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miércoles, 19 de abril de 2023

Ios. Sala de espera

Navegamos hacia el sur hasta la isla de Ios. Una especie de etapa puente, que dirían los cronistas de ciclismo. Llevamos ya más de dos semanas en el agua y de momento se confirma lo agradable que es navegar en el Egeo en primavera. Casi siempre tenemos vientos moderados, cambiantes día a día, perfectos para estas etapas cortas entre islas. Cuánto mejor que el meltemi continuo y exasperante de los meses de verano. Sin embargo, se echa de menos el poder nadar en alguna de las calas, pero el mar sigue impertérrito a unos 18 grados. No way.

Ios es otra isla más del Egeo, una ciudad pequeña en un alto, y un pequeño puerto donde tienen parada los numerosos ferries que van y vienen desde Atenas hacia Thera (Santorini). Según las guías, un puerto abrigado y cómodo para poder dejar el barco seguro un par de días. Nos viene bien para visitar Thera en ferry.
Llegamos a Ios a primera hora de la tarde. El puerto está casi vacío, sólo un par de veleros en una dársena en la que caben al menos diez barcos. Pero el atraque no es sencillo. Entran mucho viento y ola de frente y, curiosamente, en este puerto no te permiten fondear con ancla y popa al muelle (maniobra que hace todo mucho más sencillo). Además las guías de amarre no están en muy buen estado. Y, para complicarlo todo, mientras luchamos con estachas y defensas, llega el ferry, que en este puerto levanta una ola tremenda que te empotra contra el pantalán. Nos recomiendan separarnos tres metros del muelle y utilizar la neumática como pasarela para subir y bajar del barco. Ahora no tenemos tan claro eso de que Ios es el puerto más resguardado para dejar el barco. Ni el más cómodo.



Lucía está que se la llevan los demonios. Si no es porque tenemos billetes para el ferry de mañana estoy seguro de que esta tarde acabamos en alguna cala resguardada. Afortunadamente el viento y la ola bajan a última hora de la tarde y ya no van a entrar ferries que nos meneen hasta mañana. Se podrá dormir con tranquilidad.

Poco que contar sobre Ios. El Sargantana estuvo tres noches pero no es una de las islas que recordaremos. No funcionaba el supermercado del puerto, estaban de obras de cara al verano. Tampoco tuvimos demasiado interés (ni tiempo) en coger el autobús y visitar la Chora (el pueblo principal). En Ios la prioridad era preparar la visita a Thera. Un stop and go.


lunes, 17 de abril de 2023

Paros (Parikia). Bueno, vaya

Hoy nos vamos desde Naoussa a visitar Parikia, la capital de la isla. Si estuviéramos de vacaciones trataríamos de aprovechar el tiempo al máximo y cogeríamos un taxi. Pero no estamos de vacaciones sino viajando sin prisa, así que tenemos todo el tiempo del mundo para caminar hasta la parada, esperar la media hora que tarda en llegar el autobús y luego acomodarnos tranquilamente al horario de regreso. 

Calle de Parikia

En la isla de Paros ha habido históricamente dos puertos, Naoussa y Parikia. Naoussa es el puerto de pescadores, a Parikia llegan los ferries. Nos alegramos de haber elegido Naoussa para amarrar, es más cómodo, menos turístico y, sobre todo, más bonito que Parikia.

Terminal de ferries de Parikia. Se acaban las vacaciones para los cientos de turistas de Semana Santa que han venido desde el Pireo

El recorrido en el bus nos permite disfrutar del paisaje de la isla, más amable que otras Cícladas, menos montañosa, con cultivos y olivares. Paros es famosa por su mármol. Sobre todo lo fue en la Grecia clásica; de sus canteras salieron la Venus de Milo, la Victoria Alada de Samotracia o las cariátides del Erecterion de la acrópolis de Atenas. 

Callejeamos por el pueblo. Es Lunes de Pascua,  fiesta. Los museos están cerrados, las tiendas tienen echados los candados y la mitad de los bares aún no han abierto para la temporada. 

