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martes, 30 de mayo de 2023

Ermioni. Las flotillas del Argólico

La travesía al Argólico da inicio a una nueva etapa del viaje. Es el primer salto más o menos largo de esta temporada, unas 70 millas desde Kithnos hacia el oeste, hasta la isla y el golfo de Ydra.

Dejamos el fondeo de Kithnos poco después de amanecer 


El decorado cambia casi bruscamente. La meteo mejora, la temperatura del aire (y del agua) sube cuatro o cinco grados. Casi parece verano. Nos cruzamos con muchos veleros y cargueros, estamos atravesando el paso desde el Mediterráneo hacia Atenas y el Mar Negro. Tenemos muy buen viento, incluso mejor del pronosticado, un través que nos obliga a mantener trinqueta y un rizo y a gobernar a mano, porque el piloto automático descontrola cuando navegamos a casi ocho nudos.

Llegamos a Ydra mucho antes de lo previsto. Recorremos su costa sur buscando un abrigo para pasar la noche. Queremos recalar en el puerto de Ermioni, uno de los míticos de esta zona, para repostar agua y víveres, pero es demasiado tarde para llegar hoy. Finalmente encontramos una buena cala al norte de la isla de Dokos, ya a la vista de Ermioni. 

Saliendo del fondeo en la amplia bahía de Dokos. La costa y el entorno han cambiado por completo con respecto a las islas que dejamos atrás. Grandes elevaciones, costas largas con pocos refugios, bosques. El ambiente es cálido y se respira el subyugante olor a pinos tan típico del Mediterráneo 

Ermioni es una ciudad peculiar. Edificada sobre una península muy estrecha, cubierta por un bosquecillo de pinos, tiene un puerto más o menos convencional en el norte y un gran muelle en el lado sur, al que suelen acudir los veleros. Las guías recomiendan tratar de encontrar plaza en el puerto norte, mucho más resguardado, pero en él sólo hay cuatro o cinco espacios para transeúntes no ocupados por barcas de pescadores.

Bahia norte de Ermioni


Lógicamente, vamos primero a explorar el puerto norte. Son sólo las diez de la mañana y quizá haya quedado algún hueco libre. No hay suerte, no hay donde meterse, dos catamaranes los ocupan completamente. No queda más remedio qiue ir al dique sur, un muelle larguísimo similar al de puertos como Preveza o Patmos, flanqueado por una fila casi ininterrumpida de bares y restaurantes.

No hay apenas nadie. El muelle está casi vacío excepto por un pequeño grupo de veleros, franceses e ingleses, que parecen arrejuntarse en el extremo este. Preferimos atracar junto a ellos, más que nada por tener compañía. Si los pocos barcos que vemos están en esta parte, es que ésta es la zona más tranquila. Fondeamos el ancla en 15 metros de profundidad, justo entre dos veleros franceses y otros dos ingleses. Poniendo paz. 

Foto de Ermioni en Google Maps


Zona tranquila… va a ser que no. 

Llegan a primera hora de la tarde. Son muchos, demasiados, como una plaga bíblica de langostas. Llegan y ocupan rápidamente todos los lugares libres. Ermioni parece estarles esperando o, al menos, los dueños de los bares y restaurantes, que cambian de tercio inmediatamente. Se acabaron los expresso fredos, los zumos de naranja, la música chillout que disfrutaban plácidamente en las terrazas un puñado de jubilados como nosotros. 

Es la hora del cubata de garrafón, del heavy metal revenido y con halitosis, de AC/DC. La hora de las flotillas. El muelle entra en ebullición. Suben los decibelios y los gritos. De los barcos recién llegados bajan jovenzuelos rubicundos y ojerosos con sacos de latas de cerveza, camino de los contendedores.

La noche es tormentosa. No en el cielo, no hay ni una nube. Pero se oyen rumores de gritos y cristales rotos a las cuatro de la mañana. Lucía duerme como una bendita, pero hace trampas: se ha puesto tapones. 

A las ocho de la mañana me despierta un clamor de vuvucelas y bocinas de barco. Nuestros vecinos de amarre, franceses e ingleses, han iniciado maniobras de represalia contra los flotilleros. Me piden que me una al clamor de la marinería jubileta, la que supongo que por edad nos corresponde. Me hago el loco, no por no estar de acuerdo, sino porque sé positivamente que las vuvucelas se las pasan los flotilleros por el arco del triunfo.

Entrada la mañana los flotilleros van abandonando sus amarres y se va restableciendo la paz. Poco a poco escampa, como tras una mala tormenta de primavera. Nosotros aprovechamos para pasear por la ciudad y sus alrededores. 


La península al este, cubierta de pinos, se llama Bisti y fue el enclave de los primeros asentamientos de Ermioni, que luego creció al oeste. Un cartel a la entrada de Bisti cuenta su historia


Paseando por Bisti

En el pinar de Bisti hay senderos y carteles con indicaciones para localizar los restos de la muralla y vestigios desperdigados de un par de templos


Molino en extremo este de Bisti. Se supone que es el único del mundo en el que han empleado porfirio para su construcción y por eso presenta restos de conchas de moluscos en la argamasa entre las piedras

Vista de la bahía norte de Ermioni desde el sendero de nuestro paseo. Aquí y allá se puede bajar a las minúsculas playitas para bañarse


La verdad es que Ermioni no nos causa una gran impresión. Una población sin pretensiones. No hay mucho que ver pero es un sitio práctico, con supermercados y ferretería. Poco más. Para irse mañana mismo sin mucho remordimiento.

Pero al volver al barco vemos como una nueva flotilla se acerca y toma posiciones para reemplazar a las de la noche anterior. Éstos enarbolan gallardetes azul celeste. Otro distintivo, aunque la misma borrasca en ciernes.

Ya es media tarde y tenemos pagada la noche. Nos da igual, nos vamos hacia zonas más tranquilas. Me temo que será la tónica de las recaladas en todos estos sitios famosos. Afortunadamente, seguirá habiendo calas y puertos sin bares de copas que esta gente respete.


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