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jueves, 30 de mayo de 2024

Episodio 17. Limni. The Boatyard (El Varadero)

Al norte de Khalkis el canal de Evia no cambia demasiado respecto a lo que ya vimos en su mitad sur. Algo más amplio quizás, pero el mismo decorado. Menos viento, casi nulo. Mar plano. A motor. Tedio.

El canal se convierte en un mero pasillo que nos conduce hasta Volos y las Espóradas y lo recorremos sin prestar mucha atención a sus costados. Aunque quizá nos equivocamos no haciéndole justicia. A posteriori nos hablan de Loutra y de algún otro lugar que merece algo más de atención y quizá una recalada. Tomamos nota para el año que viene.

Lo más relevante a mencionar es nuestra visita al varadero donde nos planteamos dejar el barco durante el verano (y quizá también el invierno). Nos han dado muy buenas  referencias de Livaditis, un boatyard (o, como ellos mismos se anuncian, un parking de barcos) junto a la ciudad de Limni. Decidimos comprobar sus instalaciones in situ y conocerlos personalmente antes de tomar la decisión y contratar nada. Nos dan permiso para pasar una noche en una de las dos boyas que tienen fondeadas frente a su playa y concertamos una visita.

Varadero Livaditis, al oeste de Limni

Lo que vemos nos convence. Livaditis es un varadero muy pequeño comparado con los que ya conocemos (Artemis, Cleopatra, Ionion, Basimakopoulos, etc) y lo explota una familia griega, no una empresa. Menos medios, pero sobre todo un ambiente radicalmente distinto, artesanal, casero. Nada de logos, nada de oficinas ni personal uniformado. Livaditis tiene aspecto de un resort playero low cost en el que, además, guardan barcos, con precios muy moderados pero con servicios de mantenimiento y reparación más bien justitos (por no decir mínimos).

Sin embargo Livaditis nos gana por su gente. Nos recibe la “materfamilias” que está allí, a pie de obra, a pesar de ser día festivo en Grecia (el Corpus). Después hablamos con su hijo Xaris, que está al frente del negocio y que nos atiende como puede mientras prepara la fiesta de cumpleaños de su hija (a la que por supuesto nos invita). Nos parecen muy simpáticos, gente honrada y trabajadora que ofrece precios imbatibles, trato personal y una calidad más que suficiente.

No tienen grandes grúas como sus competidores. Suben y bajan los barcos mediante un tractor con remolque que sumergen en la playa. Tienen un pequeño taller en el centro de un patio un poco descangallado en el que los barcos se agolpan en un orden casi inverosímil y no te ponen problemas para que tú mismo repares tu barco (o busques profesionales ajenos al negocio). De hecho, saben que sus clientes necesitan unos mínimos de comodidad y te ofrecen en las mismas instalaciones unos pequeños apartamentos, con buen aspecto y ultrabaratos. Muy útiles para esos días de estancia obligada para poner el barco a punto, antes y después de la varada.

Sacando un barco al agua

No necesitamos más. Nos gusta esta gente. Cerramos el trato con un apretón de manos, sin depósitos ni papeles. Descubrimos que una buena parte de los españoles que navegan por Grecia son o han sido clientes de Livaditis y todos le tienen un cariño especial. 

Decisión tomada, compramos billetes para volver a casa. Nos queda un mes de esta temporada de primavera y lo dedicaremos a explorar las Espóradas y a tratar de visitar el norte del Egeo. No habrá tiempo para hacer todo el recorrido que habíamos diseñado a priori, pero da igual. Tendremos la experiencia de navegar el Egeo en otoño, meses templados aunque quizá tormentosos, otra vez sin gente, sin meltemi. Un nuevo reto.

Continuamos nuestro camino hacia la bahía de Volos, en el continente, al norte de Evia. Una gran ensenada circular y casi cerrada, de casi diez millas de diámetro. Similar, pero mucho más grande, a nuestro Mar Menor. En el norte de la bahía, la ciudad de Volos, el tercer puerto más importante de Grecia. No la conocemos, pero es nuestra mejor opción para hacer compra y repostar agua y combustible.

Desde Limni recorremos el canal entre Evia y el continente sin apenas viento. Al doblar el último cabo de la isla y empezar a subir hacia el norte, el cambio de viento y las corrientes se hacen visibles
Fondeamos en la bahía de Alogoporos, en la peninsulita de Trikeri que cierra al sur el golfo Pagasético (el de Volos). De ahí salen los barco-taxis que unen el continente con la isla de Paleo Trikeri, a la que nos moveremos al día siguiente

De camino fondeamos en Paleo Trikeri, al sur de la bahía. Uno de esos lugares extraños que de vez en cuando te encuentras en Grecia, casi siempre en el Egeo. Una isla muy pequeña, con unas pocas casitas alrededor de un puerto minúsculo, que vive casi exclusivamente del turismo, con pequeños hoteles y tavernas.

