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viernes, 19 de mayo de 2023

Tinos. De lo eterno y lo prosaico

Como diría nuestra vicepresidenta, les voy a dar un dato. Hay una isla en el Egeo, con 1200 iglesias y capillas, en la que viven sólo unas 9000 personas. Hagan las cuentas: tocan a una para cada siete feligreses.

Para hacernos una idea de lo que significa eso, comparemos con España. La ciudad con más iglesias es Sevilla, con 125. Madrid se queda en 84. Hasta Roma palidece, no llegan ni a las 900 iglesias. Conclusión: los ortodoxos griegos ganan por goleada en el reino de los cielos. Y los goles los meten los de Tinos.

Porque la isla se llama como su capital, Tinos, y uno no puede sino santiguarse cuando entra por la bocana del puerto. Pero es que, además, Tinos tiene una de las basílicas ortodoxas más importantes, el impresionante Santuario de Panagia Evangelistria, una especie de Lourdes ortodoxo donde se expone un icono milagroso de la virgen, descubierto hace exactamente 200 años por una monja llamada Agia Pelagia. Y una calle (Megalochari) ancha y recta, con suelo de mármol, que sube desde el puerto a la basílica, flanqueada por dos hileras ininterrumpidas de tiendas de iconos, estampitas, botellitas para el agua bendita y grandes cirios de todo a un euro, en las que los peregrinos se pertrechan antes de subir las alfombras rojas de las escaleras del templo, muchos de ellos de rodillas, en una estampa que llega a impresionar hasta al más descreído.

Fachada principal de la basílica

En una de las entradas interiores cuelga la pancarta que ya viéramos en Ermoupoli, conmemorativa de los 200 años del descubrimientog del icono milagroso. Ahora entendemos lo que anticipaba Ermoupoli


Llegamos a Tinos pasado el mediodía, después de una travesía rápida y relajada de tres horitas, en rumbo directo desde Siros. Milagrosamente conseguimos amarrar sin daños, a pesar de una maniobra de atraque con ancla bastante penosa. Ya nos vale para llevar (como llevamos) unas cuantas de éstas en los últimos tres años en Grecia. Sólo decir que arramblamos con el fondeo del único barco del puerto, un alemán al que Lucía decidió regalarle una botella de vino en desagravio, aunque el hombre estuvo de lo más paciente y educado, dadas las circunstancias.

Amarrados en Tinos. Cuando llegamos, sólo somos dos barcos

 
Pasamos cinco días en Tinos. Un puerto cómodo y muy barato, abrigado del eterno viento norte y de las continuas idas y venidas de los ferries. Un muelle pequeñito, para unos diez barcos, metido en el centro de la ciudad. Con cierto tráfico de coches y turistas durante el día, pero nada agobiante. De gente muy simpática, como casi todos en Grecia, pero, en este Shangri-La, más si cabe. Desde la chica que pasa diariamente a cobrar la estancia con una sonrisa, los dependientes de la ferretería donde casi soy nombrado cliente del mes, hasta el camarero de la cafetería junto al barco, que celebra alborozado mis amores por el Atlético. Su segundo equipo, dice, rojiblanco como su Atlético Panatinaikós

Dedicamos una buena parte de esos cinco días a intentar solucionar el problema del calentador de agua, con las juntas estancas de repuesto que compramos en Siros. Ni me acuerdo de las veces que lo montamos y lo desmontamos, que lo llenamos y vaciamos de agua. Tras cambiar las juntas pudimos comprobar que el calentador sigue perdiendo agua, seguramente por alguna fisura en las soldaduras del depósito, bajo la cubierta de plástico. Muchas horas de trabajo para nada, porque no queda más remedio que comprar uno nuevo, lo que no es fácil en un lugar remoto de Grecia y estando (como estamos) en plena travesía. Mientras tanto, tocará vaciar la sentina a menudo.
Desmontando el termo del agua


Desmontando conexiones



Pero tenemos suficiente tiempo para visitar la isla. Obviamente la basílica, a la que subimos  por Megalochari y en la que podemos ver en vivo y en directo un bautizo ortodoxo, una misa cantada con parafernalia de cascabeles y sahumerios y la cola interminable de devotos que se acercan, de pie o de rodillas, vela encendida en ristre, a besar el icono de Agia Pelagia. Muchos, con papelitos de peticiones. El que diga que la escena no le encoge un poco el alma, miente.

Tienda de artículos religiosos en la calle Megalochari que sube hasta la basílica



Entrada interior de la basílica


Uno de los curas sale a hablar por teléfono y luego se incorpora a la misa cantada


Cogemos el autobús para visitar Pyrgos, la ciudad de los marmolistas, con un museo muy interesante dedicado íntegramente a la industria y el arte de la escultura. Otra de esas ciudades de las Cícladas que parecen suspendidas en el tiempo y en el espacio, de callejones estrechos y blancos en los que se pueden ver muchos más gatos que personas. 

Vista de Pyrgos desde el museo


La calle trasera de la fuente de mármol, en la plaza del pueblo


Visita al cementerio


Y sobre todo dejamos pasar el tiempo. Miramos cómo pasa la vida a unos metros de nuestra popa, los paseos de familias locales a la salida de misa, las carreras aceleradas de los turistas que arrastran sus trolleys camino del ferry. Somos testigos de primera línea de cómo los locales celebran con cánticos, claxons y bengalas la victoria (1-2) del PAS Tinos en el derby de rivalidad cíclica frente al AE Mykonos. Y observamos cómo los veleros y catamaranes, la mayoría de alquiler, llegan y se van.

Disfrutamos de Tinos (o Tenos), la isla donde vive Eolo, y que siempre, siempre, tiene viento. La de las serpientes (que los fenicios llamaban tannoh), la isla de los milagros de Agia Pelagia, de lo eterno y lo prosaico.

El muelle se va llenando de barcos cada día





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