Al norte de Khalkis el canal de Evia no cambia demasiado respecto a lo que ya vimos en su mitad sur. Algo más amplio quizás, pero el mismo decorado. Menos viento, casi nulo. Mar plano. A motor. Tedio.
El canal se convierte en un mero pasillo que nos conduce hasta Volos y las Espóradas y lo recorremos sin prestar mucha atención a sus costados. Aunque quizá nos equivocamos no haciéndole justicia. A posteriori nos hablan de Loutra y de algún otro lugar que merece algo más de atención y quizá una recalada. Tomamos nota para el año que viene.
Lo más relevante a mencionar es nuestra visita al varadero donde nos planteamos dejar el barco durante el verano (y quizá también el invierno). Nos han dado muy buenas referencias de Livaditis, un boatyard (o, como ellos mismos se anuncian, un parking de barcos) junto a la ciudad de Limni. Decidimos comprobar sus instalaciones in situ y conocerlos personalmente antes de tomar la decisión y contratar nada. Nos dan permiso para pasar una noche en una de las dos boyas que tienen fondeadas frente a su playa y concertamos una visita.
Lo que vemos nos convence. Livaditis es un varadero muy pequeño comparado con los que ya conocemos (Artemis, Cleopatra, Ionion, Basimakopoulos, etc) y lo explota una familia griega, no una empresa. Menos medios, pero sobre todo un ambiente radicalmente distinto, artesanal, casero. Nada de logos, nada de oficinas ni personal uniformado. Livaditis tiene aspecto de un resort playero low cost en el que, además, guardan barcos, con precios muy moderados pero con servicios de mantenimiento y reparación más bien justitos (por no decir mínimos).
Sin embargo Livaditis nos gana por su gente. Nos recibe la “materfamilias” que está allí, a pie de obra, a pesar de ser día festivo en Grecia (el Corpus). Después hablamos con su hijo Xaris, que está al frente del negocio y que nos atiende como puede mientras prepara la fiesta de cumpleaños de su hija (a la que por supuesto nos invita). Nos parecen muy simpáticos, gente honrada y trabajadora que ofrece precios imbatibles, trato personal y una calidad más que suficiente.
No tienen grandes grúas como sus competidores. Suben y bajan los barcos mediante un tractor con remolque que sumergen en la playa. Tienen un pequeño taller en el centro de un patio un poco descangallado en el que los barcos se agolpan en un orden casi inverosímil y no te ponen problemas para que tú mismo repares tu barco (o busques profesionales ajenos al negocio). De hecho, saben que sus clientes necesitan unos mínimos de comodidad y te ofrecen en las mismas instalaciones unos pequeños apartamentos, con buen aspecto y ultrabaratos. Muy útiles para esos días de estancia obligada para poner el barco a punto, antes y después de la varada.
No necesitamos más. Nos gusta esta gente. Cerramos el trato con un apretón de manos, sin depósitos ni papeles. Descubrimos que una buena parte de los españoles que navegan por Grecia son o han sido clientes de Livaditis y todos le tienen un cariño especial.
Decisión tomada, compramos billetes para volver a casa. Nos queda un mes de esta temporada de primavera y lo dedicaremos a explorar las Espóradas y a tratar de visitar el norte del Egeo. No habrá tiempo para hacer todo el recorrido que habíamos diseñado a priori, pero da igual. Tendremos la experiencia de navegar el Egeo en otoño, meses templados aunque quizá tormentosos, otra vez sin gente, sin meltemi. Un nuevo reto.
Continuamos nuestro camino hacia la bahía de Volos, en el continente, al norte de Evia. Una gran ensenada circular y casi cerrada, de casi diez millas de diámetro. Similar, pero mucho más grande, a nuestro Mar Menor. En el norte de la bahía, la ciudad de Volos, el tercer puerto más importante de Grecia. No la conocemos, pero es nuestra mejor opción para hacer compra y repostar agua y combustible.


De camino fondeamos en Paleo Trikeri, al sur de la bahía. Uno de esos lugares extraños que de vez en cuando te encuentras en Grecia, casi siempre en el Egeo. Una isla muy pequeña, con unas pocas casitas alrededor de un puerto minúsculo, que vive casi exclusivamente del turismo, con pequeños hoteles y tavernas.
Pero tras ese escaparate descubrimos una isla fascinante. Recorremos a pie sus caminos y llegamos a un monasterio cuidado por las señoras del pueblo, silencioso y casi desierto, salvo por una anciana que parece hacer guardia en la puerta de su iglesia y que nos mira con severidad cuando entramos a visitarla.
También descubrimos que esta isla fue utilizada como campo de concentración para prisioneras políticas en los tiempos de la dictadura griega, atestiguado por un promontorio con placa conmemorativa del PKE (Partido Comunista Griego). No hace tantos años… Qué extraño y qué cambiante es el mundo. Y qué escalofríos da a veces.













Finalmente llegamos a Volos. Una ciudad no demasiado grande pero que nos aturde después de tanto tiempo lejos del tráfico y del ruido. Un puerto de aguas verdes y bastante sucias en el que nos sentimos incómodos a pesar de que Christos, responsable de una empresa de charter, nos consigue amablemente un amarre gratuito en su muelle. Compramos, hacemos la colada, repostamos, incluso tenemos tiempo para pasear y conocer la ciudad, pero no la disfrutamos. Pasamos dos noches y huimos. Nos sobran los motivos: el calor, el ruido de coches y camiones embarcando y desembarcando en los ferries, el olor insalubre del agua estancada…
Volvemos al mar, al que ya nos hemos acostumbrado, a la tranquilidad de los fondeos, a las olas y al viento. Huimos de Volos, donde esperamos no tener que volver. Rumbo a las Espóradas.