Pero tras ese escaparate descubrimos una isla fascinante. Recorremos a pie sus caminos y llegamos a un monasterio cuidado por las señoras del pueblo, silencioso y casi desierto, salvo por una anciana que parece hacer guardia en la puerta de su iglesia y que nos mira con severidad cuando entramos a visitarla.

También descubrimos que esta isla fue utilizada como campo de concentración para prisioneras políticas en los tiempos de la dictadura griega, atestiguado por un promontorio con placa conmemorativa del PKE (Partido Comunista Griego). No hace tantos años… Qué extraño y qué cambiante es el mundo. Y qué escalofríos da a veces.

Al día siguiente cruzamos desde Alogoporos a la isla de Paleo Trikeri. Su puerto pesquero, Agia Kyriaki, es pequeño y pintoresco
Atracamos en la zona nueva, entre el espacio reservado al ferry y el barco-tanque que abastece de agua a la isla y que está allí amarrado permanentemente
 Los veleros tienen permitido abarloarse al tanque, pero no podemos hacerlo: cuando llegamos está ocupado por embarcaciones que se van esa misma tarde. Cada cierto tiempo un barco cisterna rellena el tanque. Por las mañanas, entre semana, un operario conects una enorme manguera roja y arranca una bomba para rellenar los depósitos de la isla
Hay un par de tabernas en el puerto que han alcanzado fama en toda la zona. Los fines de semana están a tope de visitantes que llegan a recorrer 100km desde Volos para disfrutar de los famosos espagueti con langosta de Manoli Glamarelou en la "taverna Manolas"
Dejamos el puerto por el único camino que sale de él, dispuestos a visitar la isla. En Paleo Trikeri no hay coches, nunca los ha habido, pero está surcada de senderos transitables a pie. Es tan pequeña que se puede recorrer entera en tres o cuatro horas
Primera parada, el monasterio de Santa Maria Evangelistria, de 1832. Está en la única elevación de la isla, de unos 200 m de altitud, en el lugar en el que un monje encontró un icono de la virgen. Es grande y tiene un aspecto de fortificación que no encaja con la arquitectua del resto de la isla.
En el interior del monasterio hay una iglesia dedicada a la virgen, edificada sobre las ruinas de un templo más antiguo que fue destruido durante una invasión pirata en el s.VIII
El ábside de la iglesia y el enorme ciprés que lo custodia, visible, junto con su hermano de la entrada, desde toda la isla
No disponen de fondos públicos para su conservación y son los propios habitantes de la isla los que se encargan de preservar el monasterio, cosa que hacen sobre todo las mujeres. Lo mantienen extremadamente limpio y cuidado
Uno de los muchos rincones del recinto que las mujeres que lo cuidan han embellecido con flores y plantas.
Las más de 100 habitaciones del patio central han venido usándose como alojamiento para viajeros ilustres (cuentan que Greta Garbo estuvo allí en los 60 cuando visitó la isla). Durante mucho tiempo eran la unica opcion para pernoctar en la isla y aun hoy se pueden alquilar a un precio simbólico de unos 20 euros. Una placa en la pared recuerda que también fueron utilizadas por las presas de izquierdas tras la guerra
Seguimos camino por los senderos entre olivos y sotobosque. De golpe, entre la vegetación y las extraordinarias vistas, los restos de una edificación y una placa recuerdan el pasado oscuro de la isla como campo de concentración para prisioneras políticas de izquierdas, desde 1948 hasta 1953, cuando se liberó a las últimas 19. Llegó a haber casi 5.000 mujeres de todos los estamentos sociales, muchas de ellas con niños, viviendo en condiciones durísimas, obligadas a trabajar de sol a sol, sin apenas agua y comida, sin medicinas, sin productos de higiene y sin ayuda internacional (la Cruz Roja no las reconoció como prisioneras políticas). Aún así, se organizaron para mantener un estilo de vida parecido a la normalidad y a partir de 1950 consiguieron utilizar el monasterio y montar escuelas, talleres y hasta un teatro, cuyos restos es lo que estamos viendo.
Caminamos un par de horas por la isla, entre olivos, por senderos apenas marcados que a veces se difuminan y nos hacen desandar lo andado. No hay apenas edificaciones y no nos cruzamos con nadie
Los olivos se van abriendo en pequeñas playas vírgenes de aguas limpias y transparentes. El paisaje es de una gran belleza. Al verlo, nadie diría que fue el escenario de tanta crueldad gratuita.

