Pasamos la tarde sentados en un chillout del pequeño puerto de Lakka, en la isla de Paxos, a donde llegamos ayer noche desde Corfú. Nos dedicamos a una de las actividades más placenteras de navegar por Grecia y que echábamos de menos en estos días de ajetreo: parar quietos en un fondeo, dejar que el tiempo pase despacio y mirar cómo el mundo se mueve a nuestro alrededor (en vez de movernos nosotros).
Parece que no somos los únicos. La terraza, vacía cuando llegamos, se va llenando. Casi todos los parroquianos son tripulantes del puñado de barcos que pasan la noche en esta bahía, anclados sin muchas apreturas, unos con cabo a tierra y otros, más vagos (como nosotros), a la gira. Ingleses y alemanes sobre todo, también algún francés. No hemos visto españoles.
Jubilados la gran mayoría. Los hay con pinta de navegantes a tiempo completo (es curioso, pero eso se nota casi a primera vista, no sabría deciur por qué). El resto, alquilinos (en el argot Sargantana, dícese del que alquila barco en Grecia, solo o en compañía de otros), aventureros de semana de chárter en temporada baja.
Observamos sus idas y venidas entre el barco y el muelle, las dificultades de más de uno para subir y bajar de la neumática (el tiempo no perdona) y las reuniones improvisadas alrededor de unas copas y una botella de vino en una tarde cálida pero brumosa, como de un verano descorchado antes de tiempo que todavía está aprendiendo a sacar el sol de entre los nubarrones.
Una tarde perfecta en Lakka, un pueblín encantador en una de las islas más espectaculares del Jónico, a unas pocas milas al sur de Corfu. Un destino marcado en negrita en todas las guías turísticas y, según leemos, una aglomeración permanente de barcos y de turistas durante la temporada alta.
Ahora, a mitad de mayo, las tiendas de souvenirs y los restaurantes se desperezan poco a poco y en las calles se respira paz y tranquilidad. En el muelle la música y las conversaciones son tranquilas. Si hubiese que elegir un momento para suspender el tiempo, sin duda sería este.
Pero hay que seguir camino. Los vientos del sur y la lluvia volverán mañana por la noche. Si madrugamos esperamos tener viento para poder velear hasta Preveza.
Salimos pronto de la bahía, a primera hora de la mañana, con rumbo sudeste. Tenemos viento de proa y habrá que ceñir y hacer bordos. A nuestro estribor vemos otro velero desplegando sus velas. Les miramos como probablemente nos miran ellos a nosotros. Un rival. ¿Irá hacia Preveza? Sí parece. Habemus regata…
Salen escopetados antes de que hayamos terminado de izar la mayor. Traidores…
Es un ketch blanco. Podría ser del simpático viejecito inglés del sonotone, pantalón corto y gin tonic en ristre, el que más problemas tenia ayer tarde para subirse al dinghy. Pero ahora le imaginamos arengando a su tripulación, el cuchillo entre los dientes. “C’mon boys, we must beat those bastards!”
El Sargantana entra al trapo. Siempre lo hace, aun con barcos de más eslora como este, con el que a priori tiene las de perder. Como con el Mekatxis hace unas semanas en Mallorca.
Poco a poco les recuperamos terreno. Han salido antes, pero somos más rápidos, nuestros bordos más afilados, ceñimos más. El inglés se desinfla. Intenta un bordo rápido hacia la isla buscando el viento, pero el Sargantana sabe que el enemigo es la ola, que iremos más rápido forzando nuestro bordo hacia la otra costa.
En unos pocos bordos la suerte está echada. El inglés se rinde, como hiciera el de Espronceda en “La canción del pirata”. Pone motor, se queda atrás. Como el Mekatxis.
El Sargantana sigue haciendo bordos, ya solo, sin rival, por el placer de navegar de ceñida. El día será duro, haremos muchas más millas de lo planeado, la tripulación llegará exhausta y sin resuello. Da igual, hemos ganado.
Hay que aprovechar estos momentos, los de paz y los de guerra, porque, como decía Virgilio, tempus fugit.
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