Una de las tres fuentes de mármol, en la calle del mercado, que el gobernador del s. XVII Nicolaos Mavrogenus mandó construir para modernizar la ciudad que le vio nacer

Lo más renombrado de Parikia es la iglesia bizantina de la Panagia Ekatontapiliani, conocida como la iglesia de las cien puertas. Cuenta la leyenda que sólo se pueden ver y usar 99. La última, la número 100, es una puerta secreta que sólo se abrirá el día en que Constantinopla vuelva a ser griega. 

La iglesia es, en realidad, un complejo de varios edificios, incluyendo el que alberga el museo bizantino, con un baptisterio que nos hubiera gustado ver. Entre que el museo está cerrado y en la iglesia  celebran un bautizo, lo cierto es que podemos disfrutar poco de la supuesta excepcionalidad del lugar. Luis se muere de vergüenza, pero yo me meto a ver la iglesia por una entrada lateral, en plena celebración bautismal.

Interior de la iglesia de la Panagia Ekatontapiliani

En el barrio del castillo nos topamos con San Constantino, una iglesia de cúpula azul (cómo no) que se encuentra en alto (cómo no) y domina el pueblo, con unas vistas espléndidas al puerto y la bahía. Está cerrada y una pareja se ha acoplado en su terraza a charlar por teléfono, impidiéndonos la foto de rigor. 

Iglesia de San Constantino

Soportales de la iglesia de San Constantino

Con el paseo por el barrio del castillo decidimos dar por visto el pueblo. Realmente no es un castillo como tal, sino un vecindario al que llaman así (“kastro”). Quedan pocos vestigios del que fuera el auténtico castillo veneciano de 1260, restos de una torre y algunos muros. No deja de ser llamativo que lo construyeran con materiales de otras edificaciones más antiguas, sin orden ni concierto. Es la primera vez que veo algo tan divertido. En la antigüedad también sabían cómo quedarse con el personal. 

La torre del castillo veneciano construido sobre un antiguo templo de Atenea 



domingo, 16 de abril de 2023

Paros (Naoussa). Fin de fiesta

Los fuegos artificiales de la medianoche del sábado marcan el comienzo de otra Semana Santa: la del regocijo, la de la celebración, la de la fiestaFiesta que decidimos vivir en Paros, la isla en la que, para empezar a hablar, queman públicamente a Judas y luego celebran la resurrección de Cristo dándose al desenfreno durante 48 horas de comida y bebida, de música y baile, en la calle. 

Hemos comprado huevos de pascua en Mykonos. En los días de la Semana Santa en todas las tiendas venden huevos cocidos teñidos del rojo que simboliza la sangre de Cristo. El domingo se usarán para adornar diversos platos, principalmente el "tsoureki", un pan dulce parecido a nuestro roscón de reyes. En las casas, las familias jugarán a chocarlos entre ellos, tratando de ser el último al que el huevo se le agriete, lo que significará que ese año tendrá suerte. Antes de echarnos a la calle, hacemos honor al país que nos acoge jugando nosotros también al "tsougrisma". 

Mi huevo se rompe a la primera. Me alegra saber que Luis va a tener un buen año. 

Naoussa es un espectáculo. Ya desde antes de entrar por la bocana se oye la música y se puede distinguir una multitud densa cubriendo cada centímetro cuadrado del puerto, incluidas barcas de pesca y hasta los muros del castillo. Es imposible transitar entre las mesas y del lado del muelle queda un estrecho pasillo de menos de 30 cm de ancho. Es increíble que nadie caiga al agua. A medianoche habrá fuegos artificiales lanzados desde el castillo. La música y el baile durarán hasta la mañana siguiente. 

Naoussa tiene su pequeño castillo veneciano en el puerto y también, cómo no, decenas de iglesias. Nos hemos aficionado a subir calles en cuesta y escalones para visitar las iglesias que desde lo alto dominan los pueblos y Naoussa no es una excepción. 

La iglesia de Faneromeni (la Virgen de la Dormición), en lo alto del pueblo.