Finalmente llegamos a Volos. Una ciudad no demasiado grande pero que nos aturde después de tanto tiempo lejos del tráfico y del ruido. Un puerto de aguas verdes y bastante sucias en el que nos sentimos incómodos a pesar de que Christos, responsable de una empresa de charter, nos consigue amablemente un amarre gratuito en su muelle. Compramos, hacemos la colada, repostamos, incluso tenemos tiempo para pasear y conocer la ciudad, pero no la disfrutamos. Pasamos dos noches y huimos. Nos sobran los motivos: el calor, el ruido de coches y camiones embarcando y desembarcando en los ferries, el olor insalubre del agua estancada…

Volvemos al mar, al que ya nos hemos acostumbrado, a la tranquilidad de los fondeos, a las olas y al viento. Huimos de Volos, donde esperamos no tener que volver. Rumbo a las Espóradas.

El muelle donde atracamos está frente al estacionamiento de los ferries que van a las islas Espóradas
Aprovechamos para hacer colada en una lavandería de autoservicio, ir al supermercado y hacer algunas compras por la ciudad
Deambulamos por la ciudad, que es grande y cosmopolita, pero con poco carácter. Quizá porque es muy nueva, ya que la mayoría de las casas resultaron arrasadas por los terremotos e inundaciones de entre 1954 y 1957 y que obligaron a replanificar y reconstruir el centro urbano. Las dos calles principales son peatonales y están repletas de tiendas de las típicas cadenas europeas, entremezcladas con comercios netamente locales
La catedral de Volos es Agios Nikolaos, una iglesia de 1934 que ha conservado el campanario de 1884 como torre exenta. Está situada en una plaza atravesada por una de las calles peatonales
Saliendo del puerto de ferries, en el arranque del paseo del muelle, una escultura que representa al Argo conmemora la partida de Jasón y los argonautas desde Yolcos (Volos) en busca del vellocino de oro, la misión que supuestamente le haría recuperar el trono de Yolcos que su tío Pelias había arrebatado a su padre. En el pedestal están grabados los nombres de los más de 50 héroes que acompañaban al heredero, los hombres mejores y más valientes venidos de toda Grecia, como Heracles, Orfeo, Teseo o Cástor
Y no muy lejos, otra conmemoración un poco menos "glamourosa": el record Guiness de 2012 por haber organizado el baile de sirtaki con más participantes del mundo (5.641)
El paseo del muelle es amplio y moderno y todos los barcos son locales. Los visitantes tienen un espacio en el larguísimo espigón municipal que cierra el puerto
Un puente al final del paseo da acceso al espigón de los barcos transeúntes
Con el atardecer le decimos adiós a esta ciudad que no ha conseguido cautivarnos, aunque quiera presumir de ser una de las más bonitas de Grecia

Etapas Nea Artaki-Limni-Trikeri-Paleo Trikeri-Volos, del 31 de mayo al 3 de junio


Martes, 4 de junio de 2024

martes, 28 de mayo de 2024

Episodio 16. Khalkis. The Bridge (El Puente)

Estamos en Khalkis, la capital de Evia, y esta noche cruzamos el puente.

Y no uno cualquiera. Es el famoso puente antiguo de Khalkis, el que une la isla de Evia con el continente, sobre el estrecho de Euripo. Cierto, en Khalkis hay otro puente colgante que construyeron a un par de kilómetros de la ciudad, mucho más moderno y probablemente más rápido, pero es impersonal, sin la historia de un puente de leyenda.

El puente antiguo divide la ciudad en dos partes, bajo el castillo de Karababa, uniendo dos largas avenidas en las que se apiñan hoteles de lujo, restaurantes y tiendas. Es como el "Checkpoint Charlie" de esta ciudad que este año no tendremos ocasión de visitar (ya habrá tiempo). La gran atracción turística local, engalanado con lucecitas como un árbol de navidad.

El puente de Khalkis visto desde el norte, a medio cerrar

El Sargantana llega al gran golfo sur de Khalkis a primera hora de la tarde, en una travesía cómoda desde Boufalo, una pequeña bahía, refugio de pescadores, en la que recalamos en el camino desde Karystos. Nada reseñable en el recorrido por el canal de Evia. Bastante viento, que nos ha permitido velear al menos la mitad del tiempo, y un paisaje de montañas altas cubiertas de árboles que se precipitan hasta la misma orilla, sin apenas playas. Bonito, paisaje de postal, aunque quizá un tanto insípido. Vemos pocos barcos, sólo compartimos recorrido con el Wikama, un catamarán australiano que sigue nuestra ruta y que a la postre demuestra ser bastante picajoso en el tema “distancias mínimas entre barcos en un fondeo”. No hacemos ni carreritas ni amistades, cada cual a lo suyo.

