Estamos en Khalkis, la capital de Evia, y esta noche cruzamos el puente.
Y no uno cualquiera. Es el famoso puente antiguo de Khalkis, el que une la isla de Evia con el continente, sobre el estrecho de Euripo. Cierto, en Khalkis hay otro puente colgante que construyeron a un par de kilómetros de la ciudad, mucho más moderno y probablemente más rápido, pero es impersonal, sin la historia de un puente de leyenda.
El puente antiguo divide la ciudad en dos partes, bajo el castillo de Karababa, uniendo dos largas avenidas en las que se apiñan hoteles de lujo, restaurantes y tiendas. Es como el "Checkpoint Charlie" de esta ciudad que este año no tendremos ocasión de visitar (ya habrá tiempo). La gran atracción turística local, engalanado con lucecitas como un árbol de navidad.
El Sargantana llega al gran golfo sur de Khalkis a primera hora de la tarde, en una travesía cómoda desde Boufalo, una pequeña bahía, refugio de pescadores, en la que recalamos en el camino desde Karystos. Nada reseñable en el recorrido por el canal de Evia. Bastante viento, que nos ha permitido velear al menos la mitad del tiempo, y un paisaje de montañas altas cubiertas de árboles que se precipitan hasta la misma orilla, sin apenas playas. Bonito, paisaje de postal, aunque quizá un tanto insípido. Vemos pocos barcos, sólo compartimos recorrido con el Wikama, un catamarán australiano que sigue nuestra ruta y que a la postre demuestra ser bastante picajoso en el tema “distancias mínimas entre barcos en un fondeo”. No hacemos ni carreritas ni amistades, cada cual a lo suyo.






Anclamos en una hilera que ya se ha formado en la orilla este de la bahía, junto a la vía del tren. Una especie de “chorus line” de barcos en el que dan ganas de pedir la vez, como en las pescaderías.
Hay una buena razón para formar una fila: el puente de Khalkis es un puente levadizo, o, mejor dicho, retráctil. Durante el día el puente pertenece a los Khalkianos (que no, no son los habitantes de un planeta en guerra con el Imperio) y es un continuo ir y venir de coches y de peatones. Pero, en un momento misterioso e impredecible de la noche (y no todas las noches), las dos mitades del puente se retraen como en un cuento de hadas y dejan al descubierto un pasillo de luz cegadora. Y durante unos minutos el puente pasa a pertenecer a los barcos, que esperan impacientes y se precipitan en una estampida desaforada (ríete tu de los sanfermines)...
Esta noche tenemos que cruzar el puente en nuestro camino sur-norte por el canal de Evia. Lucía está más nerviosa que la Noche de Reyes y no para quieta, habla y habla. Puro nervio. Lo cierto es que las reseñas de Navily, los videos en internet e, incluso, las bienintencionadas recomendaciones y deseos de “suerte” por parte de nuestras amistades marineras no ayudan mucho a tomarse el asunto con flema británica. Pero es que ni los mozos de los encierros, que corretean nerviosos por la calle Estafeta cada mañana antes de que se abran los corrales, musitando plegarias y besándose el escapulario, tienen tanta ansiedad como ella.
Un puente que se abre para dejar pasar a los barcos."Bah, igual que el de El Estacio o el de Lefkhas.” Pero no, este puente es especial. El estrecho de Euripo es una especie de cuello de botella gigante, de sólo 39 metros de ancho y seis de profundidad, entre dos grandes estanques y en él se produce el fenómeno misterioso de sus corrientes de marea, único en el mundo, estudiado ya en la antigüedad por Aristóteles. En consonancia con las fases lunares, se generan corrientes muy fuertes que cambian de sentido cuatro veces al día y que pueden llegar a velocidades de locura (11 nudos). Además, en unos días concretos, los que llaman “días del lío” o “messy days” la corriente cambia de dirección constantemente y aparecen remolinos. Como el lector habrá ya adivinado, hoy es un "messy day". Pura casualidad.
