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jueves, 11 de mayo de 2023

Amorgos. Rock 'n' Roll

Amorgos en griego se pronuncia Amorgós, con una tilde que hace este nombre aún más sombrío

Ayer obviamos Katapola, el puerto de la isla de Amorgos, por su configuración, no apropiada para este viento, y por los comentarios en Navily de otros navegantes, alarmados por el movimiento que genera la ola de los ferries y horrorizados porque uno de ellos, el pequeño, se queda allí a pasar la noche y el fin de semana, bloqueando con la suya la cadena de los veleros atracados. 

Hoy todas estas consideraciones desaparecen de un plumazo tras pasar la noche en la bahía de Nikouria en tres metros de agua, con rachas de viento que nos hacen bornear (oscilar como un péndulo colgados del ancla) incesantemente, teniendo que estar pendientes en todo momento de que los borneos no nos lleven a aguas menos profundas y toquemos fondo. En estas situaciones la tecnología ayuda: tenemos una alarma para fondeos muy fiable que, configurada con precisión, nos deja dormir. Medio vestidos, eso sí, y con la linterna a mano, por si hay que salir a escape a mover el barco.

Nos volvemos a enfundar la ropa de abrigo y ponemos rumbo a Katapola. La travesía vuelve a ser incómoda, con viento de través, con ola y con nubes grises que amenazan lluvia. 



En Katapola nos encontramos un muelle pequeño e incómodo que responde a las descripciones, con dos zonas de atraque de ferries que prácticamente hay que adivinar para no invadir. Tres veleros, 15 nudos de amura, ningún hueco a barlovento de otro barco en el que apoyarnos en el atraque y nadie a la vista para ayudar con las amarras. 

Pronto descubrimos que los comentarios de Navily han obviado algo importante: el fondo del puerto no es un buen tenedero, al menos para nuestra ancla. Tres veces, tres, intentamos la maniobra de atraque y por tres veces la Delta garrea en la hierba del fondo. 

Sugiero a Luis desistir del puerto y fondear en la bahía del pueblo, en la que ya hay otros tres barcos que, imagino, han pasado por una experiencia parecida. No es un fondeo nada cómodo. Para evitar la hierba y pillar arena hay que echar el ancla demasiado cerca de la playa, lo que nunca es recomendable si el viento sopla del mar. Afortunadamente, nuestra ancla en arena es como una pala excavadora: se entierra y, con suficiente cadena, puede soportar este viento y muchos nudos más. Lo cual no quita para que estemos pendientes de la alarma de garreo las 24 horas. 

El anochecer del segundo día anuncia  el final del temporal


Pasamos dos días de "rock and roll" a bordo, esperando que amaine el viento y baje la ola. No nos gusta tener la costa tan cerca, miramos continuamente la profundidad y los cambios de dirección del viento, incansable, húmedo y fríoLos borneos son de 180°. Llueve, es incómodo estar en cubierta. Hay olas con espuma que rompen en el casco y en la playa. Luis piensa que deberíamos haber intentado la marina del otro lado de la bahía, donde los pescadores. Lamenta haberme hecho caso, pero no me lo reprocha. Yo tengo el ánimo por los suelos debido a las recientes experiencias y hasta desconfío de este fondeo a pesar de que a todas luces es seguro, como constataré cuando nos vayamos de aquí y apenas consiga subir el ancla, enterrada en un fango pastoso y duro del que resultará tremendamente difícil arrancarla. 

Al tercer día, por fin, brilla el sol. El viento ha amainado y nos animamos a echar el dinghy al agua para bajar a tierra y salir por unas horas de esta prisión. Las tripulaciones de los otros tres barcos han debido pensar lo mismo y las neumáticas se juntan en el puertito de lanchas de pesca. La ola ha disminuido mucho, pero no lo suficiente como para llegar secos a tierra. Nos da igual. Necesitamos estirar las piernas y comprar algo de fruta y verdura. Hacerlo con el pantalón empapado es lo de menos.

Barca en el muelle de pescadores 


Barca en el muelle de ferries


En nuestro paseo descubrimos un pueblo chiquito, sin encanto, con una iglesia, una escuela, alguna taberna y dos o tres tiendas de comestibles diminutas, los colmados de antaño. Está en una llanura fértil, plantada de viñedos, al pie de la larga cadena montañosa que constituye esta isla.

En el pueblo

Nos llegamos hasta el puerto, donde sí se ve un puñado de tiendas de recuerdos turísticos y más tabernas. Comprobamos que los barcos allí atracados han perdido el fondeo (es como llamamos a que el ancla no les sostenga) y están aguantados como pueden, con amarras de barco a barco y al muelle lateral. Un par de ellos tiene la popa, llena de defensas, prácticamente incrustada en el muelle. Sin duda el atraque aquí es malo, lo cual me consuela en cierto modo de mis intentos fallidos con el ancla hace unos días y pienso que prefiero nuestra situación en el fondeo a la precariedad del puerto. No sé si Luis está tan de acuerdo.

Sargantana en su fondeo frente al puerto de ferries



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