Salimos de Karysthos sin prisa, tras despedirnos de Gladys y Danny, y llegamos a la bahía de Boufalo, una más de sus estupendas recomendaciones. Resulta ser muy bonita y extremadamente tranquila
Sólo estamos tres barcos en una bahía que tendría sitio para muchos más. En el silencio de la noche en calma se llega a distinguir el zumbido de un par de aerogeneradores que mueven sus aspas muy despacio
Al día siguiente continuamos viaje desde Boufalo en dirección norte. A la altura de Eretria, en la costa de Evia, una línea de transbordadores cruza de ida y vuelta el canal
Llegando a Khalkis nos recibe el puente nuevo, construido en 1993 para comunicar Khalkis y convertirla en el centro neurálgico de la región industrial cuya producción de maquinaria pesada, textil, química y alimentaria había provocado el gran desarrollo de la zona en los años 60 y 70 
En la margen izquierda, una enorme planta cementera en desuso desde hace más de 10 años es testigo mudo del pasado esplendor industrial de la ciudad y su declive de los últimos tiempos, consecuencia de la crisis
Pasado el puente nuevo el canal se ensancha para volver a estrecharse más adelante, en pleno centro de la ciudad, bajo el puente antiguo de Euripo

Anclamos en una hilera que ya se ha formado en la orilla este de la bahía, junto a la vía del tren. Una especie de “chorus line” de barcos en el que dan ganas de pedir la vez, como en las pescaderías.

Hay una buena razón para formar una fila: el puente de Khalkis es un puente levadizo, o, mejor dicho, retráctil. Durante el día el puente pertenece a los Khalkianos (que no, no son los habitantes de un planeta en guerra con el Imperio) y es un continuo ir y venir de coches y de peatones. Pero, en un momento misterioso e impredecible de la noche (y no todas las noches), las dos mitades del puente se retraen como en un cuento de hadas y dejan al descubierto un pasillo de luz cegadora. Y durante unos minutos el puente pasa a pertenecer a los barcos, que esperan impacientes y se precipitan en una estampida desaforada (ríete tu de los sanfermines)...

Esta noche tenemos que cruzar el puente en nuestro camino sur-norte por el canal de Evia. Lucía está más nerviosa que la Noche de Reyes y no para quieta, habla y habla. Puro nervio. Lo cierto es que las reseñas de Navily, los videos en internet e, incluso, las bienintencionadas recomendaciones y deseos de “suerte” por parte de nuestras amistades marineras no ayudan mucho a tomarse el asunto con flema británica. Pero es que ni los mozos de los encierros, que corretean nerviosos por la calle Estafeta cada mañana antes de que se abran los corrales, musitando plegarias y besándose el escapulario, tienen tanta ansiedad como ella.

Un puente que se abre para dejar pasar a los barcos."Bah, igual que el de El Estacio o el de Lefkhas.” Pero no, este puente es especial. El estrecho de Euripo es una especie de cuello de botella gigante, de sólo 39 metros de ancho y seis de profundidad, entre dos grandes estanques y en él se produce el fenómeno misterioso de sus corrientes de marea, único en el mundo, estudiado ya en la antigüedad por Aristóteles. En consonancia con las fases lunares, se generan corrientes muy fuertes que cambian de sentido cuatro veces al día y que pueden llegar a velocidades de locura (11 nudos). Además, en unos días concretos, los que llaman “días del lío” o “messy days” la corriente cambia de dirección constantemente y aparecen remolinos. Como el lector habrá ya adivinado, hoy es un "messy day". Pura casualidad.

El protocolo de paso está regulado por la Autoridad Portuaria. Los veleros esperan en guardia, con todo preparado, hasta el momento de la noche en que son llamados por radio, uno a uno, indicando que el puente está próximo a abrir. Nadie sabe con antelación a qué hora te llamarán (esto viene a ser como el asalto a la reja en Almonte). Puede ser a las once de la noche o a las tres de la mañana, probablemente cuando el probo funcionario tenga sueño y decida que se quiere ir a dormir.

Una vez recibida la llamada te aprestas a levantar el ancla y sales a la dársena, oscura como boca del lobo, junto con tus compañeros de función. Al cabo de unos minutos te dan la orden de paso. Todo parece sencillo y claro. Parece...