Las calles que llevan a la iglesia están vacías. El cura habla por teléfono en la plaza desierta, paseando arriba y abajo. Apenas llega hasta aquí la música del puerto. En la iglesia no hay nadie, salvo dos curas ancianos de aspecto venerable que cuchichean entre ellos, sentados en las sillas de la entrada. Huele a cera de velas. El "epitafio", que el viernes habrá salido con su imagen del cristo en procesión por el pueblo, hoy está vacío. No hay ninguna imagen dentro del sarcófago dorado. Una cesta a su lado aparece repleta de cajitas de cartón con una inscripción que lo recuerda: Cristo ha resucitado. Siento la mirada de los curas en mi espalda y no me atrevo a coger una, aunque me intriga qué puede haber dentro. A la salida, me fijo en el otro epitafio, muchísimo más antiguo, del que asoma una pieza de madera tallada con la imagen de un pie y que está en una urna de cristal, a salvo de toqueteos y besos. 

El fabuloso epitafio de la iglesia de Faneromeni

"Cristo resucitado". Me quedo sin saber qué hay dentro

En los días que siguen podremos pasear por Naoussa con más calma y recorrer sus calles y plazas. Es un pueblito encantador, con los restaurantes concentrados principalmente en el puerto y una densidad de tiendas por metro cuadrado bastante aceptable, mucho menos desvirtuada por el turismo que otras poblaciones y mejor conservada la autenticidad de sus casas. 

Iglesia de Paniagia Pantanassa, la patrona de Naoussa

El castillo veneciano del s.XIII, de acceso libre y en estado de conservación cuestionable. Hoy además muestra los restos de la fiesta y de los fuegos artificiales de anoche

El paso que une el pueblo con el castillo. Cuando hay viento las olas lo cubren

El puerto pesquero tiene toda su flota amarrada. No parecen salir a faenar estos días. A los muelles de los barcos de recreo han ido llegando tripulaciones que pasan sólo una noche, a diferencia de nosotros, que nos quedamos varios días, encantados de la calma y la tranquilidad de este lugar en donde podemos hasta hacer la colada en una de las varias lavanderías que, curiosamente, Miele parece haber establecido en las islas.

En el puerto pesquero conviven las mesas de los restaurantes y los barcos


Naoussa al atardecer, desde nuestro atraque

Paros (Naoussa). Abierto hasta el amanecer

Hoy salimos por fin de Mykonos rumbo sur, hacia la isla de Paros, otro de los nombres míticos del Egeo. Es Domingo de Resurrección de esta Semana Santa que se nos está haciendo interminable, teniendo en cuenta que este año la católica y la ortodoxa caen en semanas consecutivas. El Sargantana está ya reparado y abastecido. Y resurrecto.

La travesía corta, no más de cinco horas. Toda la vela para un descuartelar cómodo, con un ligero mar de fondo que el Sargantana cabalga con suavidad. El cielo sigue limpio de nubes. Día de Gloria.

Poco trabajo para la tripulación. Ni maniobras ni casi trimados. Solo nos queda decidir el lugar de recalada. Tenemos la opción de ir a la capital (Parikia), o a la otra ciudad relevante de la isla (Naoussa). Las guías náuticas no acaban de decidirnos por la una o la otra. Resolvemos pasar primero por la que tenemos más a mano: Naoussa. Luego, ya veremos.

A primera hora de la tarde estamos ya en la bahía de Naoussa. Vemos la ciudad, apenas una línea blanca en la costa, a cuatro o cinco millas. Pero incluso a esta distancia podemos escuchar un ruido sordo, una especie de chunda-chunda que va creciendo a medida que nos acercamos. No puede ser.



Sí es. Naoussa está de fiesta de Pascua. Cruzamos la bocana hacia la dársena casi vacía y nadie parece reparar en nosotros. No es de extrañar, porque la multitud que abarrota las terrazas, las calles, los muelles, los barcos de pesca, todo… está a otra cosa. La música lo llena todo en una especie de pandemónium ensordecedor.

Amarramos y, obviamente, salimos a confraternizar con los locales. Habiendo cumplido nuestras penitencias en Mykonos, estamos ya listos para volver al pecado. Más que listos diría que ansiosos. 


La imagen del fiestón en el puerto y aledaños no desmerece al de la película “Abierto hasta el amanecer”. Vale, no se ve a ninguna Salma Hayek en tanga con una pitón como bufanda, pero casi.

