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miércoles, 31 de mayo de 2023

Leonidos - Sampatiki. Costeando por el Argólico

Acostumbrados al Egeo, el Argosarónico nos cambia bruscamente la perspectiva. Costas verdes y muy montañosasChalets de diseño que se asoman a la orilla entre praderas de césped y piscinas. Lujo y pasta, como en Mallorca. Un mar sin ola y casi sin viento, cerrado, previsible, templado, sin dientes. Un mar que recorremos con poco viento y demasiado motor, desde Ermioni a Porto Keli, con mucho más cuidado porque ahora los cruces son frecuentes y hay que navegar por estrechos entre islas, marcas y bajos. 

Decidimos fondear en la bahía de Metochi, una ensenada tranquila y relajada. Sorprendentemente somos los únicos, es claro que a las flotillas lo que les mola son los puertos. Un bañito al terminar de echar el ancla en cuatro metros de arena de una cala desierta debería prescribirse como cura infalible contra el estrés. Si por casualidad hay alguien de la OMS leyendo, hagan el favor de recoger esta sugerencia en su boletín de recomendaciones.

Fondeo en solitario en Ormos Metochi, huyendo de las flotillas de Ermioni


Cruzamos el golfo Argólico relajadamente, de este a oeste, desde la isla de Speltzes hacia la ciudad de Leonidios, un puerto al que llegamos a entrar, aunque no nos convence. Hay sitio libre, pero el muelle es un tanto cutre y además tiene fama de muy profundo y de difícil agarre del ancla. 

Vista de la isla de Speltzes


Decidimos seguir subiendo hacia el norte y acabamos encontrando una opción mejor en Sampatiki, una aldea de pescadores con un puertito minúsculo en la que nos acomodamos entre las barcas de pesca locales, que casi ocupan todo el espacio del muelle con sus artes de pesca y montones de redes amarillas.

Grandes montañas se asoman al mar cuando subimos por la costa hacia el norte 


Barcas de pesca en el puerto de Sampatiki


Llegamos a mediodía y la luz del sol está ligeramente velada. No hay viento. El puerto parece desierto, unas pocas casas, una taverna, una pequeña playa de guijarros. Poco más.  

Pero en el muelle sí hay gente. Notamos sus miradas nada más entrar por la bocana. Nos observan con curiosidad, pero con el rabillo del ojo. En el puerto nadie se mueve, aquí cada cual sabe apañarse por su cuenta

Hacemos la maniobra en silencio. Soltamos el ancla en ocho metros y damos atrás suavemente, tratando de esquivar las boyas naranjas con cabos de muerto que llenan la dársena. Tratamos de adivinar dónde debería amarrar un forastero que llega a Sampatiki a mediodía de un jueves de junio.


El muelle de Sampatiki visto desde la playita de guijarros de enfrente


El puerto de Sampatiki desde el mirador de la carretera que va hacia el pueblo. Sargantana al lado de la verde y de otro barco con pabellón y nombre griegos 


Pasamos aquí sólo una noche. La aldea tiene poco que ver y casi nadie con quien hablar. No hay mucho que contar hasta el día siguiente, cuando zarpamos por la mañana. Ellos siguen ahí, reparando sus redes y preparando sus barcos. Sopla un ligero sur, el viento térmico dominante en el Argólico. Quizá suficiente para navegar en portantes hacia el norte.

Sargantana amarrado en Sampatiki, en el extremo del muelle, al lado de la verde 


Damos avante con suavidad mientras el molinete recupera cadena, pero el traqueteo rítmico se interrumpe de golpe. Pregunto a Lucía “¿Libre?”. Me responde desde la proa “No, enganchado”.

Ya es junio, pero hace algo de frío. O quizá me lo parece. El ancla está allí abajo, a ocho metros, en un fondo que no se alcanza a ver en el agua verdosa. Ya advertían las guías sobre tener cuidado con las cadenas viejas y bloques de hormigón en mitad de la dársena.

Voy a proa. Lucía ha conseguido subir el ancla unos metros, trabajosamente, hasta que el molinete ha dicho basta. Podemos verla, un metro bajo el agua, su uña enganchada en un cadenón ancho como un brazo.

Alivio. Lo que a ocho metros de profundidad es una movida o un imposible si no tienes un equipo de buceo, se convierte casi en rutina a un metro de profundidad. Tiramos de “gancho griego” como tantas otras veces.

Justo en ese momento uno de los pescadores pasa a nuestro lado en su barquita, camino de la bocana. Me mira y levanta las cejas. No dice nada. Le miro y levanto el pulgar. Asiente con la cabeza y saluda. Yo también.

Seguimos nuestra ruta hacia el norte, camino de las ciudades de Tyros y Astros, costeando el Argólico. Slow sailing.


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