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jueves, 25 de mayo de 2023

Andros - Kea - Kithnos. Adiós al Egeo

Recorremos tres islas de una tacada, en etapas rápidas sin bajar a tierra, para terminar nuestro periplo por las Cícladas. Fondeamos en calas que ya no son tan tranquilas como hasta ahora. Está claro que a finales de mayo y tan cerca de Atenas, la temporada de verano ha llegado y las flotillas de barcos de alquiler llenas de holandeses y alemanes están aquí para quedarse.

Cuando toca fondear, nosotros solemos llegar a la cala relativamente pronto, normalmente a primera hora de la tarde. Eso facilita encontrar un buen sitio y un parche de arena donde clavar bien el ancla a una profundidad adecuada. También el poder calcular bien cuánta cadena hay que largar para no comprometer a los barcos que encontramos ya fondeados. 

Pero como es normal, siguen llegando más barcos. A veces a media tarde, otras ya al anochecer o incluso de madrugada. La regla no escrita para las calas concurridas dice que el recién llegado debe colocarse más atrás en la cala, respetando escrupulosamente el espacio de los que han llegado antes. En muchos casos, se cumple. En otros, es la guerra. Especialmente cuando llega uno de esos grupos de barcos cargados de pandillas de adolescentes etílicos y ruidosos. Las infames flotillas. La plaga de la navegación por Grecia.

Haya o no sitio, los flotilleros buscan huecos donde no los hay. A veces por pura ignorancia (los pilotos de esos veleros patera suelen ser novatos incompetentes) pero siempre por falta de la mínima cortesía marinera. 

Acabamos teniendo que pelear con más de un intruso empeñado en anclar donde es obvio que acabará por chocar contra nuestro casco. Sabemos que es inevitable, que la temporada baja no es eterna, que en verano será todavía peor. 

Quizá por eso, y porque necesitamos llegar en pocos días a Koilada, el puerto donde esperamos recibir por fin un calentador de agua de repuesto, recorremos estas islas (las más occidentales de las Cícladas) un poco a la carrera y con un cierto espíritu devoramillas, sin demasiadas expectativas de disfrutar el entorno.

A veces, demasiado. Como en la isla de Andros, al norte de Tinos, que quizá mereció una parada más larga. Recalamos junto al puerto de Batsi, un pueblo muy bonito en la parte septentrional de la isla. En teoría una bahía resguardada del norte moderado de aquel día, pero, a la postre, un lugar que se vuelve incómodo, batido sin pausa por vientos catabáticos que bajan acelerados y encajonados por las laderas de las montañas. Otro Amorgós. Decidimos zarpar sin más a la mañana siguiente. Una pena. Apuntamos ese puerto para el próximo verano, en nuestro posible camino hacia las Espóradas.

Fondeo en Batsi, en la isla de Andros



Tampoco visitamos Kea, la isla de las Cícladas más próxima a Atenas, a la que llegamos el viernes por la tarde. Una bahía cerrada, tranquila y agradable en la que dejar el barco al ancla con seguridad. Pero al  despertar nos encontramos casi encajonados entre tres nuevos vecinos que han llegado durante la noche y han anclado de cualquier manera. La cala está ya atestada de barcos, claramente atenienses de fin de semana. Obviamente, huimos despavoridos.


El curioso faro a la entrada de la bahía de Vourkari, en la isla de Kea


Fondeo en Ormos Vourkari, en la isla de Kea


Y la guinda, en la isla de Kithnos, más al sur. Llegamos el sábado por la tarde, con un viento norte racheado que nos obligó a fondear en la más resguardada bahía de Apokrisi, en lugar de la fotogénica playa de Ormos Fikadia. Allí sí nos llegamos a plantear una parada de varios días, pero tenemos que limitarla a dos tras la llegada el domingo por la tarde de nuevas flotillas.  


Volamos con viento norte por la costa oeste de Kea en dirección a Kithnos


Lo dicho, el Egeo ya no da para más. Desde Kithnos saltaremos directamente al golfo y las islas del Argólico, ya en el Peloponeso. Setenta millas hasta el continente, dejando atrás la isla de Ydra.

Al dejar Kithnos, el lunes al amanecer, pasamos frente a Ormos Fikadia que se ha llenado el día antes. Los que no han cabido aquí han colapsado nuestra cala


Decimos adiós a un Egeo al que llegamos hace casi un año. Un mar duro y áspero, de meteorología inmisericorde, tanto en verano (con el meltemi) como en primavera, con vientos duros del norte, tormentas y bastante frío. Y con el agua permanentemente a 18-19 grados... 

Un mar que asusta a muchos de los que navegan habitualmente por Grecia y que prefieren la benevolencia y el glamour turístico del Argólico o el Sarónico. Un mar que no hace prisioneros, pero que, a cambio, ofrece la belleza salvaje de unas islas de piedra desnuda que brillan contra un cielo siempre azul. Islas de gente simpática y acogedora, que vive en casas humildes, siempre encaladas, blancas y azules como la bandera griega. 

Adiós al Egeo al amanecer



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