El tiempo sigue un poco loco, supongo que es lo que cabe esperar en primavera. Las previsiones cambian continuamente de día en día. Lo que anteayer parecía anunciar poco menos que el fin del mundo se ha quedado en una tormenta intensa, pero cortita. Los avisos de temporal desaparecen y en los días sucesivos se anuncian cielos azules y vientos moderados del noroeste, justo en la dirección que nos conviene para velear cómodos hacia las islas Eólicas.
Decidimos hacer una parada a medio camino, en Cefalú, que tiene un excelente fondeo muy resguardado del oeste. Es el único refugio libre, amplio y tranquilo de la costa norte de Sicilia. Mañana el viento y la ola suben y apetece un día tranquilo, de standby, después de la precipitación de las últimas etapas. Otros cuatro o cinco veleros parecen tener la misma idea. Aunque tenemos una pasajera que embarcar dentro de seis días en Taormina, ya estamos en Sicilia; con buenas perspectivas meteorológicas podemos permitirnos una navegación sin tantos agobios.
Recorremos esta costa que nos resulta tan familiar. Si cabe, más verde ahora en primavera. Cruzamos el corredor formado por la cadena imponente de montañas de Sicilia al sur y la sucesión ordenada de las islas Eólicas en el norte. A diferencia de otros años, podemos navegarlo totalmente a vela, con el viento en nuestra aleta, surfeando las olas. La navegación costera es extraordinaria con vientos portantes.
Otra curiosidad de este año: estamos viendo mucha más vida marina. Nos hemos cruzado con un grupo de ballenas enormes, del tamaño del Sargantana, resoplando a menos de cien metros de nuestra amura de babor e ignorándonos completamente. También nos hemos topado con varios grupos de delfines, que normalmente se acercan a curiosear, nadan unos cuantos metros junto a la proa del Sargantana en plan de “a ver quién corre más” y dan un par de saltos de despedida antes de volver a sus quehaceres (cualesquiera que sean).
También tenemos la sensación de ver más barcos que otros años por estas fechas. En Sicilia comenzamos a encontrarnos ya veleros de charter, quizá por las festividades del primero de mayo y del Corpus en varios países de Europa. No es buen síntoma, anticipa las multitudes del verano. Cuando nos quejamos del tiempo revuelto y del frío de abril y mayo, nos olvidamos de lo agradable que es navegar casi en solitario durante estos meses.
Llegamos a las islas Eólicas sin muchas novedades, navegando deprisa y casi siempre sólo con génova (a la francesa, que dicen). Decidimos volver al mismo lugar en el que ya estuviéramos el año pasado, la marina de Vulcanello, en la isla de Vulcano. El mejor sitio para quedarse con vientos del oeste, justo debajo del volcán y muy cerca del pueblo. A estas alturas de la temporada todavía no han montado el pantalán flotante del que disponen en verano y Andreas, quien ya nos recibió el año pasado, serio, tranquilo y extraordinariamente cortés, nos ayuda de nuevo a tomar una de sus boyas.

Todo es muy distinto en Vulcano en primavera, la isla está verde y tranquila, sin las multitudes del verano. Lo que no ha cambiado es el peculiar olor a azufre, ni el vaivén que provoca la sucesión continua de ferries entrando y saliendo del puerto. Tampoco el precio de las boyas (cincuenta euros por noche), que se hace un poco caro teniendo en cuenta que no hay todavía pantalán para desembarcar, ni wifi, ni baños, ni nada más que la pura boya. Por lo que se ve Andreas es fan del precio único y por supuesto en cash. Eso sí, nos lleva y nos trae al puerto en su neumática, cosa que se agracece en un puerto con tan pocos espacios para amarrar.

Nos quedamos un día adicional en la isla para poder subir al volcán. El año pasado estábamos en plena ola de calor y lo desaconsejaban (al menos durante el día) porque las temperaturas llegaban a los 50 grados. Este año las fumarolas que coronan el cráter destacan aún más sobre los colores amarillos del azufre de las rocas y la arena negra. La imagen de la isla es más bonita, si cabe, que la del año pasado, y la casi total ausencia de turistas y de barcos fondeados en la bahía nos da una sensación totalmente distinta de paz y tranquilidad. Nada que ver con el calor asfixiante que ya es sólo un mal recuerdo.
Subimos al cráter el domingo, justo el Día de la Madre. Coincidimos con varios grupos de turistas italianos, y también muchos alemanes y franceses que dan la impresión de estar de puente o de vacaciones por la semana del Corpus. El ascenso es muy asequible, no más de una hora de camino por un sendero que serpentea entre la arena negra de las laderas. Bastante gente en una cima amplia y con vistas extraordinarias.


Esta etapa nos devuelve la tranquilidad y el placer de navegar, como una mañana soleada que te hace olvidar un sueño tormentoso. Volver a notar el viento en las velas y el barco que se desliza ligero sobre el agua, sin el ruido del motor, nos hace recuperar las sensaciones que buscamos cuando hacemos estas travesías. Casi sin darnos cuenta el frío ha cesado y podemos comer y cenar en cubierta, y bañarnos. Llega el verano…

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