La multitud acaba de comer. Las mesas, todavía cubiertas de platos y vasos, lo invaden todo. Familias enteras vestidas de domingo, con integrantes de tres generaciones (o cuatro), con cara de atracón y sobre todo con síntomas de haberse bebido hasta el agua de los floreros.

Aquí y allá grupos de odaliscas, parenses y foráneas, bailando con el frenesí de las posesas, subidas a las mesas. Sus odaliscos, de pie, en corrillos copa en mano, cantan y se arremolinan a su alrededor sin quitarles ojo. Niños cabrones que tiran petardos a los gatos. Junto a nosotros, en la cabecera de una mesa larga llena de abuelas, padres y nietos, un joven galán está pidiendo matrimonio, rodilla en tierra, a su novia, una parense rubicunda y sonriente que luce tiara y un vestido vaporoso que a duras penas oculta un bombo de desenlace inminente. Un señor gordo, de traje pero en mangas de camisa, claramente el padre de la novia (o del novio), palmotea con regocijo (supongo que por el alivio) mientras todos cantan y ríen.

El chunda-chunda lo llena todo. Vemos un grupo local instalado en una especie de terraza, sobre la plaza. Tocan sin parar esa música que ya nos es familiar, mezcla de folclore griego y turco, pero con un aire fiestero equivalente a nuestra rumba. Parece que les han dado cuerda, encadenan una canción con otra hasta el dolor de cabeza.


Acabamos aburridos de fiesta y de ruido y recorremos una Naoussa de domingo por la tarde, con todo cerrado. Una más de las ciudades de calles estrechas, blancas y limpias, preparadas para los turistas del verano.


Nos quedamos tres días en Naoussa, que a partir del lunes recupera la calma, los niños ya sin petardos. Visitamos Parikia en autobús (sin duda peor sitio para recalar) y continuamos con nuestras tareas pendientes, en el barco, que siempre hay. La oficina del puerto sigue cerrada toda la semana y la estancia nos sale gratis. Un sitio más que recomendable.




viernes, 14 de abril de 2023

Mykonos. Viernes de duelo

Leemos sobre la Semana Santa ortodoxa, tan parecida y tan distinta a la católica, y sobre cómo la celebran en las distintas islas de las Cícladas, cada una con sus tradiciones. Cambiando nuestro plan inicial, decidimos repartir el largo fin de semana entre Mykonos y Paros.

El viernes, después de trabajar todo el día en el barco, cogemos el “sea bus” que nos deja al caer la tarde en la ciudad. El puerto nos recibe iluminado con luces púrpura y las calles repletas de una multitud vestida de oscuro que parece desplazarse en grupos compactos en distintas direcciones. Son gente venida de toda Grecia, pues Mykonos es uno de sus destinos preferidos para pasar la Semana Santa.

Han surgido por doquier puestos callejeros que venden velas para la procesión. Son velas delgadas, humildes, nada que ver con los cirios de la religión católica. Una sencilla cazoleta de plástico en colores brillantes protege la llama del viento. Quien no la ha traído de casa, la compra aquí; no parece haber nadie sin su vela.

Todas las iglesias están iluminadas y abiertas de par en par. Dentro, el “epitafio”, una suerte de lecho con baldaquín a modo de féretro en el que reposa una imagen pintada de Cristo y que, en esta noche de luto, la que más y la que menos lo ha adornado profusamente con flores. Los fieles entran, se santiguan delante, besan al cristo y prenden velas que acomodan sobre la gran bandeja de arena de la entrada. Toda la ciudad huele al humo de las velas, un aroma penetrante que recuerda a la cera de nuestra infancia, a incienso y a madera vieja.

Iglesia de Agia Kyriaki

El fervor y la devoción se sienten en el ambiente. Son las ocho. En las cuatro iglesias principales se oficia un servicio religioso con letanías y cánticos cargados de emoción que se mezclan con el humo de las velas. Los fieles que no han cabido en la iglesia, y siguen el oficio desde afuera, entran y salen en ordenada fila de a uno para presentar sus respetos. Nadie ríe, nadie habla alto, nadie saca el móvil,

A las nueve los oficios terminan. Los “epitafios” se montan en andas y son sacados a hombros: comienzan las procesiones que recorrerán el laberinto de calles de la ciudad. En los callejones más estrechos la serpiente de fieles se estrecha y tienen que pasar casi de uno en uno. Nadie se empuja, nadie protesta. Y nadie presta atención a los turistas que, de espaldas a las plegarias y al duelo, siguen comprando, comiendo y bebiendo en las tiendas, bares y tabernas de esa otra Mykonos, la impostada, la diseñada para crear la ilusión de la alegría y la fiesta permanentes.  


Procesión de Nuestra Señora del Rosario, a la salida de la iglesia.  

Procesión de la iglesia de Agia Kyriaki a su paso por el puerto


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jueves, 13 de abril de 2023

Delos. La isla sagrada

No se entiende Grecia sin la mitología. Y en la mitología griega Zeus es un dios que hoy estaría entre rejas. Era hijo de los titanes, que gobernaron el mundo antes de los dioses, y se pasó la vida conquistando, persiguiendo, raptando y embarazando a diosas y no tan diosas, incluidas sus congéneres, las titánidas. 

Una de estas fue Leto, quien quedó embarazada estando Zeus casado con Hera. 

Al enterarse Hera, loca de celos, prohibió a todos los habitantes de la tierra que acogieran a Leto para dar a luz. Leto tenía una hermana la cual, huyendo de Zeus, que la acosaba (!), se había convertido en una diminuta isla flotante llamada Ortigia. Allí se refugió Leto y dio a luz a sus hijos mellizos, Artemisa y Apolo, que se convertirían en dos de los principales dioses del Olimpo. Zeus ancló la isla al fondo del mar con cuatro columnas y cambió el nombre de la isla por Delos, isla de luz, en referencia a Apolo. 

Delos se convirtió inmediatamente en un lugar sagrado y todas las islas se organizaron en círculo a su alrededor para adorarla. Así nacen las Cícladas y así nace el mito de Delos, cuna de dioses, la isla en la que a los mortales les estaba prohibido nacer. 

Delos es el segundo lugar más sagrado para los griegos después del Partenón de Atenas. En Delos no se puede fondear, no se puede desembarcar, no se puede uno bañar en sus aguas, no se puede acampar, no se puede pernoctar, no se puede comprar comida ni bebida, no se puede dejar basura. En Delos sólo se puede llegar en un barco de pasajeros autorizado y sólo se puede visitar el sitio arqueológico, pero sin salirse de los recorridos marcados. 

Delos es patrimonio de la humanidad por la UNESCO desde 1990 y es lo más parecido a un museo al aire libre, el mayor y más impresionante asentamiento greco-romano de Grecia. En una extensión que ocupa una gran parte de la isla puedes pasear y callejear libremente entre restos de templos, de palestras, de ágoras, de cisternas, de viviendas, de mosaicos, de columnas, de un lago sagrado y hasta de un barrio entero a los pies de un teatro, bien conservados en gran parte gracias a que Delos dejó de estar habitada hace más dos mil años. 

Lo que no encontrarás son tumbas, porque si en Delos los dioses prohibieron a los mortales nacer, los gobernantes del siglo V a.C., haciendo caso al Oráculo de Delfos, para purificar el santuario se llevaron todos los enterramientos a la isla vecina de Rineia y prohibieron morirse en Delos (a los enfermos terminales se los llevarían a partir de entonces a Rineia).

Hoy hay en el mundo cuatro sitios donde no está permitido fallecer, por diferentes motivos: una isla en Noruega donde hace tanto frío que los cadáveres no se descomponen, un pueblo de la Toscana italiana con una tasa de natalidad demasiado baja, una isla en Japón que es un santuario y un pueblo de Francia con superpoblación de su cementerio. Pero Delos sigue siendo el primer lugar del mundo en el que se prohibió morir. 



Recreación de la impresionante ciudad de Delos, del artista Francesco Comi (1995)

En el ferry de las 10:00 desde el puerto viejo de Mykonos. Hoy es el único día de nuestra estancia en el que no hace viento

Desembarcamos literalmente los primeros. El barco nos esperará hasta las 13:30. En temporada baja es el único horario. En verano hay uno de estos cada hora, además de  los barcos más pequeños y los charter autorizados

A pesar del par de centenares de visitantes, el recinto es tan grande que podemos estar solos la mayor parte del tiempo. Iniciamos la ruta hacia el norte, cruzando el propileo que da acceso al santuario para llegar a los templos de Apolo y de Artemis

Terraza de los Leones, las esculturas de mármol del siglo VII a.C. que saludan la llegada de cada día. Eran los guardianes del templo de Apolo. Se cree que llegó a haber entre 8 y 19 esculturas, de las que quedan sólo 5 en el museo de Delos (estas de la terraza son réplicas). Son de las esculturas más importantes del mundo antiguo
 
En la isla no hay árboles y en verano es un secarral, pero en esta época del año está plagada de flores silvestres. Luis se acerca a fotografiar a uno de los pocos habitantes de la isla, junto con los gatos

Aquí, el habitante, al que hemos interrumpido en su cortejo nupcial

Restos del asentamiento de la “Liga de los Poseidonistas”, comerciantes, banqueros y hosteleros de Beirut que adoraban a Poseidón y que se establecieron en la isla en el siglo II a.C. como muchos pobladores llegados de sitios tan remotos como Egipto o Siria. Delos llegó a tener 30.000 habitantes en menos de 8 kilómetros cuadrados.

Patio central de la Casa del Lago, una de las más grandes de la ciudad. Las casas no tenían ventanas al exterior, sino al patio interior, para preservar la privacidad y aislar la vivienda de los ruidos de la calle

Subida al monte Kynthos por la impresionante calzada y los escalones que salvan los poco más de 100 metros de desnivel

Vista de la bahía a mitad de camino de la subida al monte Kynthos


Templo de Isis, en el santuario de las deidades egipcias en la base del monte, donde también hay santuarios de otros dioses extranjeros 

Santuario y templo de Hera, también en la base del monte en cuya cima se encuentra el santuario de Zeus y Atenea
 
La cima del monte Kynthos, escenario de la mamarrachada de las piedritas apiladas que parece haberse puesto inexplicablemente de moda en todas partes y que tan dañina es para el medio ambiente. Aquí sí se apelotonan los visitantes

Bajando del monte, encontramos la Casa de los Delfines, una residencia lujosa llamada así por el mosaico en su peristilo 

Casa de las Máscaras. Alrededor del patio se abren cuatro habitaciones que conservan mosaicos elaborados, signo de que era una casa rica

Mosaico en una dependencias de la Casa de las Máscaras. En el centro, al fondo, la figura de Dionisios cabalgando sobre un leopardo.

Arquería de la cisterna frente al teatro

Restos del teatro que tenía cabida para 7000 personas. A partir de aquí entramos en el Barrio del Teatro, una de las zonas residenciales más antiguas de la ciudad. Las casas empezaron construyéndose en la parte baja y poco a poco fueron subiendo hasta rodear literalmente el teatro.;


 Casa de Dionisios con un impresionante mosaico que se conserva en el museo de Delos. El museo está cerrado temporalmente por trabajos de restauración, así que no hemos podido verlo. 

Casa de Cleopatra y Dioscoride, con las estatuas de sus dueños


Vista del barrio del teatro, con el ferry al fondo que nos llevará de regreso a Mykonos



miércoles, 12 de abril de 2023

Mykonos. …y cumplir la penitencia.

Las Baleares tienen Ibiza y las Cícladas tienen Mykonos. Escaparates. Lugares contradictorios. Por un lado fascinantes, mágicos, llenos de luz. Pero también tomados al asalto por el turismo de masas, los cruceros y los vuelos baratos. El conjunto provoca una mezcla de sensaciones, admiración y repulsa a partes iguales, una cierta melancolía por lo que intuyes que fue y ha dejado de ser.

Una de las imágenes más reconocibles de la ciudad de Mykonos


Mykonos resplandece incluso bajo el sol tibio de este mes de abril. Casas blancas, tan blancas que deslumbran (parece que los locales tienen la costumbre de repintarlas cada año antes de Pascua). Callejones  estrechos, laberínticos, empinados, que giran a izquierda y derecha sin orden ni concierto. Iglesias por todas partes, grandes y pequeñas. 

Las calles de la “chora” forman un laberinto que servía para despistar a los enemigos llegados por mar  

restaurantes, claro, muchos restaurantes. Tantos que a veces, cuando encuentras una puerta abierta, no sabes bien si santiguarte o pedirte un ouzo.

Y tiendas de moda chic, porque en las calles de Mykonos no hay gente pobre ni camisetas de saldo. Y las calles están limpias y recién pintadas de blanco, como en un parque temático.

En las callecitas sin tiendas se recupera el encanto y la autenticidad de la villa 

Y turistas. Es Semana Santa y quizá por eso las calles están llenas de grupos de extranjeros, sobre todo chicas jóvenes, sobre todo franceses. También cruceristas, con sus escapularios “todo incluido” al cuello, con su aire de no-sé-muy-bien-dónde-me-han-traído-hoy-pero-me-da-un-poco-lo-mismo, y que desaparecen al galope en cuanto barruntan que en el barco se está abriendo la cola del buffet libre.

Llegamos a la ciudad de Mykonos después de dos días un tanto sombríos, fondeados al sur de la isla, refugiados malamente de un temporal que se nos hace interminable. Con problemas de fontanería mayor pendientes en el barco y con algo de urgencia por llegar a un sitio tranquilo, con electricidad y agua, para dedicarnos a repararlos.

Conseguimos amarre en el “new port”, una marina destartalada junto a la terminal de ferries y cruceros. Un lugar un tanto desolado y cutre, a un par de millas al norte del “old port”, el verdadero puerto de Mykonos, metido en la ciudad. 


La dársena no está muy protegida del viento sur que soplará los próximos días, pero tampoco tenemos dónde elegir. Muy barata y casi vacía, sólo nos acompañan un par de veleros de charter diario y un puñado de catamaranes de alquiler. Bien comunicada con la ciudad con un barco-bus cada hora en temporada baja.


El sea bus que pasa cada hora y tiene parada en la marina

El puerto viejo de Mykonos desde el “sea bus”

Somos capaces de hacer funcionar una torreta de agua y electricidad (el resto están kaputt) y nos disponemos a tratar de cumplir nuestras penitencias de esta Semana Santa.

La marina, con el destartalado pantalán en el que no funciona la mayoría de las torretas

Y también a visitar Delos, por supuesto. Delos fue la gran ciudad de las Cícladas en la antigüedad, hoy en ruinas. Otro de esos lugares cuya visita justifica un viaje y también una entrada dedicada en este blog. Una maravilla en una pequeña y isla a unas pocas millas del puerto de Mykonos. No dejan fondear en Delos y por eso decidimos visitarla en el único ferry turístico que hay en temporada baja. 

Llegamos a Mykonos con un sólo baño operativo y salimos con dos. Primera penitencia cumplida con éxito. Hemos aprendido mucho de fontanería náutica, lo que funciona para los atascos y lo que no. Obvio decir que el nivel de guarrería del proceso ha sido digno de un episodio de Dexter. No digo más…, lo que ocurre en Las Vegas se queda en Las Vegas…

Mykonos, con su “little Venice”,
desde la explanada de los molinos

Para la segunda penitencia esperamos al Viernes Santo. Por la tarde nos dirigimos hacia el centro dispuestos a ver, y vivir, las procesiones. Alucinamos. La ciudad ha cambiado. Una multitud de gente local, vestida de domingo, llena las calles y se va congregando en las iglesias de las que saldrán las procesiones. 

Nos integramos en una de las aglomeraciones y esperamos pacientemente a que acabe la ceremonia, una letanía interminable de Kirye Eleison. Y salimos en procesión. Aparte de los niños con tambores y estandartes, el resto de la comitiva viene a ser como un pasillo del metro en Sol en hora punta, sólo que con velitas. Al paso de la segunda bocacalle consideramos cumplida nuestra segunda penitencia. Ya nos podemos ir.

Bye, Mykonos.

Comienzo de la procesión de la iglesia de Nuestra Señora del Santo Rosario