El protocolo de paso está regulado por la Autoridad Portuaria. Los veleros esperan en guardia, con todo preparado, hasta el momento de la noche en que son llamados por radio, uno a uno, indicando que el puente está próximo a abrir. Nadie sabe con antelación a qué hora te llamarán (esto viene a ser como el asalto a la reja en Almonte). Puede ser a las once de la noche o a las tres de la mañana, probablemente cuando el probo funcionario tenga sueño y decida que se quiere ir a dormir.
Una vez recibida la llamada te aprestas a levantar el ancla y sales a la dársena, oscura como boca del lobo, junto con tus compañeros de función. Al cabo de unos minutos te dan la orden de paso. Todo parece sencillo y claro. Parece...
Es medianoche y todo está tranquilo, sin viento. La radio se despierta y la autoridad portuaria nos va llamando uno por uno: Epicureos, Sargantana, Captain Jim. El puente va a abrir en 10 minutos.
Lucía corre al ancla. Nos movemos deprisa, con mariposas en el estómago, camino del puente. En el círculo de luces de la ciudad que nos rodea se hace difícil distinguir los barcos, tanto los que vienen como los que parece que se quedan. Vamos a tientas. Veo al Captain Jim ahí delante y decido que le voy a ceder mi turno, de barco escoba se va mucho mejor.
El puente se abre. Van a pasar los del norte antes que nosotros. Son muy pocos, quizá tres o cuatro, pero no vemos sus luces de navegación hasta que los tenemos casi encima. Es claro que ellos van tan cegados como nosotros. Vienen al mogollón, ni que fueran griegos. Bueno, para ser sinceros, nosotros tampoco vamos muy en orden que digamos. El Captain Jim esquiva limpiamente a un velero que pasa por su costado como una exhalación. Una "porta gayola" perfecta. Un hurra por el Captain Jim. Le dejo sitio y busco su popa.
La radio nos llama a gritos, uno por uno: “Sailing Yacht Sargantana, here is Port Authority, you need to pass the bridge NOW!!!”.
Siendo tan pocos barcos el follón que se monta es manejable, pero me pregunto lo que puede llegar a pasar en las noches de verano, en las que se mezclan decenas de veleros, yates y cargueros, cruzando en los dos sentidos. Como un encierro en los sanfermines, pero a oscuras.
Nuestro grupo por fin se mueve. Nos precede Captain Jim, que parece enfilar el canal sin problemas. Otro hurra por el Captain Jim. Lucía, desde la cubierta, me va gritando todo el rato “un poco más a babooooorrrrrr”, “vas demasiado a estriboooorrrrr", “sigue a esa luuuuzzzz, sigue a esa luuuuuzzzzz”.
Justo en el momento de pasar el puente, puedo por fin levantar un poco la vista del culo (quiero decir de la popa) del Captain Jim y veo un puñado de curiosos apostados en las márgenes del paseo. Me parecen pocos, son apenas pasadas las doce de la noche y yo hubiese esperado algo más de público, aunque sólo fueran los Khalkianos de botellón. Igual se recogen pronto…
Pero justo cuando terminamos de pasar, de repente oímos una explosión de júbilo y aplausos, un griterío ensordecedor. Se disparan fuegos artificiales, los coches tocan sus cláxones al unísono.
No entiendo nada. Ni en el canal de Corinto nos ovacionaron tanto. Simplemente por pasar un puente. Me siento como un torero en una tarde de gloria. Tengo tentaciones de saludar al respetable, como al final de una faena memorable, pero desisto. Estoy demasiado ocupado manteniendo al Sargantana enfilado hacia el Captain Jim.
No lo sabíamos, pero lo descubrimos muy pronto: en el preciso momento en el que el Sargantana cruza el puente de Khalkis, el delantero centro del Olympiacos (El Kaabi) marcaba el gol de la victoria en la final de la Conference League 2024, casi al término de la prórroga. Todo el país estaba colgado de la televisión y explota de júbilo. Es el primer título europeo de un equipo de fútbol griego. Un momento para la historia.
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