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viernes, 14 de abril de 2023

Mykonos. Viernes de duelo

Leemos sobre la Semana Santa ortodoxa, tan parecida y tan distinta a la católica, y sobre cómo la celebran en las distintas islas de las Cícladas, cada una con sus tradiciones. Cambiando nuestro plan inicial, decidimos repartir el largo fin de semana entre Mykonos y Paros.

El viernes, después de trabajar todo el día en el barco, cogemos el “sea bus” que nos deja al caer la tarde en la ciudad. El puerto nos recibe iluminado con luces púrpura y las calles repletas de una multitud vestida de oscuro que parece desplazarse en grupos compactos en distintas direcciones. Son gente venida de toda Grecia, pues Mykonos es uno de sus destinos preferidos para pasar la Semana Santa.

Han surgido por doquier puestos callejeros que venden velas para la procesión. Son velas delgadas, humildes, nada que ver con los cirios de la religión católica. Una sencilla cazoleta de plástico en colores brillantes protege la llama del viento. Quien no la ha traído de casa, la compra aquí; no parece haber nadie sin su vela.

Todas las iglesias están iluminadas y abiertas de par en par. Dentro, el “epitafio”, una suerte de lecho con baldaquín a modo de féretro en el que reposa una imagen pintada de Cristo y que, en esta noche de luto, la que más y la que menos lo ha adornado profusamente con flores. Los fieles entran, se santiguan delante, besan al cristo y prenden velas que acomodan sobre la gran bandeja de arena de la entrada. Toda la ciudad huele al humo de las velas, un aroma penetrante que recuerda a la cera de nuestra infancia, a incienso y a madera vieja.

Iglesia de Agia Kyriaki

El fervor y la devoción se sienten en el ambiente. Son las ocho. En las cuatro iglesias principales se oficia un servicio religioso con letanías y cánticos cargados de emoción que se mezclan con el humo de las velas. Los fieles que no han cabido en la iglesia, y siguen el oficio desde afuera, entran y salen en ordenada fila de a uno para presentar sus respetos. Nadie ríe, nadie habla alto, nadie saca el móvil,

A las nueve los oficios terminan. Los “epitafios” se montan en andas y son sacados a hombros: comienzan las procesiones que recorrerán el laberinto de calles de la ciudad. En los callejones más estrechos la serpiente de fieles se estrecha y tienen que pasar casi de uno en uno. Nadie se empuja, nadie protesta. Y nadie presta atención a los turistas que, de espaldas a las plegarias y al duelo, siguen comprando, comiendo y bebiendo en las tiendas, bares y tabernas de esa otra Mykonos, la impostada, la diseñada para crear la ilusión de la alegría y la fiesta permanentes.  


Procesión de Nuestra Señora del Rosario, a la salida de la iglesia.  

Procesión de la iglesia de Agia Kyriaki a su paso por el puerto


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