Es medianoche y todo está tranquilo, sin viento. La radio se despierta y la autoridad portuaria nos va llamando uno por uno: Epicureos, Sargantana, Captain Jim. El puente va a abrir en 10 minutos.

Lucía corre al ancla. Nos movemos deprisa, con mariposas en el estómago, camino del puente. En el círculo de luces de la ciudad que nos rodea se hace difícil distinguir los barcos, tanto los que vienen como los que parece que se quedan. Vamos a tientas. Veo al Captain Jim ahí delante y decido que le voy a ceder mi turno, de barco escoba se va mucho mejor.

El puente se abre. Van a pasar los del norte antes que nosotros. Son muy pocos, quizá tres o cuatro, pero no vemos sus luces de navegación hasta que los tenemos casi encima. Es claro que ellos van tan cegados como nosotros. Vienen al mogollón, ni que fueran griegos. Bueno, para ser sinceros, nosotros tampoco vamos muy en orden que digamos. El Captain Jim esquiva limpiamente a un velero que pasa por su costado como una exhalación. Una "porta gayola" perfecta. Un hurra por el Captain Jim. Le dejo sitio y busco su popa.

La radio nos llama a gritos, uno por uno: “Sailing Yacht Sargantana, here is Port Authority, you need to pass the bridge NOW!!!”.

Siendo tan pocos barcos el follón que se monta es manejable, pero me pregunto lo que puede llegar a pasar en las noches de verano, en las que se mezclan decenas de veleros, yates y cargueros, cruzando en los dos sentidos. Como un encierro en los sanfermines, pero a oscuras.

Nuestro grupo por fin se mueve. Nos precede Captain Jim, que parece enfilar el canal sin problemas. Otro hurra por el Captain Jim. Lucía, desde la cubierta, me va gritando todo el rato “un poco más a babooooorrrrrr”, “vas demasiado a estriboooorrrrr", “sigue a esa luuuuzzzz, sigue a esa luuuuuzzzzz”.

Justo en el momento de pasar el puente, puedo por fin levantar un poco la vista del culo (quiero decir de la popa) del Captain Jim y veo un puñado de curiosos apostados en las márgenes del paseo. Me parecen pocos, son apenas pasadas las doce de la noche y yo hubiese esperado algo más de público, aunque sólo fueran los Khalkianos de botellón. Igual se recogen pronto…

Pero justo cuando terminamos de pasar, de repente oímos una explosión de júbilo y aplausos, un griterío ensordecedor. Se disparan fuegos artificiales, los coches tocan sus cláxones al unísono.

No entiendo nada. Ni en el canal de Corinto nos ovacionaron tanto. Simplemente por pasar un puente. Me siento como un torero en una tarde de gloria. Tengo tentaciones de saludar al respetable, como al final de una faena memorable, pero desisto. Estoy demasiado ocupado manteniendo al Sargantana enfilado hacia el Captain Jim.

No lo sabíamos, pero lo descubrimos muy pronto: en el preciso momento en el que el Sargantana cruza el puente de Khalkis, el delantero centro del Olympiacos (El Kaabi) marcaba el gol de la victoria en la final de la Conference League 2024, casi al término de la prórroga. Todo el país estaba colgado de la televisión y explota de júbilo. Es el primer título europeo de un equipo de fútbol griego. Un momento para la historia.



Etapas Karysthos - Boufalo y Boufalo - Nea Artaki
Detalle del paso por el puente antiguo de Khalkis


Miércoles, 29 de mayo de 2024

lunes, 27 de mayo de 2024

Episodio 15. Karystos. The Mayhem (El Caos)

Lunes, ocho de la mañana. El día comienza soleado en Karystos, con un ligero viento del norte que parece haber limpiado el cielo de nubes. Se supone que la borrasca se recrudece hoy, pero todo se ve tranquilo. Quizá los pronósticos eran demasiado pesimistas. El muelle parece desierto, las cafeterías frente al puerto están todavía abriendo sus puertas después del frenesí de la celebración de la Copa de Europa de baloncesto ganada por el Panathinaikos.

Y de repente, el caos. Como si hubiese explotado una bomba, de improviso, sin avisar. 

El barco escora con violencia. Lucía, que está entrando en la ducha, me grita.

No entiendo nada, pero por puro instinto subo a cubierta casi de un salto. Tenemos la popa pegada al muelle y la esquina de babor está casi empotrada contra el muro. Las defensas de goma están espachurradas y resisten a duras penas. Trato de empujar el barco. Lucía ya está en cubierta y entre los dos conseguimos poner trabajosamente un par de defensas adicionales.

A nuestro babor, la francesa del Salsa está en pánico. Su barco también está empotrado contra el muelle, de hecho todos los barcos lo están. Podemos ver a los patrones en cubierta, como nosotros, luchando desesperadamente contra lo impensable. El viento ha rolado 180 grados y nos entra brutalmente por la proa. El agua de la dársena parece estar hirviendo y se levantan olas y rociones por todas partes.

No sé cuanto tiempo después, quizá un minuto, el viento vuelve a rolar 90 grados y es nuestra esquina de estribor la que se estrella contra el Dadaga, nuestro vecino, un ketch francés que llegó ayer. David, su dueño, parece haber salido y no tenemos ayuda para tratar de separar los barcos. El motor de la auxiliar que llevamos en la popa está a punto de destrozarse por la presión del muro y las amarras. Consigo levantar el eje de la hélice no sé muy bien cómo. Pongo el motor del barco en marcha y doy todo avante para tratar de mantenernos separados del muro. Es posible que nuestra cadena haya cedido y hayamos perdido el fondeo.

El que definitivamente ha perdido el fondeo es el Salsa. Es un barco muy pequeño, menos de nueve metros, y sus tripulantes luchan para separar su proa que se incrusta en nuestro casco. Lucía les ayuda. Su patrón trata de recuperar cadena tirando de palanca (este barco, al que dimos el apodo de “Los Flintstones”, no sólo tiene un arco de popa y el botalón hechos con palos de madera, también parece carecer de molinete eléctrico). Grito a Pedro Picapiedra que encienda el motor y dé avante si quiere mantener el barco separado del muro (y de nosotros), pero me mira con ojos como platos. O no me entiende o ha entrado en shock. Finalmente, se decide a arrancar y entre todos le ayudamos a recuperar la posición. Le observamos mientras tira de palanca para cobrar trabajosamente cadena y ancla. Me viene a la mente la imagen de Charles Chaplin en “Tiempos Modernos”...

Nosotros seguimos manteniéndonos a base de motor. Nuestra cadena también ha perdido tensión, el ancla ha garreado. De igual modo que el Salsa, tenemos que salir inmediatamente y volver a fondear. Danny y otro patrón cercano han conseguido restablecer el control de sus barcos y vienen a echar una mano. Se agradece, porque hay que retirar a toda prisa cables de corriente, pasarela y amarras.

Salimos sin problemas. El caos ya es menos caos. El viento sigue cambiando continuamente de dirección pero ahora tenemos mucho espacio,  porque el Salsa se ha buscado un sitio abarloado en el muelle del ferry. Con ayuda de Danny no tenemos demasiadas dificultades para colocarnos otra vez en nuestro lugar.

La mañana continúa intranquila. Soleada, pero con un viento racheado que sopla alternativamente de todas direcciones. Puro desasosiego. Una vez pasado el chute de adrenalina, las tripulaciones comentamos tranquilamente la jugada. Nadie ha vivido algo parecido. El consenso es que un pequeño tornado ha debido pasar por el puerto. Alguien dice que el anemómetro marcaba más de sesenta nudos. Hay árboles que se han quedado sin hojas, lugareños salidos de ninguna parte que se han acercado a ver el espectáculo de la flota en problemas, sensación de que la vorágine ha pasado pero que puede desatarse en cualquier momento.

Pasamos la mañana y el mediodía en alerta, corrigiendo amarras, con un dedo en el botón de arranque del motor. Hoy ninguno quiere salir al supermercado, ni a sentarse en el Black Pearl a tomar un freddo expresso, ni a cenar en el Cavo d’Oro. En Karystos, hoy, es el día del caos.



Lunes, 27 de mayo de 2024

jueves, 23 de mayo de 2024

Episodio 14. Karystos. The Americans (Los Americanos)

Esta etapa, entre Salamina y Karystos, la hacemos casi entera en compañía del Grand Cru 2, un extraordinario Hylas de nuestros amigos Gladys y Danny, argentinos de Córdoba y estadounidenses de adopción en Fort Lauderdale (de ahí el título, quizá un poco forzado, pero con resonancias televisivas). Una pareja absolutamente encantadora con la que tuvimos el placer de descubrir uno de los puertos que más nos ha gustado en todos nuestros viajes por aguas griegas: Karystos, en el sur de la isla de Evia.

Con Gladys y Danny

Nos encontramos con el Gran Cru 2 en Ormos Anavyssou, al suroeste de Atenas. Bueno, en realidad no nos encontramos por casualidad. Conocemos personalmente a Danny y Gladys desde hace un año, cuando cenamos juntos en Galaxidi durante nuestra vuelta a casa. Hemos seguido en contacto con ellos en un grupo de españoles por Grecia y ha sido Danny el que nos ha propuesto (vía Whatsapp) venir a fondear junto a su barco en esta bahía, ya cerca del cabo Sounion. Siguen la misma ruta que nosotros, por lo que continuamos viaje juntos durante unos días hasta la recalada en Karystos, en la isla de Evia.

Bahía de Anavyssou
El Grand Cru 2 fondeado en Anavyssou, justo antes de salir la luna
Paso por el cabo Sounion con el prominente templo de Poseidón en su punto más alto

Karystos es todo un descubrimiento. En nuestra planificación era simplemente una recalada más, un puerto en una ciudad pequeña que encajaba perfectamente para repostar agua y combustible y para hacer la compra en un supermercado. A priori un plan para un día o dos, sin grandes expectativas, aunque ya antes de llegar los pronósticos nos anticipan que habrá que quedarse algún día más para esperar el paso de un breve episodio de vientos fuertes del norte.

Lo primero que nos sorprende al llegar es lo cómodo y cuidado del muelle. Muy amplio, con espacio para al menos veinte barcos. Una gran dársena que permite maniobrar sin apreturas, norays y argollas en buen estado, y la hilera habitual de tavernas y restaurantes que aquí deja mucho espacio al muelle. Torres de agua y electricidad en funcionamiento y un harbour master que responde por la radio, se acerca para indicarte el lugar para amarrar y te ayuda con el atraque. Un lujo.

La segunda sorpresa es el precio. Pagamos dieciocho euros por cuatro noches de estancia. Un precio ridículo, creo que el más bajo que hemos pagado nunca. Un mes en Karystos cuesta como una noche en un puerto de Mallorca.

Y la tercera sorpresa es la isla de Evia, en general, y la ciudad de Karystos en particular. Muy cuidada, muy tranquila y, sobre todo, muy griega. En Karystos, al menos en esta época del año, no hay turistas. De hecho la ciudad no parece diseñada por y para los turistas. Las tiendas son totalmente locales, con muy pocos carteles en inglés. Casi no hay tiendas de souvenirs (sólo vimos una y estaba aún cerrada). La mayoría de los restaurantes ofrecen comida griega de verdad, más allá de las moussakas y los souvlakis, y sus terrazas se llenan de familias locales el domingo a mediodía. Por la noche, el waterfront se puebla de chavales que se congregan para ver y animar al Panaathinaikos en la final de la Euroliga de Baloncesto y salen orgullosos a celebrar que su equipo sí sabe cómo doblegar al Real Madrid, con parafernalia de bengalas y banderas, desfiles de coches tocando el claxon y alegría desbordada.

Llegando a Karystos con un día espléndido, la segunda mitad del trayecto a vela, en un descuartelar rapidísimo. La ciudad se extiende a los pies del monte Ochi (´Οχη en griego, como la palabra “no”)
Sargantana atracado en el muelle de Karystos
Muy pocas, pero hay torres de agua y luz. Hay que usar cables larguísimos y empalmar mangueras
Muelle municipal de Karystos. Los días siguientes a nuestra llegada son de viento norte de más de treinta nudos
La zona de las barcas de pesca, al oeste del muelle. Detrás, la playita
El muelle de pescadores, con las nubes rodando ladera abajo del monte Ochi
Paseo del muelle
Iglesia de Agios Nikolaos
Al día siguiente de nuestra llegada, aprovechando que aún hace buen tiempo, alquilamos un coche con Danny y Gladys y nos vamos a recorrer el interior de la isla. Con alguna dificultad por la falta de señalización y lo rudimentario de las carreteras, llegamos a las drakóspita (literalmente, "casas de dragones") situadas a las afueras del pueblo de Styra
Las drakóspita son construcciones en piedra que datan de entre los siglos VI y II a.d.C. Hay varias en el sur de la isla, todas en lo alto de las montañas. Para llegar a estas de Styra se deja el coche en una pequeña explanada sin señalizar y se recorre andando un camino por el bosque de encinas durante unos quince minutos.
Todas las drakóspita siguen el mismo modelo constructivo, hechas de losas apiladas sin ningún tipo de argamasa que las una y con las paredes cerrándose hacia arriba. Los dinteles de las puertas son de un solo bloque que puede llegar a pesar 10 toneladas
No se conoce con certeza para qué se destinaban estas construcciones. Podrían haber sido viviendas, pero hay algún historiador que les atribuye una función religiosa. Hoy están totalmente expuestas y se pueden visitar sin restricciones
Subiendo montaña arriba se llega a lo que parece la cantera de la que se podrían haber extraído las piedras para construir las drakóspita. En las laderas vecinas también se observan canteras similares
Desde lo alto de la cantera se ven las dos orillas de la isla
El luegar está plagado de estos escarabajos de colores metálicos
Tras parar brevemente en Styra, regresamos hacia Marmari. La vista desde el mirador sobre la bahía es espectacular
En Marmari paramos en una "taverna" a tomar algo. Hay dos cisnes censados permanentemente en el puerto de Marmari. El día que nosotros nos fuimos de Karystos, Gladys y Danny recibieron la visita de una pareja en su barco. ¿Serían los mismos?
Hay dos cisnes adornando la plaza de la iglesia. Figuras de cisnes salpican aquí y allá el pueblo. No he conseguido encontrar su significado.
Por la tarde tomamos la carretera que sale de Karystos hacia el cabo Kafireas (Cavo d'Oro) para visitar la cascada de Platanistos
Se llega a la cascada en coche. En la curva de la carretera hay una terraza con mesas y sillas. Abajo, a los pies de la cascada, también hay mesas y bancos.  
Un senderito permite seguir el curso del río y lo recorremos unas decenas de metros. El lugar es muy frondoso y húmedo. Está poblado de arces, adelfas, helechos... Recuerda al "Valle de las mariposas" de Rhodes, pero sin senderos, sin puentes, sin restaurantes, sin gente... y sin pagar. Aquí las mariposas son auténticas mariposas, no polillas. No son atigradas, sino de un azul eléctrico intenso. Y no están posadas, revolotean por todas partes

