayo