Lunes, ocho de la mañana. El día comienza soleado en Karystos, con un ligero viento del norte que parece haber limpiado el cielo de nubes. Se supone que la borrasca se recrudece hoy, pero todo se ve tranquilo. Quizá los pronósticos eran demasiado pesimistas. El muelle parece desierto, las cafeterías frente al puerto están todavía abriendo sus puertas después del frenesí de la celebración de la Copa de Europa de baloncesto ganada por el Panathinaikos.
Y de repente, el caos. Como si hubiese explotado una bomba, de improviso, sin avisar.
El barco escora con violencia. Lucía, que está entrando en la ducha, me grita.
No entiendo nada, pero por puro instinto subo a cubierta casi de un salto. Tenemos la popa pegada al muelle y la esquina de babor está casi empotrada contra el muro. Las defensas de goma están espachurradas y resisten a duras penas. Trato de empujar el barco. Lucía ya está en cubierta y entre los dos conseguimos poner trabajosamente un par de defensas adicionales.
A nuestro babor, la francesa del Salsa está en pánico. Su barco también está empotrado contra el muelle, de hecho todos los barcos lo están. Podemos ver a los patrones en cubierta, como nosotros, luchando desesperadamente contra lo impensable. El viento ha rolado 180 grados y nos entra brutalmente por la proa. El agua de la dársena parece estar hirviendo y se levantan olas y rociones por todas partes.
No sé cuanto tiempo después, quizá un minuto, el viento vuelve a rolar 90 grados y es nuestra esquina de estribor la que se estrella contra el Dadaga, nuestro vecino, un ketch francés que llegó ayer. David, su dueño, parece haber salido y no tenemos ayuda para tratar de separar los barcos. El motor de la auxiliar que llevamos en la popa está a punto de destrozarse por la presión del muro y las amarras. Consigo levantar el eje de la hélice no sé muy bien cómo. Pongo el motor del barco en marcha y doy todo avante para tratar de mantenernos separados del muro. Es posible que nuestra cadena haya cedido y hayamos perdido el fondeo.
El que definitivamente ha perdido el fondeo es el Salsa. Es un barco muy pequeño, menos de nueve metros, y sus tripulantes luchan para separar su proa que se incrusta en nuestro casco. Lucía les ayuda. Su patrón trata de recuperar cadena tirando de palanca (este barco, al que dimos el apodo de “Los Flintstones”, no sólo tiene un arco de popa y el botalón hechos con palos de madera, también parece carecer de molinete eléctrico). Grito a Pedro Picapiedra que encienda el motor y dé avante si quiere mantener el barco separado del muro (y de nosotros), pero me mira con ojos como platos. O no me entiende o ha entrado en shock. Finalmente, se decide a arrancar y entre todos le ayudamos a recuperar la posición. Le observamos mientras tira de palanca para cobrar trabajosamente cadena y ancla. Me viene a la mente la imagen de Charles Chaplin en “Tiempos Modernos”...
Nosotros seguimos manteniéndonos a base de motor. Nuestra cadena también ha perdido tensión, el ancla ha garreado. De igual modo que el Salsa, tenemos que salir inmediatamente y volver a fondear. Danny y otro patrón cercano han conseguido restablecer el control de sus barcos y vienen a echar una mano. Se agradece, porque hay que retirar a toda prisa cables de corriente, pasarela y amarras.
Salimos sin problemas. El caos ya es menos caos. El viento sigue cambiando continuamente de dirección pero ahora tenemos mucho espacio, porque el Salsa se ha buscado un sitio abarloado en el muelle del ferry. Con ayuda de Danny no tenemos demasiadas dificultades para colocarnos otra vez en nuestro lugar.
La mañana continúa intranquila. Soleada, pero con un viento racheado que sopla alternativamente de todas direcciones. Puro desasosiego. Una vez pasado el chute de adrenalina, las tripulaciones comentamos tranquilamente la jugada. Nadie ha vivido algo parecido. El consenso es que un pequeño tornado ha debido pasar por el puerto. Alguien dice que el anemómetro marcaba más de sesenta nudos. Hay árboles que se han quedado sin hojas, lugareños salidos de ninguna parte que se han acercado a ver el espectáculo de la flota en problemas, sensación de que la vorágine ha pasado pero que puede desatarse en cualquier momento.
Pasamos la mañana y el mediodía en alerta, corrigiendo amarras, con un dedo en el botón de arranque del motor. Hoy ninguno quiere salir al supermercado, ni a sentarse en el Black Pearl a tomar un freddo expresso, ni a cenar en el Cavo d’Oro. En Karystos, hoy, es el día del caos.
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