He titulado este episodio “The Americans” como un guiño (no se si adecuado) para Danny y Gladys, los verdaderos protagonistas de esta etapa. Por las cenas maravillosas e interminables en el restaurante Cavo d’Oro y las noches de copas en nuestros barcos, hablando de nuestras historias, de nuestras vidas, de nuestras familias... Porque recorremos juntos en coche el sur de la isla y descubrimos juntos la playa de Marmaris, las drakóspita de Styra o la cascada del “Lovers bridge”. Porque nos hacemos amigos de aquella manera en la que un hilo invisible te atrapa y sabes que será imposible de romper.

Pero este episodio podría haberse titulado también “The Greeks”, porque creo que nunca hasta ahora habíamos estado tan cerca de los griegos y de su cultura. Desde el harbour master hasta el dueño del taller que nos alquila el coche para visitar la isla, la chavalería exultante y orgullosa de su equipo o el dueño encantador del restaurante, que nos descubre la “mastiha”, el licor fabricado con resina de lentisco en la isla de Chios y del que nos hacemos adictos casi al instante. Todos ellos son griegos de verdad, no de atrezzo. Son los dueños de esta colección interminable de paisajes de postal, habitantes de este país chiquito y tantas veces invadido y golpeado, pero que fue una vez gigante y de alguna forma sigue siéndolo. El país que nos atrae, año tras año, con el magnetismo que no posee ningún otro y que tiene un idioma tan endiablado pero tan cercano al nuestro.

En nuestro recorrido por el sur de Evia paramos en la taverna ΔΙΟΔΟΣ (Diodos) en el pequeño pueblo de Styra. Mientras tomamos unas cerveza podemos ver cómo los clientes de las otras mesas, todos señores mayores, todos tomando café, juegan con una especie de rosario de pocas cuentas, que hacen girar entre los dedos con una extraña maestría. En todos estos años nunca hemos visto nada parecido en ninguna isla griega. No damos crédito, nos tiene embobados el movimiento rápido de las cuentas que se enrollan y se desenrollan de forma frenética.

Preguntamos en voz baja a la dueña del local “What is this game?”. Sonríe. No habla casi inglés pero entiende: “komboloi”. No nos puede explicar más pero Google viene al rescate. El komboloi es el juego tradicional de los hombres griegos (ahora también permitido a las mujeres). Tenemos que investigarlo. A la hora de irnos, la señora de la taverna le regala a Lucía un komboloi humilde, muy usado, de cuentas rojas, probablemente el suyo. Esa señora no lo sabe, pero, para nosotros, es Grecia.

A pesar de llevar cuatro años en Grecia no conocíamos el komboloi, ni la mastihka. Nos queda mucho que aprender sobre los griegos, mucho que descubrir sobre cómo viven y cómo piensan, detrás de los paseos marítimos, los waterfront de estos puertos donde recalamos. Y, por supuesto, tenemos que aprender a jugar al komboloi. Se lo debemos.

El komboloi de la dueña del café de Styra


Etapa Salamina - Karystos, del 23 al 24 de mayo


Domingo, 26 de mayo de 2024